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Belenes y belenes

Tras el pretencioso ejercicio de tratar de inventarse hasta la manera de iluminar las calles para la fiesta de Navidad, trazando renglones y palabritas luminosas como para enseñar a las gentes a escribir, como ha ocurrido en Madrid; o tras descubrir de pronto que los villancicos tienen una letra de sentido religioso, tras haber quitado belenes en la calle y comenzado a hablar de Paisaje de Invierno, como los revolucionarios franceses llamaban mes Nivoso a estos días, y cosas por el estilo más bien pretenciosas igualmente, pero que recuerdan otros aconteceres más siniestros que las acompañaron históricamente, quizás sea interesante recordar que, de todos modos, esto del belén comenzó ya con algún ruido.

Parece que fueron San Francisco de Asís y sus compañeros los primeros en montar con figurillas de barro un belén o nacimiento; esto es, una escena bíblica que, por lo demás, ya se venía representando como teatro en las iglesias, pero que, luego, al convertirse en una composición plástica libre según la espontaneidad popular, a los poderes del tiempo, políticos y eclesiásticos, no les gustó nada. Vieron enseguida algo peligroso en el hecho de que el establo con el Niño estaba en el lugar central, y la residencia de los señores, el castillo de Herodes, se veía lejos, en segundo plano y como sin importancia; y, que los pastores y las otras gentes iban a ese establo con presentes, pero no al castillo, y los Reyes Astrólogos de Oriente hacían lo mismo. No era buena propaganda, por lo menos, y se prohibió montar belenes. Buena gana se tenía de que se armase un belén en cualquier momento. A cuenta de esta historia.

Luego, se vio que el belén tenía crítica e ironía para todo el mundo, pero también llenaba de alegría y, mal que bien, se interiorizó el asunto, y se aceptó que al fin y al cabo había que entender que los valores que subrayaba la escena bíblica no eran los del mundo. Y quizás luego se encaminó todo eso hacia un cierto lirismo o costumbrismo, pero de todas maneras el belén significaba algún remusguillo, y las gentes, cuando se trata de referirse a un alboroto de protesta siguen diciendo no en balde: Se armó un belén o Aquí va armarse un belén. O también al enfrentarse a una dificultad: ¿Menudo belén es ése!

En los países de cultura protestante, en vez de junto al belén, estas fiestas navideñas se celebran en torno al árbol lleno de luces, un símbolo de Cristo Lux del Mundo o Sol Invictus, y, en ciertos países del norte de Europa, se incorporaron luego leyendas navideñas como la de San Nicolás, o Santa Claus, y, más en el plano comercial, el famoso Papá Noel, el hombrecito con casaca roja y barbas de algodón que debió de tener su gracia en otro tiempo, pero que multiplicado por centenas pierde todo encanto. Y también había sus leyendas navideñas en España, pero sobre todo las veladas de estas fiestas estaban más bien presididas por los villancicos y entretenimientos.

No sólo por Navidad, desde luego, pero sí de modo especial, se tenían en la España clásica algo así como sesiones caseras de agudezas y sales, como se llamaban esos entretenimientos domésticos para la noche que se consideraba más larga y feliz. Había tiempo para todo; se hacía una cena muy sencilla pero suculenta como lo es toda la cocina pobre, se cotilleaba, y se jugaba a los naipes o a los dados, o se hacían comedias caseras, pero de modo inexcusable se reservaba un tiempo para contar chistes, y sucedidos, pero, sobre todo, para hacer ejercicio de ingenio a este respecto.

El ingenio ya se mostraba en la disposición de los belenes; en la justeza de los anacronismos, por ejemplo, que había en él, y que eran necesarios para sugerir lógicamente que aquello allí escenificado tenía que ver con nosotros; y el ingenio de Navidad produjo letrillas admirables por su encanto, y diálogos llenos de causticidad. A veces, se resbalaba un poco, y entonces se veía que la sal era algo gruesa; aunque nunca como ahora ocurre, pongamos por caso en la televisión de cada día y cada noche, que es la que hace las gracias. Cosas como éstas no hubieran pasado entonces, pero no por falta de libertad, sino por la presencia del belén, y de la civilidad y la alegría.

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