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Encuestas y elecciones

Lo que más llama la atención de la campaña electoral son las encuestas. Ya se sabe que no son de fiar: unas veces, porque aun estando bien hechas y con buena fe errar es humano y no aciertan; otras, porque la información que ofrecen se manipula ad usum delphinis y para engañar. En la presente ocasión da la impresión que aparte de la manipulación que pueda haber, se están utilizando directamente como propaganda electoral, lo que presupone la existencia de un electorado tan desorientado que no sabe cuáles son sus intereses.

Sea lo que fuere, lo asombroso es que el partido socialista del Sr. Zapatero mantiene honrosamente sus posiciones, cuando por sentido común y racionalmente debiera sufrir un descalabro monumental. Ya ocurrió en las elecciones a la Comunidad de Madrid que después de todas las trapisondas ganó finalmente el Partido Popular muy ajustadamente, sin que, según parece, se haya preocupado en absoluto en sacar las consecuencias.

La causa pudiera estar en la pusilanimidad de este partido, que no tiene garra. Por una parte, parece confiar en que como en conjunto no lo ha hecho mal, por lo menos tan mal como sus adversarios, se le debe apoyar incondicionalmente. En realidad, cuenta con los votos de la derecha, que oficialmente y de hecho desprecia, pero al no existir otro partido que votar, no tiene más remedio para defenderse que apoyarlo.

Por otra, el centrismo que postula y practica para no parecer de derechas es una ideología huera, incapaz no ya de suscitar entusiasmo sino interés, que desconcierta y desespera a muchos de sus votantes naturales con sus gratuitas concesiones retóricas y efectivas a sus adversarios: hay mucha gente de la derecha renuente a votarle, aunque después lo hace, que, a pesar de todo, no sentiría demasiado que se llevase un revolcón. Y todo eso lo saben mucho mejor sus adversarios. Puede ser bueno aludir ocasionalmente al centrismo por oportunismo, pero no como un dogma y una consigna que desorienta a sus mismos incondicionales miembros del partido. Que tal como están las cosas no esté claro su triunfo es una prueba desalentadora al respecto.

Ahora bien, podría ser una catástrofe que triunfasen el Sr. Zapatero y sus muchachos; no para el partido, sino para la nación. En países de democracia sólida, es relativamente indiferente el partido que gane. En España no. Aunque el Partido Popular quizá haya querido acabar con el ejemplo de su centrismo con la división ideológica izquierda-derecha, aquí está todavía muy viva, pues la izquierda no está dispuesta a renunciar a ella como se ve todos los días. Salvando las diferencias, sigue en 1934 y quiere la revancha. A ello ha contribuido el centrismo, al entregarle el mundo de la cultura y proteger la cultura de izquierdas.

La democracia es un régimen en el que la opinión pública es la reina y la lucha política es hoy sobre todo lucha por la cultura y esto, que entiende muy bien la izquierda, no lo ha entendido ni lo entenderá jamás el Partido Popular. No importa que lo entienda la derecha actual, intelectualmente superior, pues, en una nación donde todo depende directa o indirectamente del poder público, si el partido que la representa se inhibe o prefiere halagar y cambalachear con el «progresismo», no puede influir en la opinión.

Es natural, pues, que la opinión pública desorientada y abrumada durante muchos años por la propaganda de la izquierda, por muy demagógica, retrógrada y reaccionaria que sea, llegado el momento se muestre indecisa o favorable a quien le dice las mismas cosas que oye y lee continuamente, que le suenan más.

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