» Baúl de autor » Angel López-Sidro López
¿Quiénes somos?
Despojados de identidad cultural, nacional y sexual, quedamos unos seres desarraigados y asexuados.
Prolifera una aterradora confusión acerca de nuestra identidad, que cada día que pasa se hace más patente en los medios de comunicación, esos reflejos o manipuladores de nuestra realidad.
Es claro que en tales foros se abomina, casi unánimemente, de la identidad religiosa cristiana, que no se defiende ni siquiera como propia de una cultura histórica de indiscutible raigambre entre nosotros. Ocurre en España y se traslada la misma actitud a Europa, con la consecuencia de dejarnos inermes ante la avalancha musulmana adveniente, que con tanto desprecio mira al ateo.
En esta España todavía nuestra se hace, cada vez con mayor cobardía, omisión o menosprecio de la común identidad nacional. Estamos lejísimos de otros países de nuestro entorno que, desde distintas tradiciones, no dejan de manifestar orgullo patrio, respeto a su bandera y unción ante su himno. Aquí, arrojados en brazos de grupúsculos nacionalistas cuya importancia se distorsiona, cuestionan incluso que seamos españoles, como si tal circunstancia se hubiese revelado de pronto como una careta que alguien nos puso mientras dormíamos y que no responde en absoluto a la verdad de las cosas. Esta actitud, unida a la tendencia de ignorar con férrea determinación qué pueda ser esa verdad que nos mencionan, regala un triunfo disparatado a quienes pretenden hacer pedacitos nuestra comunidad histórica.El paso más atrevido se está dando con una prisa superior si cabe, y consiste en disolver las diferencias propias de los sexos, en abolir esa rancia distinción entre hombres y mujeres para por fin reconocer que lo que vale es la tendencia sexual del momento: hoy se puede ser heterosexual, mañana lesbiana y pasado orgiáfilo, sin que importe volver atrás o ensayar formas nuevas, cuenta únicamente el ánimo con que se levante uno y, sobre todo, con quién le apetezca acostarse después. Realmente esas batallas feministas por la paridad, que nos llevan a aburrir el lenguaje empleando continuamente referencias masculinas y femeninas para que nadie se sienta discriminado, encubren una estrategia cuyo siguiente paso será la entronización de una nueva forma de hablar, sin géneros gramaticales, o con un nuevo género neutro en el que quepan las múltiples tendencias sexuales, existentes o por inventar, demasiadas ya hoy para hacer factible la comunicación.
En definitiva, despojados de identidad cultural, nacional y sexual, quedamos unos seres desarraigados y asexuados, que se conducen por el mundo en función de sus impulsos sentimentales y genitales, que no reconocen los logros que alcanzó el Derecho, ni entienden las fronteras que impuso la vecindad, ni saben nada de la trascendencia de su vida. Tal estado, muy similar al cavernícola, nos acerca al punto cero de nuestra evolución. Quizá es que algunos desean investirse con ínfulas adánicas y regresar a la noche de los tiempos, convencidos de que allí podrán hacer de su capa un sayo y reescribir el mundo a su manera.
Su arrasado cerebro ha olvidado que en tales coyunturas el hombre no puede sino reencontrarse con impulsos más altos, que todavía anidan más o menos latentes en su naturaleza, y volverá a preguntarse, como hicieron los primeros filósofos y han repetido las demás personas alguna vez en su vida: ¿quién soy? Qué bonito debe de ser enfrentarse a esta pregunta desnudo de toda identidad y revestido únicamente de inocente estupidez. Yo por si acaso, que me siento cómodo teniendo una idea bastante sólida de mi identidad, me dispongo a ir haciendo acopio y reserva de bienes espirituales, como hizo la Iglesia ante la invasión de los bárbaros, y es lo que aconsejo emprender, para que al menos nos quede la esperanza de alumbrar después de esto una especie de Edad Media: algo habremos avanzado.
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