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Amor libre

El amor es esencialmente libre. Al margen de cuáles puedan haber sido los motivos de atracción entre dos personas, éstas deben decidir tarde o temprano el vínculo que las une; de otra forma, la relación adolecerá de fragilidad e inconsistencia, y el menor cambio en las circunstancias que le dieron origen supondrá su defunción. El matrimonio ha sido, desde tiempos ancestrales y en todas las culturas -independientemente de los nombres y los ritos que lo han caracterizado- la forma convencional para instaurar ese vínculo libremente decidido. El consentimiento expresado por los contrayentes constituye el inicio de la vida en común elegida, con unas exigencias que se saben, aunque no se conozcan tan bien las personas que se casan y las peculiaridades que tendrá su unión.

Hay quien, recordando las antiguas imposiciones familiares en materia matrimonial, niega que en otros tiempos se respetase la libertad, y por tanto que el amor estuviese presente en el matrimonio. Yo pienso, como Frankl, que el hombre es ontológicamente libre y que siempre tendrá, al menos, la libertad para decidir cómo acepta las circunstancias en que se ve envuelto.

Pero en el caso del matrimonio hay algo más, y se relaciona con un error muy extendido. El consentimiento matrimonial, ese que hacer surgir el vínculo, se refiere tanto a la persona con la que se contrae como a la naturaleza de la relación que desde ese momento va a unir a las dos. El famoso "sí quiero" tiene un contenido mucho más denso que el superficial "me gustas" o "me apetece estar contigo" o incluso "estoy locamente enamorado de ti"; se refiere a que los contrayentes quieren a la otra persona como esposo o esposa, con todo lo que ello conlleva. La confusión apuntada, tanto como la también muy difundida ignorancia o indiferencia respecto a la trascendencia de esas palabras, provoca que la fragilidad señalada al principio sea inherente a muchos matrimonios, que nacen ya viciados por falta de libertad, no porque haya existido coacción a la hora de casarse, sino porque los contrayentes se han limitado a pronunciar su afecto del momento, sin comprender el alcance real de las palabras, sin adherirse con plena conciencia a su sentido profundo, sin llegar a comprometerse, en definitiva, como esposo o esposa con todas las consecuencias.

Nuestro tiempo nos ha provisto de elementos muy positivos que ayudan a elevar la riqueza de las relaciones de pareja, fundamentalmente por la libertad que hoy existe para que las personas de distintos sexos traben relaciones en todas las edades, y así puedan escoger sin imposiciones y con un cierto conocimiento a aquella otra con la que desean compartir su vida. Pero este innegable progreso, en la mayoría de los casos, no ha venido a enriquecer lo que ya se tenía -la antiquísima y eficaz institución del matrimonio-, sino que se ha ensoberbecido de sí mismo y amenaza con suplantar lo anterior. Está muy bien que las personas puedan conocer a varias posibles parejas antes de decidirse por aquella que será la compañera de toda la vida; pero olvidar las exigencias que implica la condición de esposo o esposa, como está sucediendo, resulta ser una pérdida mayor que la ganancia.

¿Qué sucederá cuando el afecto se vea mínimamente alterado por el transcurso del tiempo o por un cambio en las circunstancias? Que probablemente, si el matrimonio no estableció su unión sobre la asunción consciente de unos papeles concretos y perdurables, se lo replantee todo y postule la crisis. El saldo actual de divorcios y demás fracasos conyugales no es más que un reflejo de esta superficialidad con la que las personas se atan. En otro tiempo, aunque hubiese menos libertad para conocerse y para elegir a la pareja, sin embargo el ambiente social propiciaba que las personas contrajesen matrimonio siendo perfectas sabedoras de sus derechos y obligaciones como personas casadas. Al expresar su consentimiento, quizá todavía escuálido de afecto, sí que había auténtica entrega, porque cada uno se daba al otro como esposa o esposo, con pleno conocimiento de lo que ello suponía. Hoy el "sí quiero" se ha convertido en una fórmula caramelizada de cariño, pero una vez que se ha saboreado con arrobo durante un tiempo, se comprueba su falta de sustancia y el aburrimiento determina el fin de la relación, con todo el caudal de consecuencias negativas que estas precoces terminaciones arrastran. Habrá que recuperar la riqueza de siempre y las ventajas de ahora para que el matrimonio vuelva a ser la realidad sublime que está llamada a constituir.

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