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El corazón de Europa

¿SOMOS acaso los españoles hoy más europeos que anteayer? Sólo un necio o un partidista podrían contestar afirmativamente. Lo que estaba en juego el domingo no era el europeísmo español sino, por un lado, la aprobación de un nuevo Tratado de la Unión (es bueno que el "sí" arrasara al "no"), y, por otro, la suerte de un proceso de apropiación partidista del proyecto europeo por parte del Gobierno, que no dudó en recurrir a las más viejas artes del populismo, sin excluir, si no me equivoco, las agresiones a la verdad (no es malo que la abstención haya sido tan alta). Pues se nos dijo que de no aprobarse el texto, Europa se vendría abajo. Incierto. Además, si tan grande era el riesgo, ¿por qué correrlo cuando bastaba la aprobación parlamentaria y la consulta no era vinculante? ¿Qué habría hecho el Gobierno si hubiera triunfado el "no": romper Europa o sacrificar su talante democrático? También se nos dijo que España se quedaría fuera de la Unión si prosperaba el "no". Incierto. Si el Tratado no es ratificado por los veinticinco en el plazo previsto, la vida de la Unión seguirá aunque, sin duda, con un contratiempo. Incluso se ha dicho que el nuevo texto nos pondrá en el camino de la "paz perpetua". También incierto. O que nos asegura libertades que ya nos garantizan la legislación europea vigente y la Constitución española. No es la abstención, por lo demás la más alta de nuestra democracia, la que deteriora la legitimidad de la consulta, sino estas agresiones a la verdad y a la inteligencia.

Si hubiera que medir el europeísmo español por la jornada electoral del domingo, estaría convaleciente. Pero la inmensa mayoría de los españoles, incluidos la mayoría de quienes se abstuvieron, votaron "no" o lo hicieron en blanco, no son euroescépticos. Nadie, salvo quizá algún representante de la residual derecha radical, dijo en 1978 que en el referéndum constitucional se decidiera a favor o en contra de España, sino sobre un concreto texto constitucional democrático. La valoración de la abstención es compleja, mas toda la que rebase el 25 ó 30 por ciento, en el que se cifra la abstención técnica, es significativa. En cualquier caso, quien se abstiene en un referéndum no hace necesariamente dejación de un derecho, sino que, entre otras cosas, puede rechazar la pregunta por impertinente o aborrecer las circunstancias en las que se plantea. Apañados estaríamos si nuestro europeísmo se limitara a uno de cada tres ciudadanos con derecho de voto. Hemos asistido a un intento fallido de apropiación indebida del proyecto europeo común. El presidente del Gobierno ha declarado, dejando el sonrojo para los demás, que nos situaba en el "corazón de Europa". Así, como suena. Ignoro en qué víscera europea nos alojábamos antes. Ni el Tratado de Niza es antieuropeo, ni Aznar dejó de hacer una firme política europea, ni es más europeísta quien se somete a los dictados del eje franco-alemán que quien apuesta, con otros europeos, por una relación de amigos y aliados con Estados Unidos. Si pretendía el presidente del Gobierno avalar su política exterior en las urnas y erigirse en el campeón hispano del europeísmo, sólo cabe decir que ha fracasado. Porque decir que el "sí" del domingo, como el "no", la papeleta en blanco o la abstención, versaban sobre Europa sin más, y no sobre la aprobación de un determinado Tratado constitucional, en general aceptable aunque no exento de errores, convocado además bajo condiciones populistas y plebiscitarias, es o error o mentira. El descrédito de nuestra política exterior sigue tan firme como nuestro europeísmo. No se trataba de eso. Por lo demás, el corazón de Europa late más fuerte en Roma, síntesis de Atenas y Jerusalén, que en Bruselas.

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