Vivir la Navidad
La publicidad, las grandes superficies comerciales, etc, ya se encargan de recordarnos, desde finales de noviembre, que estamos en Navidad... para que compremos más y gastemos más.
Desde luego parece inevitable y hasta necesario hacer algunos gastos, porque las fiestas deben notarse también en la mesa; aunque aún hoy hay quien no puede poner muchas cosas más de las habituales en la suya, porque les falta hasta lo necesario, cosa que nos vendrá bien no olvidar para ver cómo podemos ayudar a esas personas dando —al menos— lo que tal vez nos sobra...
Pero atender a las cosas materiales no es suficiente para vivir bien la Navidad. Gracias a Dios, otro aspecto importante como son las reuniones familiares también es tradicional cuidarlas más estos días, con los que vienen de otros lugares a la casa paterna o ciudad de origen. Se recuerdan acontecimientos entrañables, se habla de los ausentes, se estrechan los lazos de la sangre y de amistad que nunca deben debilitarse.
Pero la Navidad —aunque resulte obvio decirlo no creo que sea superfluo recordarlo — o es una fiesta cristiana... o le faltaría lo esencial, porque lo que estamos conmemorando es el nacimiento del Hijo de Dios, que viene al mundo para redimirnos y dejarnos, con el ejemplo de su Vida, el Camino y la Verdad que nos llevan al Cielo, meta para la que hemos sido creados, sin la cual nuestro acontecer diario carecería del relieve sobrenatural propio de los hijos de Dios.
La dimensión cristiana de la Navidad la vivimos, entre otras cosas, en la medida en que meditamos, —con «asombro», como adultos que se hacen «niños» por dentro, para imitarles en su inocencia y admiración ante el misterio— el nacimiento del Niño Dios. Y la contemplación del momento cumbre de la historia de la humanidad nos debe llevar a desear participar en él. El mejor modo de lograrlo es abrir «las puertas del alma» al Niño, que está muy cerca, como canta el villancico, para que pueda «nacer», por la gracia, en nosotros.
No permitamos que María y José tengan que pasar de largo, porque no encuentren un lugar en nuestro corazón; sabemos que no necesitan lujos ni grandes comodidades, pero sí una vida que no quiera pactar con la ofensa a Dios.
Cada uno verá lo que tiene que limpiar, para que la Luz de Belén llegue hasta el fondo de nuestra vida, y de la de otros muchos que están a nuestro alrededor, a los que podemos anunciarles con gozo, como hicieron los pastores, que ha nacido el Salvador, el único que nos puede salvar, a todos los hombres, de todos los tiempos.
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