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¿La Religión en la escuela? (Razones para su presencia)

En medio de tanto cruce de informaciones y declaraciones, considero que debo sumar mi punto de vista en un asunto que está inquietando a muchas personas y colectivos: a los padres cristianos, a los profesores, a los chicos y chicas que ya tienen capacidad para valorar lo que ocurre, y naturalmente a mí como obispo. Me refiero a la enseñanza de la religión y a las dificultades que encuentra para conseguir una presencia estable en la escuela.

Cuando ya parecía que todo estaba encauzado de un modo razonable, nos encontramos con una propuesta del Gobierno, que da un paso atrás y la deja de nuevo en una situación de total precariedad: no es evaluable, la alternativa es inadecuada y, sobre todo, da la impresión de que está tolerada solamente en virtud de unos pactos internacionales, pero no está valorada en su aportación a la educación integral de nuestros escolares ni como un derecho de los padres.

Tanto vaivén está haciendo, en efecto, que muchos se pregunten por las razones que pueda tener el Gobierno para quedarse tan corto en algo en lo que, por otra parte, sólo tiene un papel subsidiario. Y al mismo tiempo, es seguro que también se peguntan cuáles son los motivos que tienen los católicos para defender con seriedad y ahínco la presencia de la religión en la escuela. Sobre las razones del Gobierno y de ciertos sectores sociales, no puedo responder, porque en realidad no las conozco y, si la conociera o intuyera, no me corresponde a mí dar explicaciones de ellas. En cuanto a las razones de los católicos, sí que puedo dar una respuesta.

Cuando un católico defiende la clase de religión su único interés es que los escolares se formen en un modelo de hombre y de mujer que esté de acuerdo con las convicciones y la tradición del ochenta y pico por ciento de padres que optan por ella, y que constituye una gran mayoría digna de ser tenida en cuenta. Esos padres eligen una educación integral que le ofrezca a sus hijos las capacidades para tomarse en serio la vida y para transformar la sociedad en el progreso y el bien, pero teniendo en cuenta que son criaturas de Dios. Un católico quiere, en definitiva, que la escuela asuma la aportación de los valores cristianos.

Diálogo fe y cultura

Ante esta más que razonable pretensión de los católicos, muchos se preguntarán también -en unos casos negando y en otros afirmando la aportación de la religión en la educación de la persona-, porqué eso ha de hacerse en la escuela y no fuera de ella. Entre los que se hagan esta pregunta estarán, sobre todo, los que defienden que la religión pertenece exclusivamente al ámbito privado de la persona. La respuesta es: porque justamente esa afirmación es una gran trampa, además de una gran mentira. La religión es de cada persona esté donde esté, en la intimidad o en la vida pública, y es en la escuela donde se ponen las bases de la identidad personal.

Si los católicos defienden la presencia de la religión en la escuela es porque entienden que ésta debe continuar lo que los padres iniciaron en la familia: formar a sus hijos con un modelo de educación en el que no haya ruptura, sino diálogo, entre los saberes que reciben y la religión o creencias que profesan. Los alumnos asimilan su universo cultural, el que necesitan para manejarse en la vida con capacidad para estar en las relaciones humanas, sociales, laborales o culturales, no aisladamente, sino integrado en su persona; y por eso la religión ha de estar donde se desarrolla la personalidad de cada ser humano. Sólo de ese modo podrán interpretar la realidad y construir su vida sin que vaya la cultura por un lado y la fe por otro, como si fueran realidades que se pudieran separar.

La defensa de este derecho por parte de los católicos no es de trinchera, sino de servicio y diálogo: su interés no es otro que contribuir a una sociedad en valores, esos que tanto se añoran y parece que muy pocos están dispuestos a fomentar, pues se le niega espacios a quienes pueden ofrecerlos. Los católicos, conscientes de viven en una sociedad plural, quieren ser tenidos en cuenta y que se les reconozca el derecho a estar dignamente en la escuela. Ese derecho quieren ejercerlo ofreciendo a los chicos la religión católica como una materia más, con las mismas reglas del juego de la escuela, con carácter escolar y rigor académico. Un derecho que se ejerce en libertad, pues la enseñanza de la religión católica nunca en la España democrática ha sido obligatoria, sino opcional. A nadie se le obliga a asistir a la clase de religión.

Pero la obligación de tomarse en serio la religión en la escuela es también responsabilidad del gobierno, que ha de procurar que no sea una materia marginal ni en horario ni en la falta de una alternativa seria. La que se propone, Educación para la ciudadanía, sin negarle valor en sí misma, no parece ser una alternativa adecuada; ésta debería ser una asignatura que aproximara a los alumnos al hecho religioso, naturalmente desde una óptica aconfesional, para que, de ese modo, puedan interpretar las diversas manifestaciones de la religión en nuestro contexto cultural. Y eso no es obligar a estudiar religión, sino una asignatura tan necesaria como cualquier otra para una persona que quiera estar integrada en la sociedad.

Enseñanza religiosa escolar y catequesis

Me queda aún por plantear otra cuestión que, en ocasiones, sale también a relucir en el debate social: la distinción entre enseñanza de la religión y catequesis. Es cierto que los contenidos son los mismos, aunque no el contexto, el punto de vista y el planteamiento con que se presenta. La enseñanza religiosa se hace en la escuela con el objetivo de que el universo cultural, es decir, el sentido de la vida y del mundo que los alumnos y alumnas reciben en las diversas materias tenga la perspectiva de la religión a la que cada uno pertenece, por lo tanto, también como cultura. La catequesis, sin embargo, se realiza en el seno de la parroquia y es para iniciar a los chicos y chicas en la fe y en la vida cristiana. Por la catequesis se va asimilando un modo de ser y de vivir, el específico de los cristianos: se conocen las verdades en las que se cree, se adquieren unos comportamientos actitudes y hábitos propios de un seguidor de Jesucristo, participa en la vida sacramental, se adquieren unos compromisos de vida, especialmente de amor y servicio a los demás y de testimonio en palabras y obras de la nueva identidad que se va adquiriendo en ese periodo llamado iniciación cristiana. Eso es propio de todas las religiones y, naturalmente, también de la católica.

Insisto en que no pretendo otra cosa que aportar el punto de vista de los católicos en este debate social en torno a la educación y, en concreto, también a la enseñanza de la religión en la escuela pública, abierto a petición del Gobierno. Lo que sí deseamos de verdad es que se encuentre definitivamente una solución digna, estable y respetuosa con las religiones.

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