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Péndulo exterior

EL Gobierno ha operado un cambio brusco en nuestra política exterior. Y eso, al margen de eventuales beneficios, es de suyo un mal y un error. Según los protagonistas, se trata de un regreso al "corazón de Europa" después de la política atlantista de Aznar, en suma, de una sustitución de la alianza con Londres y Washington por la de París y Berlín. Y la pregunta, acaso, sea: ¿es que es necesario optar radicalmente por una cosa o la otra? Huyamos de las más romas simplificaciones. Si un día Alemania y Francia fueron el motor o el corazón de Europa, hoy, con la Unión de los 25 y el nuevo orden, o desorden, mundial, ya no lo son. No hay regreso al corazón de Europa, sencillamente porque España nunca lo abandonó. La guerra de Irak no entrañó un enfrentamiento entre Europa y Estados Unidos, sino la división de Europa en este punto, ayuna de verdadera política exterior común. Pues si Alemania y Francia se opusieron a la intervención, Polonia, Italia, Gran Bretaña y España, entre otras, lo apoyaron. Por lo tanto, la retirada de Irak no tiene nada que ver con un regreso al europeísmo. Tan europeísta puede ser apoyar la intervención en Irak como rechazarla. El problema no es entonces "Europa sí o no", sino qué Europa y con qué relaciones con Estados Unidos. Lo que se plasmó en la entrevista entre Chirac, Schröder y Zapatero no es el regreso a Europa, sino una nueva política de acercamiento y, probablemente dependencia, acaso sumisión al eje París-Berlín. Y esto, debido, ante todo, a la acuciante necesidad de calor exterior que siente el Gobierno socialista, como consecuencia de sus errores de la primera hora y, sobre todo, por su abrupta retirada de las tropas de Irak, cuando contaban con todos los beneplácitos de Naciones Unidas. Pero la soledad no es buena consejera para la política exterior. No es bueno buscar apoyos desesperadamente, sino con inteligencia y atendiendo a los intereses nacionales.

Por lo demás, no queda claro si la alianza de Zapatero es con Francia y Alemania o con sus dirigentes actuales. Pues podría darse el caso de que se tratara más bien de lo segundo, y que sus interlocutores, especialmente el alemán, que no se han caracterizado por una brillante gestión ni por un europeísmo sin algunas trabas, abandonaran pronto sus Gobiernos. Y un Ejecutivo alemán democristiano o liberal podría ser difícil interlocutor para Zapatero. En cualquier caso, la bofetada diplomática, no a Bush sino a los Estados Unidos, no saldrá gratis. Ni siquiera de un eventual triunfo de Kerry puede esperar el Gobierno español algo de comprensión. Ha sido, por lo demás, un desplante innecesario. El nuevo Gobierno podía haber justificado su oposición a la intervención en Irak, sin desairar a Washington ni dejar tirados a sus aliados. El tiempo lo dirá, pero hoy por hoy, si no me equivoco, los intereses españoles, especialmente los derivados de la lucha contra el terrorismo, la inmigración y las relaciones con Marruecos, están mejor salvaguardados con unas buenas relaciones con Estados Unidos que con el apego incondicional a París y Berlín, con los que, por lo demás, las relaciones íntimas son evidentes como socios de un proyecto común. Pero es que, aunque así no fuera, no era necesario optar tan radical y torpemente. Cabían términos medios en los que muchas veces suele estar la virtud. El Gobierno ha optado por la política del péndulo, quizá obligado por sus errores primerizos. Por fortuna, es posible, aunque no fácil y a corto plazo, rectificar. Hay síntomas de que se está intentado. Pero no hay mejor solución a un error que el no haberlo cometido.

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