Cuaresma
Penitencia, oración, ayuno, purificación... son palabras que nos acercan o, mejor, nos meten de lleno en un tiempo de los denominados «fuertes» del año cristiano: Cuaresma.
Desde la cruz de Cristo se nos anuncia un nuevo tiempo de esperanza porque no otra cosa es saber, y reconocer, que durante 40 días podemos reconducir nuestra vida por el camino recto que lleve al definitivo Reino de Dios.
Por eso la Cuaresma es un regalo; un gran regalo de Dios.
¿Qué ha de suponer, para nosotros, la Cuaresma?
La Cuaresma como momento de conversión
Es reconocido, por la práctica secular, que el tiempo que da comienzo el miércoles de ceniza, es un tiempo, sobre todo, de conversión, de confesión de fe.
A este respecto, Juan Pablo II Magno, en el Mensaje para la Cuaresma de 2002 dejó dicho algo que nos hace comprender lo que, en realidad, quiere decir la conversión: «La Cuaresma, que es una ocasión providencial de conversión, nos ayuda a contemplar este estupendo misterio de amor. Es como un retorno a las raíces de la fe, porque meditando sobre el don de gracia inconmensurable que es la Redención, nos damos cuenta de que todo ha sido dado por amorosa iniciativa divina».
Por eso, reconocer, en nuestras vidas, la necesidad de conversión en este especial tiempo de interior búsqueda no es, sino, hacernos partícipes del regalo que el Creador nos entregó y que, año tras año, recordamos para que no se nos olvide, ya nunca, la entrega que Jesucristo hizo, de su vida, por nosotros.
Momento, tiempo, pues, de conversión; de venir a ser lo que no deberíamos dejado de ser: hijos de Dios conocedores de tal filiación y de la especial fidelidad que contiene y que no podemos preterir.
La Cuaresma como tiempo de preparación
Pero, además, y a través de la conversión citada arriba, la Cuaresma es el espacio de tiempo necesario, obligado, nuestro, de preparación para la semana más importante del cristiano: la Semana Santa.
Por eso no podemos olvidar que, junto la conversión se da la mano espiritual con lo que dijo Benedicto XVI en el Mensaje para la Cuaresma de 2006: «La Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia»
Sobre la necesidad de al peregrinación dice la Constitución «Gaudium et Spes» (16) que «Todos llevan en su corazón una ley inscrita por Dios. En obedecerla consiste la dignidad de la persona humana; de acuerdo con ella será juzgada la persona... La conciencia es el núcleo y el santuario más secreto de una persona. Allí está el hombre a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más profundo de la persona»
Y es en tal profundidad de nuestro ser donde cada año hemos de encontrarnos con el Dios que se va a entregar, encarnado, para que nuestros pecados sean perdonados. Y lo hará perdonando con una muerte que ahora, tiempo previo a Su Pasión, sólo es imaginada, a veces no querida y otras tantas veces no entendida.
Preparar, así, nuestro corazón y nuestro espíritu es, sobre todo, una necesidad que no podemos soslayar ni dejar para otro momento más oportuno. Ahora es el oportuno instante que, en el tiempo, nos reclama la entrega, el perdón y la misericordia que son tres frutos que, si hemos cultivado adecuadamente y regado con el agua viva que conocemos, recogeremos en un tanto por cien muy alto.
La Cuaresma como entendimiento del mundo
Y, por último, el tiempo de Cuaresma también es un tiempo que podemos utilizar para comprender mejor el mundo en el que nos encontramos, en el que peregrinamos hacia nuestra definitiva meta.
Juan Pablo II Magno, en el Mensaje citado arriba para el tiempo cuaresmal del año 2002 dijo, sobre el conocimiento del mundo que debemos procurarnos, que «La Cuaresma, proponiendo de nuevo el ejemplo de Cristo que se inmola por nosotros en el Calvario, nos ayuda de manera especial a entender que la vida ha sido redimida en Él. Por medio del Espíritu Santo, Él renueva nuestra vida y nos hace partícipes de esa misma vida divina que nos introduce en la intimidad de Dios y nos hace experimentar su amor por nosotros. Se trata de un regalo sublime, que el cristiano no puede dejar de proclamar con alegría. San Juan escribe en su Evangelio: 'Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo' (Jn 17, 3). Esta vida, que se nos ha comunicado con el Bautismo, hemos de alimentarla continuamente con una respuesta fiel, individual y comunitaria, mediante la oración, la celebración de los Sacramentos y el testimonio evangélico.»
Y, abundando en el tema, en el Mensaje para la Cuaresma del año 2008, Benedicto XVI dijo que «Cada año, la Cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos»
Por eso no podemos olvidar lo que somos y lo que eso implica en nuestra vida; la responsabilidad que recae sobre nosotros cuando somos responsables de lo que somos.
Conclusión clarificadora de la Cuaresma
«Miremos con confianza el costado traspasado de Jesús, del que salió 'sangre y agua'» (Jn 19, 34)»
Estas palabras, dichas por el Santo Padre en 2007 (en otro Mensaje para la Cuaresma de aquel año) iluminan lo que tenemos que ser y lo que tenemos que hacer: confiar, Jesús, sangre y agua... Semana Santa anticipada y Cuaresma.
Simplemente 40 días para volver a ser, de nuevo, hijos de Dios.
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