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Benedicto XVI: libertad, confianza y comunión

¡Qué fácil habría sido elegir un Papa joven, guapo, sin "antecedentes"!

Para comenzar, nuestra gratitud se dirige al Espíritu Santo, que es quien ha inspirado en última instancia la elección de Benedicto XVI como sucesor de Juan Pablo II. Esta Iglesia es la Esposa de Cristo, y nadie tiene más interés que Él en cuidarla. Dicho lo cual, no podemos olvidar que la acción divina se lleva a cabo a través de mediaciones humanas, y es justo también agradecer a los cardenales de la Iglesia Católica la libertad de espíritu, confianza en Dios, e interna comunión con la que han procedido en esta elección:

Libertad de espíritu: ¡Qué fácil hubiese sido dejarse condicionar en esta elección del cardenal Ratzinger, por el temor a una más que previsible hostilidad mediática, que a la postre podría dificultar la deseable buena acogida de los fieles católicos! Una Iglesia que procediese en base a estos cálculos de imagen, que buscase el aplauso de los hombres por encima de la voluntad de Dios, que hiciese de la corrección política su bandera... jamás hubiese elegido a Joseph Ratzinger como sucesor de Juan Pablo II. Los cardenales han procedido con evidente libertad de espíritu, buscando el bien de la Iglesia y la humanidad, antes que su complacencia.

El cardenal alemán, a diferencia de Karol Wojtila, accede al papado con una imagen notablemente "desgatada". No en vano, ha recibido muchos zarpazos en la defensa de la fe. Está claro que no estamos ante una de esas personas que hacen carrera eclesiástica a costa de esquivar los problemas ingratos y de buscar en cada momento el lugar más cómodo en el ministerio eclesial. Accede al papado un cardenal mártir de la fe.

Confianza en la Providencia: La elección ha recaído en un candidato de edad avanzada -la misma edad de Juan XXIII- y con una salud puesta a prueba. Cabe extraer la interpretación de que estamos ante un pontificado de transición, en el que después de una figura tan carismática como Juan Pablo II, se ha querido dar tiempo para madurar la elección de un Papa más joven. En cualquier caso, en mi opinión, la clave para entender esta elección está en el impacto que ha tenido en toda la Iglesia el testimonio de la vida, enfermedad y muerte de Juan Pablo II. Su testimonio ha sido definitivo de cara a trasmitirnos confianza en la Divina Providencia, permitiéndonos obrar con mayor libertad evangélica por encima de otros cálculos humanos.

Baste recordar las voces de alarma que se levantaron sobre la "imagen patética" que el Papa estaba dando al mostrar a los ojos del mundo su decrepitud. ¡Se temía que la imagen de la Iglesia pudiera resentirse! Y luego resultó que aquella enfermedad y muerte "publicas" ganaron más corazones para Cristo que los planes pastorales desarrollados en plenitud de cualidades humanas.

Esta es la gran lección recibida del pontificado de Juan Pablo II, así como de su "buena muerte": que nuestra única preocupación sea vivir santamente, dando gloria a Dios y sirviendo humildemente al hombre, y dejemos en manos de Dios el cuidado de nuestra imagen. ¡Nuestro público es Dios! Ocupémonos de sus cosas, que El ya se ocupará de las nuestras.

Comunión eclesial: Nos habían calentado la cabeza hasta la saciedad con las quinielas de los papables, y con los supuestos encuadramientos ideológicos entre los cardenales conservadores y progresistas. A tenor de las informaciones que estábamos leyendo y escuchando, algunos podrían haber creído que la fe y moral católica podría cambiar, dependiendo del cardenal en el que recayese la elección. Y, sin embargo, pocas veces ha visto la Iglesia en su historia una elección tan rápida y tanta unánime del sucesor de Pedro; claro indicio de que la comunión en el colegio cardenalicio es muy superior a la supuesta.

Más aún, si existiese humildad para hacer la debida autocrítica, habríamos de admitir que es absurdo juzgar la fe católica desde los parámetros políticos a los que estamos acostumbrados (izquierda-derecha, conservador-progresista). Se trata de términos extraños e inapropiados para designar el ser de la Iglesia, y más todavía, si cabe, para referirse al depósito de la fe custodiado por ella.

Para botón de muestra, acordémonos de la reiterada acusación dirigida al pontificado de Juan Pablo II: ¡¡ha sido progresista en temas sociales y conservador en las cuestiones morales y eclesiales!! Lo cierto es que fue -como lo será Benedicto XVI- simplemente fiel y coherente, sin aceptar la doble vara de medir de nuestra cultura. Por poner un ejemplo, ¿tendría sentido que quien lanzó su voz contra la guerra, no hubiese defendido al mismo tiempo la vida humana desde su fase embrionaria hasta su muerte natural? La incoherencia se da tanto en compaginar el belicismo de la política internacional con los valores provida, al estilo de Bush; como en predicar la alianza de culturas con el desprecio de la vida humana ya concebida, al estilo de Zapatero.

No es cuestión de dejarnos arredrar por las críticas que estamos escuchando contra la elección de Benedicto XVI. Por desgracia, sabíamos de sobra que los enemigos de Juan Pablo II se habían de convertir también en los opositores de su sucesor, fuera quien fuere, antes o después, en cuanto comenzase a ejercer su ministerio petrino. Y es que; su problema no es el Papa, sino el Papado. ¡No nos confundamos!

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