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¿Qué tal si votamos no?

LOS pronunciamientos a favor de la llamada Constitución Europea se sostienen siempre sobre brumosos pronunciamientos idílicos; basta, sin embargo, leer el farragoso texto que se somete a nuestra consideración para hallar decenas de especificaciones que desmienten esa presunta Arcadia del tamaño de una rueda de molino con que pretenden hacernos comulgar. Habría, en primer lugar, que establecer la verdadera naturaleza jurídica del bodrio. En la asignatura de Derecho Político estudié que toda Constitución emana de un poder constituyente que radica en el pueblo o Nación. Dicho poder se articula a través de una Asamblea o Parlamento elegido mediante sufragio popular, o bien a través de una comisión representativa de los distintos sectores sociales, encargada de elaborar un texto provisional que después se somete a referéndum. Pero en el caso que nos ocupa la articulación de la voluntad popular como poder constituyente ha sido suplantada por unos cuantos tecnócratas comandados por mon ami Giscard d´Estaing, quienes, tras redactar su bodrio, lo han entregado a los jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros, para que lo sometan a su discrecional maquillaje corrector. Que yo sepa, en Derecho a estos bodrios se les denomina cartas otorgadas, no constituciones.

La lectura escrupulosa del bodrio nos depara algunos hallazgos estupefacientes. Así, el artículo 41.3 establece que la Unión podrá recurrir al uso de medios militares "en misiones fuera de la Unión que tengan por objetivo garantizar el mantenimiento de la paz, la prevención de conflictos y el fortalecimiento de la seguridad internacional, conforme a los principios de la Carta de Naciones Unidas". Nótese que ni siquiera se exige conformidad con resoluciones positivas de Naciones Unidas; bastaría la apelación a brumosos "principios", que es exactamente lo que Bush hizo para meter los tanques en Bagdad. La llamada Constitución Europea autoriza, pues, la guerra preventiva. ¿La refrendarán los pacifistas de pancarta que se manifestaron contra la invasión de Irak?

Tratándose de una carta otorgada por una junta de mercaderes, la llamada Constitución Europea exhibe ostentosamente una desenfrenada vocación economicista, plasmada en la obsesiva repetición de la palabra "competencia". En su artículo 3, cuando define los objetivos de la Unión, esta obsesión deviene omnipresente, hasta el extremo de llegar a acuñar una expresión rocambolesca, "economía social de mercado altamente competitiva", en la que uno no sabe si la interpolación del epíteto "social" constituye un mero aderezo lingüístico, un rasgo de recochineo o un brote de mala conciencia. Si avanzamos en la lectura del bodrio nos tropezamos con aberraciones jurídicas como la que se intercala en el artículo 83: "El principio de igualdad no impide el mantenimiento o la adopción de medidas que supongan ventajas concretas en favor del sexo menos representado". Lo cual quiere decir que los trabajadores serán seleccionados, remunerados y promocionados no en virtud de sus méritos ni de su cualificación, sino de lo que escondan en la entrepierna.

Sólo son unas cuantas perlas entre el cúmulo de incoherencias, contradicciones, aberraciones jurídicas, ambigüedades y silencios ominosos que registra e institucionaliza el bodrio. Taras que consideraríamos inadmisibles en un texto nacido de un proceso constituyente, pero que, desde luego, resultan veniales en una carta otorgada del tamaño de una rueda de molino. Si el próximo 20 de febrero usted se niega a comulgarla reverentemente, será tachado de extremista radical o retrógrado ultramontano o agitador panfletario. Así que, hala, a votar todos que sí, como mandan los mayorales del rebaño.

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