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Caso Eluana: una conclusión provisional

Los hechos de esta trágica historia revelan que aún es posible la regeneración moral en Europa

Si hacemos el esfuerzo de dejar al margen convicciones religiosas, cívicas, humanitarias, ideológicas o de cualquier otra índole; si narramos los hechos con las palabras precisas, sin eufemismo ni disfraz, y hacemos oídos sordos al ruido mediático propagandístico de intereses enfrentados, el caso de Eluana Englaro es, en síntesis, el siguiente: cuando Eluana tenía 17 años sufrió un accidente de tráfico que la dejó en lo que los médicos llaman «estado vegetativo persistente», que significa que únicamente son detectables en su organismo las funciones vitales básicas inconscientes. En esta situación ha permanecido hasta hoy. Le han sido suministrados alimento y agua. No ha estado sometida a ningún tratamiento: sólo se la alimentaba.

Hace unos meses, el padre de Eluana solicitó al juez autorización para dejar de alimentar a su hija, con objeto de que ésta muriese de inanición. En primera instancia el juez denegó esta petición; sin embargo, el Tribunal de Apelación de Milán la autorizó, decisión que confirmó el Tribunal de Casación. Varias organizaciones de diverso carácter apelaron la sentencia ante el Tribunal de Estrasburgo, y éste rechazó el recurso argumentando que los recurrentes, al no estar directamente concernidos en el caso, carecían de legitimación para actuar en él.

El día que Eluana fue trasladada a un centro público para morir allí, se inició un detallado protocolo de actuación, según el cual se le empezaría a negar agua y alimento progresivamente; cuando sólo se le suministraba la mitad, el Gobierno italiano anunció que promovería una norma de urgencia que prohibiera, en general, negar la alimentación a cualquier ser humano. En ese momento, los responsables de aplicar el protocolo retiraron de golpe toda nutrición e hidratación a Eluana, a fin de provocar su muerte cuanto antes. Y ésta es la situación cuando se escriben estas líneas.

Según la propia lógica de este proceso, llama mucho la atención el cuidadoso esmero en elaborar un proceso tan costoso y detallado: si lo que se pretende es que Eluana muera, ¿por qué no un certero disparo entre las cejas, más rápido y barato, e igualmente indoloro y eficiente? Por una sola razón: porque la muerte de Eluana tiene que parecer un acto médico y una manifestación de humanitarismo, y un revólver no es instrumento que sirva a estos fines de imagen.

De lo cual se deduce una primera conclusión provisional, ya de índole ética, que el lector puede tomar como cínica o como esperanzada, a su gusto. Es ésta: queda aún alguna posibilidad de regeneración moral de Europa, cuando los que así actúan nos muestran que todavía distinguen —aunque sea muy vagamente— entre el bien y el mal con su hipócrita proceder.