» Baúl de autor » Josep Miró i Ardèvol
Condón, Iglesia y sociedad
Gobierno y sociedad deberían agradecer que la Iglesia fomente un colectivo social sin conductas de riesgo.
La polémica que los medios de comunicación han desatado con el preservativo y la Iglesia es incomprensible por irracional: el condón no es "la solución taumatúrgica y definitiva", sino sólo un medio de prevención, cuya eficacia está condicionada, porque no protege de determinados riesgos, como el virus del papiloma humano; el material tiene fallos, a los que hay que añadir los causados por las condiciones de uso, fruto de las circunstancias emocionales y premuras instintivas. El resultado es una tasa global de fallos de entre el 15% y 20% según fuentes.
Su eficacia social está relacionada con el comportamiento de la gente. A igualdad de conductas sexuales, el preservativo es una prevención con las limitaciones apuntadas, pero si su uso fomenta, como promueve la ministra Salgado, el número de contactos sexuales, entonces el preservativo en lugar de resolver problemas o limitarlos, los acentúa al dar lugar a un mayor número de posibilidades de contagio y embarazo. Por eso, la Organización Mundial de la Salud ha planteado la estrategia ABC, A de abstinencia, B de fidelidad -en inglés, be faithful- y C de condón, por este orden.
Y es que el tema de la conducta humana es fundamental. Resulta evidente que medicarse contra el colesterol no justifica lanzarse a comidas inadecuadas. La medicación va acompañada siempre de una conducta responsable y, subrayémoslo, limitativa. ¿Por qué debe existir buen orden en el placer de comer y no en la sexualidad?
Otro ejemplo: el automóvil no está pensado para matar, sino para servir y gozar, pero liquida con mucha eficacia. Por muy lleno que esté de protecciones, a nadie se le ocurre loar el uso inmoderado del coche. Todo lo contrario, su conducción está repleta de normas y limitaciones.
¿La conducción de nuestra sexualidad debe ser menos responsable? De ahí que la revista de referencia THE LANCET publicara un artículo firmado por numerosos expertos, que remarcaba la importancia de la fidelidad, el retraso en el inicio de las relaciones sexuales, y advertía sobre el uso del condón como protección. Este diagnóstico es semejante, que no igual, al que establece la Iglesia.
Entonces, ¿por qué esos ataques a la institución católica? ¿Por qué les molesta su moral? En realidad, el Gobierno, y la sociedad deberían valorarla en mucho, porque fomenta un colectivo social que carece de conductas de riesgo. ¿Qué tiene de malo promover esta actitud virtuosa en la población?
Nadie se hace católico si no quiere y ningún católico sigue al pie de la letra la doctrina de la Iglesia si no lo desea. Allá cada cuál con su conciencia. Pero constatemos que quien en el uso de su libertad sigue lo que dice la Iglesia, ni sufre este tipo de enfermedades, ni las propaga, ni embaraza niñas, ni ellas son preñadas. ¿No desea el Gobierno que exista este tipo de ciudadano?
Asimismo, la Iglesia debería ser felicitada por ser la organización no gubernamental que atiende a más personas afectadas de sida. En su lugar se practica una crítica destructiva que daña a toda la sociedad, quizás porque en el fondo éste no es un debate sobre la prevención, sino un conflicto entre dos formas de entender la conducta humana. Una que se fundamenta en la responsabilidad del sujeto; otra que funciona sobre la base de la simple satisfacción del deseo. Esta última es la que auspicia el Gobierno. Pero sólo con el deseo de cada individuo, también el sexual, sin más normas, no puede construirse una buena sociedad; al contrario, se la demuele. Y eso no es doctrina de la Iglesia, es sentido común.
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