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La familia a la deriva
La familia es la comunidad de los padres e hijos, basada en lazos de sangre y amor, que se convierte en la célula básica de la sociedad. Hoy, la familia, por desgracia, pasa por momentos muy difíciles. «El hogar familiar, en muchos casos, no es un lugar que irradia calor, donde todos se sienten a gusto, sino que es un lugar —según Luis Riesgo — de tensiones, de silencios odiosos, de palabras hirientes y, muchas veces, lamentablemente, escenario de agresiones físicas». El vínculo de la obediencia a los padres se ha relajado hasta casi desaparecer. Los componentes de la familia continúan unidos bajo un mismo techo, pero los lazos de unión han cambiado. El respeto, la obediencia y la solidaridad fraterna han saltado por los aires. Hoy se considera a los viejos como productos de desecho, a los que no hay por qué cuidar. ¿Para qué usar tantos medicamentos con los pobres ancianos que no sirven para nada y que suponen una gran carga a la Seguridad Social? Un ser humano nunca estorba, nunca es inútil por muy inválido que esté. En estos tiempos se pretende anular el esquema tradicional de familia con la presentación de lo que se ha dado en llamar «nuevos modelos de familia». Se ataca a la familia, se quiere destruir a la familia, se quiere sustituir a la familia; porque parece que hay un empeño en degradar los valores éticos y morales que no son del agrado de algunos. Para muchos, la familia tradicional está en proceso de extinción. Parece que existen signos evidentes de crisis: divorcios a gran escala, separaciones (en España se han registrado, durante 1999, un total de 26.386 divorcios y 42.390 separaciones; en el año 2002 se separaron 115.000 parejas), hijos extra matrimoniales, adulterios, aumento de las parejas de hecho, etcétera.
Hoy nos encontramos invadidos por la idea de progreso. El progreso es bueno cuando contribuye a que la vida sea más humana, más digna, que el hombre sea moralmente mejor, más responsable, más dado a los demás y con mayor profundidad espiritual. Pero la idea de progreso ha llegado hasta la familia, que se considera anticuada y hay que modernizarla. «Las parejas perpetuas son estúpidos convencionalismos», ha dicho A. Larrañaga. Para Blanca Portillo: «El vínculo de sangre no garantiza una mejor relación. Se puede sustituir por amigos».
En nombre del progreso se pretende presentar el matrimonio permanente como un ideal prácticamente imposible de vivir. Esto ha dado lugar a que un hombre y una mujer rompan su matrimonio por el menor motivo. Igualmente, a que un hombre y una mujer se unan sin más, sentimentalmente, porque el amor no necesita ataduras y porque es más fácil romper una vinculación sentimental que una jurídica. Por la misma razón, a satisfacer los propios instintos sexuales tan simplemente como beberse un vaso de agua. Creo, sinceramente, que es un concepto muy pobre de familia el creer que con el divorcio, el aborto y los métodos anticonceptivos la familia progresa. Ya se ve que no cuenta para nada el fomentar el amor entre sus miembros, ni la elevación espiritual, ni la mejora cultural, ni la educación de los hijos, ni la vivienda confortable, ni una base económica sólida y estable. «La familia —según Juan Pablo II — es el campo de batalla en el que se desarrolla la lucha fundamental por la dignidad del hombre en el mundo actual».
Se considera progreso el rechazo y el olvido de Dios. El creer que nada es pecado y así vivir libremente sin normas ni principios morales. «A menudo el hombre vive como si Dios no existiese e incluso pretende ocupar su puesto. Rechazando las leyes divinas y los principios morales el hombre atenta contra la familia, intenta callar la voz de Dios y borrarlo de la conciencia de los pueblos... y así hace su aparición la cultura de la muerte, que es injusticia, discriminación, explotación, engaño y violencia», ha dicho Juan Pablo II.
Se considera progreso ciertos programas de televisión que buscan una provocación directa de los instintos. Entre esos programas están los violentos, los eróticos y pornográficos, esas historias de amores y desamores, engaños, adulterios, etcétera.
Se considera progreso el llevar a los debates televisivos a personas de cierto relumbrón pero, a veces, de poca ciencia y mucha confusión. Para Luis María Anson: «Las cadenas de televisión han convertido a España en un patio de vecindad donde sólo interesa el cotilleo, el chismorreo, el discurso de las comadres y las cotorras». Cuando de tele se trata hay que decir que se ha perdido la vergüenza y el pudor. Hoy se valora la ordinariez. Al presentar un programa no se tiene en cuenta la buena educación, ni la elegancia, ni el buen estilo, porque se cree que eso no conduce a nada. Ibáñez Serrador ha dicho: «La televisión está para formar no para deformar, es un arma terrible y cuando queramos corregirla quizás sea demasiado tarde». Algunos medios de comunicación son como ventiladores dedicados a esparcir toda clase de inmundicia e indecencia por todas partes. La televisión se ha convertido en la universidad de los españoles y ¿vaya nivel cultural y moral que está impartiendo! Para Pedro Ruiz: «No hay telebasura, hay hombres basura. Si no hubiera hombres basura, que hacen la televisión basura, no habría basura».
En nombre de la libertad, nos quieren hacer creer que todo vale, que lo malo es bueno. Se va creando ambiente, porque saben que el ambiente contamina. El ambiente, los medios de comunicación, todo lo que nos rodea, es como un lavado de cerebro que borra principios que van cayendo en el olvido. Y esto se ha ampliado a la vida familiar, a las relaciones sexuales, al respeto a los demás, al respeto a la vida. Pero claro, como el vacío no existe, se llena de egoísmo, de hedonismo, de crueldad, de falta de responsabilidad, de frivolidad. Y ojo, que la moralidad es como una carcoma para el individuo y para la convivencia social. Ahí está la propia historia recordándonos que la degradación moral y humana llevó a imperios poderosos hasta su degradación.
Entonces, ¿dónde están las raíces del mal? En la degradación del nivel moral. En la exaltación del vicio. En la ridiculización de toda clase de virtudes. En los ataques a la familia. En el olvido de Dios.
Vivimos en un mundo donde a la mentira se le llama diplomacia, a la explotación del hombre se le llama negocio, a la irresponsabilidad se le llama tolerancia, a la falta de respeto se le llama sinceridad, lo frecuente se interpreta como normal y lo normal se interpreta como moral.
Se habla mucho de calidad de la enseñanza, pero en estos tiempos no será posible aunque esté legislada, si antes no se acomete una ley de calidad de la televisión. La televisión es en gran parte culpable de la poca motivación de los alumnos y del escaso interés por aprender. Lo que se hace en la escuela a diario se deshace en veinte minutos frente al televisor. La televisión reduce la falta de diálogo en el hogar y lo más grave aún es que ha roto en pedazos la intimidad del hogar. Una cosa es buena o mala, verdad o mentira porque lo ha hecho la tele. La avalancha de telebasura está embruteciendo a las personas. «Hoy nos falta una conciencia crítica. Sin ella —según José Luis Pinillos — estamos perdidos en este mundo».
La misión principal de la familia es la transmisión de la vida y la educación de los hijos, siendo una institución imprescindible en la sociedad. Una familia sana es el fundamento de una sociedad libre y justa. Es la hora de la familia. Si dejamos morir a la familia, si permitimos tan sólo que se debilite, estamos poniendo en juego la supervivencia de toda la sociedad. «El hombre —ha dicho Juan Pablo II — no tiene otro camino hacia la humanidad más que a través de la familia. Matrimonio y familia son hoy más importantes que nunca».
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