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Las cuatro almas de los católicos

Unos se preocupan por la familia, otros por la solidaridad, otros por el Misterio de la Iglesia, otros por la vida espiritual... El problema se presenta cuando cada tendencia se considera la única válida y menosprecia, cuando no critica, a las demás.

Nuestro tiempo vive cuatro fracturas que han generado reacciones, respuestas y acomodos de la sociedad. Los católicos, una comunidad viva, no constituyen una excepción a unos efectos, como lo constatan las cuatro respuestas, las cuatro "almas" que han creado.

Ante la ruptura antropológica y su pretensión de alterar la condición y la naturaleza humana a golpe de leyes y tecnología, se ha alzado la Primera Alma, centrada en la defensa de la vida humana desde la concepción hasta su muerte natural; de la familia entendida como lo que es, aquella unidad formada por hombre y mujer, que asume un compromiso público ante la comunidad y que es capaz de dar continuidad al género humano. En definitiva, ahí surgen todas las vocaciones que sitúan en primer plano la protección de la condición humana, partiendo de su naturaleza y realidad antropológica.Existe una Segunda Alma que vive apasionadamente la solidaridad como respuesta a la ruptura que entraña la injusticia social en tiempos de abundancia que la globalización muestra cotidianamente. Ser solidario y redistribuir sería, en esta opción, la mejor forma de expresar la fe.

La tercera gran ruptura -decía- es la del hombre y la mujer desvinculados de toda tradición, religión y comunidad. El resultado son gentes incapaces de todo compromiso fuerte. Ante ella se ha construido la Tercera Alma como respuesta, la del sentido de pertenencia a la Iglesia, Una y Santa, y al tiempo encarnada en las miserias y debilidades de la historia, de la vida humana. Ella nos ofrece la Tradición, el Magisterio y la Liturgia; el rito, que nos permite, con Saint-Exupèry, saber que "es bueno que el tiempo que corre no nos produzca la impresión de algo que nos gasta y que nos pierde, en lugar de algo que nos realiza y madura". Contra la desvinculación, el compromiso y la pertenencia a una comunidad y a un pasado, porque con el poeta sabemos "que ningún tiempo se basta por sí solo para explicárnoslo todo".

Contra la idolatría política, la cuarta y más vieja de las rupturas de nuestra época, que antepone la disciplina política y cualquiera de sus categorías, razón de Estado o consigna de partido, a la vida y a la fe, se rebela la Cuarta Alma como respuesta de la fe vivida en su dimensión más religiosa; esto es, más atada íntimamente a Dios, que llena así todo horizonte y toda experiencia, la que quisiera ver expresada en mayor medida en las formas visibles de la Iglesia.

Entendidas como vocación personal, todas y cada una de ellas son magníficas vías de afrontar nuestro mundo. El problema se presenta cuando cada una se considera la única válida y menosprecia, cuando no critica, a las demás. A veces incluso les niega el reconocimiento, proclamando así el escándalo de predicar el amor a grandes categorías (a la vida, a la justicia, al compromiso o a la espiritualidad) y negándoselo a la persona concreta que tiene al lado. Afirma el diálogo interreligioso y ecuménico al tiempo que niega la palabra al compañero católico, simplemente por vivir la fe mediante una vía que no es la suya. Y es que en el fondo subyace un error.

No existen cuatro almas, porque todas ellas son sólo facetas de la única alma de la Iglesia. Por eso debemos acabar con nuestras divisiones. "Amémonos unos a otros ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios "(Jn 4,7).

O si se quiere, en plan sencillo, ¡al menos hablemos!

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