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Adaptarse o sobrevivir

Según la teoría de la evolución expuesta por Darwin, los seres vivos se adaptan a su entorno para sobrevivir. Pero no todos se adaptan por igual, lo que determina que sólo los más fuertes sobrevivan, conforme a la llamada selección natural.

Esto, trasladado al hombre, nos da esa famosa expresión de "adaptarse o morir", como consigna para sobreponerse a las condiciones adversas, para sacar la cabeza fuera del agua si ha subido su nivel, para conformarse a las circunstancias que trastocan la vida normal de las personas. También es famosa la idea que Lampedusa puso en la mente de su personaje, el Príncipe de Salina, en 'El Gatopardo', cuando se convenció de que todo tenía que cambiar para que todo siguiera igual, en aquel caso, sus privilegios de nobleza.

Conviene hacer este tipo de reflexiones cuando los cambios sociales se suceden con velocidad vertiginosa y se antojan casi revolucionarios en relación con varias de las cuestiones más fundamentales. Para muchos, por lo común gente de convicciones y principios firmes, desde la fe o desde el sentido común, estamos atravesando momentos verdaderamente traumáticos que exigen tomar resoluciones respecto a la actitud que se debe adoptar. Al margen de que, como decía San Ignacio de Loyola, no sea bueno hacer mudanza en tiempos de tribulación, lo cierto es que algo habrá que hacer cuando todo parece transformarse en derredor, hasta el punto de sentir una cierta presión vital que lo impele a uno a decir o actuar en algún sentido. Ante los acontecimientos que nos envuelven, delirantes muchos de ellos, como la aceptación del aborto, la eutanasia o las uniones contra natura, no son pocos los que recurren al lema de "adaptarse o morir", con la idea de superar este trance desagradable sin perder lo que les parece más importante, por lo general la comodidad a la que se está acostumbrado.

Esta actitud irenista no sólo resulta cobarde, sino que, a la postre, no da los resultados apetecidos. Suelo recordar que el hombre no es un simple animal condicionado por sus instintos, sino un ser diferente a todos los otros por poseer razón y libertad, dones que proporcionan un sentido a su vida que no sólo se realiza en el mero respirar, comer y dormir, sino que requiere la elaboración de un proyecto y la lucha por él a lo largo del devenir de sus años. Por estos motivos me atrevo a afirmar que el "recurso adaptativo", en los tiempos que corren, no asegura la supervivencia, salvo que nos consideremos animales vinculados únicamente a nuestras tendencias más elementales. Porque si el hombre es un ser racional y libre, aspira a vivir conforme a la verdad que le es posible conocer, y no sólo al albur de las circunstancias. Éstas no pueden ser óbice para desarrollar su proyecto, sobre todo cuando incluyen la inversión total de lo que supone el ser humano, de su realidad y su sentido.

Adaptarse no es una solución en las presentes circunstancias, sino una apuesta por la muerte y la extinción del hombre tal y como lo conocemos, ser personal e investido de dignidad irrenunciable. Hay que decirlo alto y claro: hoy, adaptarse es morir. El que de verdad desee sobrevivir deberá optar por la firmeza, por anclar su voluntad en el respeto a la verdad y aguantar el chaparrón del sinsentido. Tampoco se trata de recluirse, de obviar el entorno y transigir con que los cambios que me niego personalmente a aceptar colonicen el resto del mundo. Como nos enseñó Ortega, "yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo". Nada de silencio, por tanto, nada de ocultamiento, sino confianza en que el peso de la verdad es suficiente, no es preciso imponerla, ni es el camino. Sólo si somos capaces de proponer la verdad aseguraremos nuestra supervivencia.

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