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La vistosidad política de Zapatero

RODRÍGUEZ Zapatero acaba de cumplir seis meses en La Moncloa. Un dato poco discutible es que su llegada al Gobierno de la Nación ha sido todo menos anodina: los ciudadanos percibimos con claridad que ha habido un cambio de Gobierno. Es más, a mi modo de ver, uno de los elementos más característicos de la, todavía breve, 'era Zapatero' es su estrategia de 'visualidad política': se trata de que la sociedad visualice con claridad y persistencia el cambio; el objetivo es que a los ciudadanos nos resulte patente que las cosas se podían hacer de modo diferente a como las venía haciendo el Partido Popular, y que el cambio de Gobierno ha merecido la pena: tenemos antes nosotros -este es el mensaje que nos quieren hacer llegar desde La Moncloa- un Gobierno con ideas, progresista, lleno de iniciativas, cercano a la sociedad y, por supuesto, con un talante envidiable.

La 'política de eslogan' -"España va bien"- ha sido sustituida por una política vistosa, cuyos principales ingredientes son, por una parte, los gestos y, por otra, la adopción de medidas políticas que tienen, en la mayoría de las ocasiones, una intencionalidad clara, "que se note que gobernamos nosotros".

Es preciso reconocerle a nuestro presidente su dominio de los gestos: nada más tomar posesión del cargo, muy acertadamente, fue a depositar un ramo de flores en Atocha, en memoria de las víctimas del infausto 11-M y a visitar en dos hospitales madrileños a las víctimas convalecientes del salvaje atentado y a la que entonces era la última mujer maltratada. Sin bucear en la hemeroteca reciente, me vienen a la cabeza, como gestos de Zapatero a lo largo de estos seis meses, la recepción a los presidentes autonómicos en el palacio de La Moncloa con la bandera de su respectiva comunidad, la fotografía con Chirac y Schroeder como negativo de la famosísima 'foto' de Aznar en las Azores, la decisión de comparecer voluntariamente ante la comisión parlamentaria del 11-M, la convocatoria por primera vez en nuestra historia de una conferencia de presidentes autonómicos o la rehabilitación póstuma, por ley, de Companys.

Pero, aparte de esta política gestual, se encuentra lo que cabría calificar propiamente como 'política vistosa': medidas políticas dirigidas, sobre todo, a "que se note que gobernamos nosotros". La fulgurante decisión de retirar de Irak las tropas españolas hay que encuadrarla en esa táctica. Que la primera ley aprobada por el Gobierno de Zapatero haya sido la ley integral contra la, mal denominada, violencia de género es una muestra clara de que para nuestro presidente es muy importante el carácter simbólico de sus decisiones: el Gobierno está junto a las mujeres y especialmente con aquellas que son objeto de violencia, es el mensaje. No se trata sólo de intentar resolver un problema lacerante, sino de hacerlo pronto, manifestando así una especial sensibilidad ante un problema escandaloso.

La duda que suscita la visualidad política de Zapatero es si el presidente y su equipo no estarán reduciendo, o al menos subordinando peligrosamente, las medidas políticas a las exigencias del marketing político. Como es sabido, en el marketing resulta imprescindible que el producto que se pone a la venta se diferencie netamente del de la competencia. Puesto que la economía y la lucha contra el terrorismo no admiten elementos diferenciadores respecto a la política que venía desarrollando el PP, la diferencia se traslada a las formas (el famoso talante) y a la ideología (educación, familia y religión), con alguna concesión, en la medida en que la política económica lo hace posible, a lo social (plan de vivienda, becas y subida de las pensiones mínimas).

Así que las medidas políticas reales -no meramente gestuales- que mejor permiten visualizar el cambio político acaecido con el advenimiento de Zapatero son las que más carga ideológica poseen, que tienen además la ventaja añadida de ser enormemente baratas. La suspensión de la Ley de Calidad de la Educación del PP, con el regreso a la llamada enseñanza comprehensiva, o sea, igualitarista, de la LOGSE y la desaparición del carácter evaluable de la asignatura de Religión, la apuesta por el 'divorcio rápido' -no vaya a ser que una pareja se lo piense mejor después de una crisis y decida salvar su relación-, el anuncio de que se podrá investigar con células madre embrionarias -por supuesto, sin dar una solución satisfactoria al verdadero problema, que es la financiación de la investigación en España- y la decisión de equiparar plenamente las parejas homosexuales al matrimonio representan ejemplos suficientemente elocuentes del interés del Gobierno de Zapatero en que se visualice que nos encontramos ante un Gobierno 'progresista'.

Hay dos posibilidades: que realmente Zapatero sea tan ideológicamente radical como lo está siendo su política o que lo haga por puro afán de vistosidad (hay una tercera posibilidad: que efectivamente sea radical y haya descubierto, además, la vistosidad política de su radicalismo). Pero, sea la que fuere su motivación última, el hecho es que la intensa carga ideológica con que gobierna Zapatero resulta lamentable porque introduce elementos de radicalización en la vida española, con el peligro que ello conlleva, y contradice su supuesto talante dialogante. Su repelús hacia la asignatura de Religión, por la que optan los padres del 75% de los escolares españoles (el 72% en centros públicos), va contra lo que claramente demandan los ciudadanos. Su pretensión de equiparar las parejas homosexuales con el matrimonio contenta a un sector marginal de la sociedad, atenta contra las convicciones de una parte mucho más amplia de la sociedad y tira por la borda, sin un debate social adecuado, una institución milenaria.

En fin, la apuesta del presidente del Gobierno por el radicalismo ideológico constituye un experimento peligroso, que sin duda va a traer a la vida social española una crispación que no beneficia ni a la sociedad ni, tal vez, a su partido. El tiempo dirá lo que da de sí una política basada en la vistosidad.