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A favor de los Judíos
En una conferencia celebrada el pasado 19 de octubre, el sociólogo y catedrático Amando de Miguel demostró con datos estadísticos difícilmente rebatibles que en buena parte de los españoles anida "un antijudaísmo básico". El día anterior, la federación de comunidades judías de España y la comunidad judía de Madrid inauguraron en la sede de esta última, inseparable físicamente de la sinagoga, una exposición en homenaje a Maimónides con motivo del octavo centenario de su muerte. Asistí al acto, entre otras razones, por algunas de índole personal que tienen que ver con la inquietud que me provoca ese "antijudaísmo básico" que se registra en España y que lleva a nuestro país a situarse entre aquellos que más detestan al Estado de Israel y peor concepto tienen de los judíos, a los que, con un apriorismo estúpido, siguen atribuyendo, más que los ciudadanos de otros países de nuestro entorno, "defectos lamentables".
Los españoles creemos más que los suizos, holandeses, italianos o austríacos, que los judíos "tienen demasiado poder en los mercados financieros"; también que "les tiene sin cuidado lo que le pasa a la gente"; que los empresarios de esa religión "son tan odiosos que no dejan competir a los demás en pie de igualdad" y utilizan "prácticas dudosas" y "no son tan honrados como los demás". Y, para rematar, los españoles nos encaramamos en el ranking de los prejuicios antijudíos en Europa al suponer que "tienen demasiado poder en nuestro país". Estas conclusiones, aducidas por Amando de Miguel, son las que se deducen de una encuesta realizada en 2002 por la "Anti-Defamación League" de Nueva York.
Conocedor de estos datos -que inquietan a la comunidad judía española-, no me extrañó en absoluto comprobar que en el homenaje a Maimónides en Madrid apenas si había algún representante del denominado "mundo de la cultura". El judío sefardí de Córdoba escribió una de las obras que se han calificado como "cumbres" de la literatura mística medieval: "Guía de perplejos", en la que el sabio andalusí armonizó la filosofía y la fe de los judíos y la explicó con una suerte de pedagogía y hondura digna de la mayor admiración y encomio. Es cierto que en Córdoba, su ciudad natal, el homenaje al sabio fue nutrido y dilatado, pero lo que abunda no daña, y en Madrid los actos de conmemoración debieron ser más calurosos y significativos. Porque con Maimónides se escribe una parte de nuestra propia historia en la que los judíos tienen un singular y benefactor protagonismo. Será difícil que determinada historiografía reconozca el empobrecimiento -en distintos órdenes- que supuso para España la expulsión de la comunidad judía en 1492 y aún más lo será que, dadas las circunstancias de la política internacional, se asuma que los judíos siguen estando estigmatizados en muchos lugares del mundo llamado civilizado.
El sesenta aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz ha vuelto a agavillar toda la retórica jeremíaca en torno a la Shoah. Pero la sintomatología antijudía sigue alertando de una enfermedad de fondo que afecta a algún corte cerebral de la conciencia colectiva de los europeos. Por lo que a España afecta -después de casi cuarenta años de franquismo, durante los que el régimen atribuía todos sus reveses a una fantasmal "conspiración judeo-masónica"-, por primera vez el Congreso de los Diputados y la Comunidad Autónoma de Madrid han homenajeado a los masacrados en el Holocausto; pero en términos de opinión publicada, los judíos siempre son susceptibles de acoso y derribo.
El antiamericanismo de derechas y de izquierdas que en España campa por sus respetos se vincula con una judeofobia que se muestra mediante expresiones informativas y de opinión muy sutiles. La catarata de elogios al fallecido Yasser Arafat -un personaje poliédrico pero de moralidad más que dudosa-, por ejemplo, y la causa palestina como estandarte de no se sabe qué progresismo ideológico han favorecido una mistificación de conceptos (Israel, sionismo, judaísmo) que ha terminado por arrinconar a los judíos -así, en general, sin matices- en la estrecha franja de la extrema derecha internacional atribuyéndoles una suerte de inhumanidad inventada y calumniosa.
Algunas permisividades públicas en forma de manifestaciones neonazis -por ejemplo, en Sajonia, y de las que se ha lamentado amargamente el presidente de honor del Comité Internacional de Auschwitz, Kurt Julius Goldstein, calificándolas también de "actos inhumanos"- no parecen alarmar en exceso a quienes debieran. Tampoco alarma lo que debería que en la democrática (?) Rusia hasta veinte diputados reclamen a la fiscalía de su país la prohibición de las organizaciones judías porque su religión es "anticristiana y misantrópica", argumentación aderezada con fabulaciones que, como la de los asesinatos rituales de niños, han tenido una enorme aceptación en nuestro país. Evito citar ejemplos muy a la mano, propios de ese "antijudaísmo básico" que seguimos padeciendo en España.
Según Manuel Marín, presidente del Congreso de los Diputados, "los riesgos del racismo, la xenofobia y el antisemitismo no han desaparecido". Tiene razón. La escalofriante profanación de tumbas judías en Francia -entre 1942 y 1944 se deportaron a los campos de concentración casi ochenta mil judíos franceses- y el zafio aligeramiento de responsabilidades de los nazis en el exterminio judío que pretenden algunos discursos de la ultraderecha europea serían actitudes que darían por entero la razón al dirigente socialista español. Y también a Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, que con muy buen tino adujo el pasado 27 de enero que "hay un antisemitismo de nuevo cuño que surge precisamente de los defensores de la pluralidad, de la diferencia, de los pacifistas a ultranza".
Todos estos signos inquietantes de antijudaísmo explican que beneméritas sociedades como la B´Nai B´rith, judía, laica, de ámbito mundial y humanista, haya activado su presencia en España y en otros lugares para combatir el racismo y la xenofobia y, obviamente, el antisemitismo. Fundada en 1843, el repunte inquieto de esta sociedad traduce seguramente la percepción de algunos peligros. Los prejuicios irresponsables no sólo perduran; a veces, se alimentan de manera grosera aprovechando el caldo de cultivo en el que los apriorismos crecen y se desarrollan: la ignorancia y los fanatismos larvados.
Estar a favor de los judíos no es estar en contra de nadie. Es, por el contrario, una actitud ante la historia y ante el presente que pretende rescatar a los humanos de lo maligno, del odio al otro, de la aversión al diferente, de la incomprensión por una forma de ser y hacer distinta. La vesania ha costado mucha sangre y el mayor escarnio de nuestro pasado como Humanidad: el crimen del nazismo contra los judíos. Estar a su favor, sin estar en contra de nadie, es, también para los españoles, una forma de reparación, pero, especialmente, una manera de hacer justicia permanente a aquellos que en palabras de André Frossard "fueron masacrados por el solo pretexto de haber nacido; asesinados por existir".
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