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A propósito del precio de las catacumbas

Creo que fue Spurgeon el que dijo que la mentira hace un viaje en torno al globo mientras la verdad se ponía las botas. Claro que esto no es excusa para coger los bártulos y largarse espantado de esta sociedad. La mentira ha encontrado su cauce natural en los medios de comunicación, sobre todo en aquellos que requieren menor empleo de neuronas. Últimamente, además, hay quien se está gastando un fortunón en lubricante para engrasar ese conducto y que el engaño cunda a velocidad vertiginosa. Al habitualmente tranquilo hombre honrado apenas si le da tiempo a sorprenderse, y de la noche a la mañana se encuentra con que su locuaz vecina ya es defensora a ultranza de las uniones multisexuales, de la experimentación con células maternas y de la clonación de los congelados sobrantes. No se le escapa al avezado hombre probo que la ignorancia y la facundia son aliados estrechos en el triunfo de la mentira, no por nada algunos se fueron encargando de esparcir sus semillas por la sociedad, y durante bastante tiempo han sido una quinta columna durmiente que esperaba su momento. Éste ha llegado de improviso en forma de revolución de la mentira que quiere poner el mundo al revés: lo que era malo, bueno; lo que era bueno, carca; lo que era matrimonio, zarandajas; y así sucesivamente. Enseguida la mentira ha hecho reacción con los otros elementos y ahora el hombre honesto y desconcertado contempla con horror la rápida actuación de esta levadura.

El hombre asustado de nuestro caso se encuentra también de repente con que alguien le recuerda que es católico, y le señala, y le ofrece una etiqueta ignominiosa para que se la coloque en la frente, a fin de que el populacho pueda zaherirle a discreción con insultos más o menos contundentes. El hombre amedrentado ve tendida la mano que le presenta la etiqueta y se detiene y duda. Dijo Bacon que no querer pensar es de cobardes. Pero nuestro hombrecillo no piensa, sólo siente miedo y rechaza la oferta, ¿adónde va él con una etiqueta de católico? No la necesita, se declara pluricultural, tolerante y laico. Otros dudan y siguen pensando, evalúan los precios que tienen ahora las catacumbas. Algunos han cogido la etiqueta, pero al mismo tiempo han emprendido el camino a los subterráneos, les amilana la sonrisa del vecino y el desprecio del locutor de televisión. Hay hombres, creyentes ellos, que musitan unas sabias convicciones, con voz apenas audible. Ay, ya dijo nuestro Gracián que sin valor es estéril la sabiduría.

Pero otros se resisten a callar y a mudarse, prefieren afirmarse en su fe, sea católica, democrática o en ambas. No renuncian a lo que son y toman el partido de la verdad desde sus creencias. No son fanáticos, que de estos también hay, pero menos. Se trata de los que utilizan la verdad para comprender, porque consideran que verdad y amor son la misma cosa. Recuerdan el lema de San Agustín: "Creo para comprender y comprendo para creer mejor". Además, ofrecen a la sociedad la verdad en la que fundan sus principios, aun a riesgo de recibir escupitajos. Sólo hay algo que, llegado el caso, se les puede reprochar, y es el olvido de las 'razones' de los otros. Ya dijo Popper que no es posible cambiar mediante el razonamiento una creencia a la que no se ha llegado a través del razonamiento. Y un amigo de Chesterton, Lord Hugh Cecil, vino a afirmar algo parecido: "La verdad puede entender el error, pero el error no puede comprender la verdad". Bueno, esto es un inconveniente pero al mismo tiempo una baza: se juega contra la incomprensión, pero se la comprende; se desafía al error, pero se está de parte de la verdad. En definitiva, no se impone, sino que se propone, porque el otro importa, pese a que odie, desprecie o no razone. No es menos que nosotros, vale lo mismo, al margen de cuál sea su conducta. Le pertenece la misma dignidad por la que nosotros luchamos, aunque él nos la niegue furibundo. La cuestión es que hay que mostrarle la verdad, una y otra vez, hasta que ésta se imponga por su propia fuerza: no hace falta ejercer otra, sólo la de la perseverancia, la de la fidelidad a lo cierto, la del compromiso con lo irrenunciable, aunque veamos cómo la mayoría renuncia a ello.

No bastan sabiduría y valor para afrontar este reto. También habrá que ser despierto y ponerse en el lugar del otro, porque muchas veces sucede lo que lamentaba Marañón, y es que parece como si los hombres nunca dijéramos lo que queremos, sino lo que los demás quisieran que hubiésemos dicho. Y otras veces habrá que armarse de paciencia y cambiar nuestros esquemas argumentativos, por lógicos que sean, a fin de llegar al alma del otro, pues no en vano Gracián, otra vez, aconsejaba: "Con los necios poco importa ser sabio, y con los locos cuerdo: hásele de hablar a cada uno en su lenguaje".

Tarea ímproba, desafío de titanes la vida humana, ni más ni menos, cuando trata de vivirse con plenitud y coherencia. Mejor esto que empezar a preguntar por el precio de las catacumbas. Aunque a algunos nos puedan partir la cara, siempre resultará más barato que lo que haya de pagar por esconderse y que el valor de lo que se deja atrás por miedo.

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