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Navidades laicas

Estamos en Navidad. Esto es, la festividad cristiana que recuerda el Nacimiento de Jesús en Belén hace dos mil años. La razón de su celebración y su justificación única es, pues, un hecho religioso propio de la comunidad cristiana. Lo que ocurre es que el cristianismo, tras dos mil años de impregnar la civilización occidental e inspirar la cultura europea, y muy en especial la española, ha adquirido tal fuerza como referente, que su presencia en el mundo actual resulta inseparable del modo de pensar y de actuar de la inmensa mayoría de la sociedad, digan lo que digan los pontífices del progresismo laicista.

Los aspectos en que la influencia del cristianismo se proyecta sobre la civilización accidental, y en particular sobre nuestro pueblo, son múltiples. Desde el pensamiento, las creencias, las tradiciones o las costumbres, hasta el arte en todas sus manifestaciones, no hay aspecto de la vida cotidiana en que no esté presente la huella del cristianismo. Su doctrina, valores, nombres, símbolos, ideas, o principios nos rodean por doquier en la vida diaria. Incluso los que se proclaman más radicalmente ateos, laicos, o alejados -cuando no enemigos declarados- del hecho religioso, evidencian la influencia que sobre ellos ejerce el cristianismo cuando mencionan pasajes de textos sagrados, utilizan expresiones coloquiales enraizadas en el lenguaje ordinario basados en ellos, e incluso se valen directamente de citas bíblicas; campo éste cuyo amplio repertorio remite al innegable conocimiento de los textos y la doctrina de la que se reniega: "Vete al infierno", "Ser un ángel", "Poner la otra mejilla", "De milagro", "Ser un Judas o un buen samaritano", "El hijo pródigo", "La paciencia de Job", y mil más. O sencillamente saludar a otro diciéndole: adiós.

Consecuencia de tal realidad es que la Navidad haya trascendido su dimensión propia de celebración estrictamente religiosa para ampliarse a ámbitos más amplios y ser vivida también a nivel profano, como hecho social, aunque, más que como festividad civil, como época presidida por un espíritu especial que requiere ser vivida de modo distinto. Pero siempre bajo el referente del hecho religioso que la inspira. Como ocasión para poner acento especial en el cariño y la unión familiar, el amor fraterno, la caridad, y otros valores semejantes, siempre bajo el catalizador de lo espiritual. Porque la Navidad, o es una celebración cristiana, o no es nada.

Cuando éste es el estado de la cuestión, la nueva Inquisición que desde hace unos meses ha retomado vida tras la última explosión de la democracia en España ha decretado, en aplicación de la más cerrada intransigencia, que de Navidad como fenómeno religioso, nada. Que de manifestaciones externas que colaboran a crear el ambiente religioso propio de la fecha, menos. Que eso es retrogrado y oscurantista, propio de conservadores fachas y beatos. De modo que fuera nacimientos, fuera belenes, fuera villancicos, fuera Reyes Magos, fuera angelitos y estrellas en la decoración callejera, fuera textos alusivos a la paz, la caridad, o el amor, y fuera toda clase de manifestaciones ofensivas semejantes. Porque, además de contrarias a la pluralidad -dicen los inquisidores de la llamada tolerancia- son provocaciones que hieren la sensibilidad de islamistas, budistas, agnósticos, y otras minorías.

Así que, en el país donde homosexuales y lesbianas son libres para casarse y hacer ostentación de unas conductas que hieren la sensibilidad más que los villancicos; donde se celebran bodas y bautizos civiles; donde el aborto es legal, donde se reparten drogas y preservativos, eso sí, "con afán preventivo o terapéutico", la televisión envilece a la gente con la más infecta basura o los violadores, estafadores y corruptos están en la calle, celebrar la Navidad según la milenaria tradición cristiana de nuestro pueblo y nuestra cultura, tan hondamente enraizada en España, es, si no delito -por el momento- sí provocación muy incorrecta políticamente.

Lo malo es que, además de sus componentes naturales, esto es, los pontífices del laicismo, los que siguen pensando que la religión es el opio del pueblo, en esta nueva Inquisición participan también, vergonzantemente, y contra natura, como para hacerse perdonar sus convicciones religiosas -bien tibias, por cierto- otros fiscales de segunda clase a los que falta gallardía para oponerse al atropello al que son sometidos los católicos. Se trata de los estúpidos acomplejados. De esos llamados antes "tontos útiles" y hoy acertadamente calificados de "maricomplejines".

Que son los que desde ayuntamientos, centros de enseñanza y otras instituciones y asociaciones, suprimen los concursos de belenes y villancicos, o las cabalgatas de Reyes Magos para implantar a Papá Noel. O los que prohíben, o toleran sin enterarse, que en la iluminación navideña de las calles figuren los Magos, las estrellas de Belén y demás símbolos navideños para ser sustituidas por muérdago, copas con burbujas y botellas de champán.

Tras las bodas de hombre con hombre, los bautismos civiles, y demás aberraciones de los últimos tiempos, ya hemos llegado también al fiasco de las Navidades sin Navidad; o peor, a la aberración de las Navidades laicas. Y mucho es de temer que no parará ahí la cosa. Porque al año que viene, "si Dios no lo remedia", tendremos el más difícil todavía de las Navidades islamitas. Los pastorcitos vestidos al modo tradicional, ya andan por las calles. Y mientras tanto, los "maricomplejines", tan contentos.

A pesar de todo, "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad". Y el deseo de que en el 2005 los Reyes Magos traigan un poco de cordura a esta pobre España desnortada a la que los demonios parecen haber enloquecido

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