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La lección de Ratisbona

Grande polvareda la que ha levantado la alocución del Papa Ratzinger en Ratisbona. Lo más radical del mundo islámico se ha echado a la calle, en plan gritón y amenazante. Lo más progre de Occidente se ha echado a los papeles para opinar que el Papa no debería opinar. Si la piedra de escándalo ha sido una cita sacada de madre, lancemos la piedra al agua de su contexto y tratemos de extraer lecciones de cada uno de los círculos concéntricos.

Empecemos por la cita en cuestión. No por su contenido, de sobra conocido a estas alturas, sino por su mismo carácter de cita. Quienes critican al Papa olvidan que las citas eruditas motivan, sugieren, enriquecen el discurso, pero no tienen por qué reflejar de pe a pa la opinión de quien las utiliza. Olvidan que el arte de la hermenéutica, la distinción de géneros, los sutiles matices en las intenciones del lenguaje, los cambios de registro retórico y de tono, son claves imprescindibles de lectura. Quien prescinde de estas claves hace en realidad una lectura grosera de lo que no deja de ser un discurso académico. ¿Qué deberíamos censurar, la cita como tal o bien la lectura grosera, incluso tendenciosa, de la misma?

La cita ha sido interesadamente aislada de la conferencia en la que se hallaba inscrita. Con ello se ha perdido de vista el mensaje esencial de esta pieza académica. El Papa habla de las relaciones entre fe y razón, en un plano teológico y también histórico. Sostiene que ambas, razón y fe, son compatibles y mutuamente necesarias. En continuidad con esta idea, manifiesta que actuar contra la razón ofende a la esencia de Dios, y que la forma adecuada de comunicación de la fe es la argumentación racional, el diálogo libre que puede llegar a convencer. Nunca la violencia. Puestos a extraer citas del papal discurso propongo que nos fijemos en esta: «Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por lo tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas. Para convencer a un alma razonable no hay que recurrir a los músculos ni a instrumentos para golpear ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar a una persona de muerte». Estamos, por tanto, ante un alegato a favor de la razón, de la libre discusión y contraste de argumentos, y claramente contrario a toda forma de violencia. Ha sido, sin embargo, contestado con violentas amenazas sin argumentos. ¿Qué deberíamos censurar, la tesis de quien aboga educadamente por la razón, o bien la respuesta histriónica de quienes pretenden acallarlo por la violencia?, ¿quién debe aquí pedir perdón?

La conferencia del Papa Ratzinger fue pronunciada en un foro universitario. La Universidad -invento cristiano, por cierto- ha sido históricamente, y debería seguir siendo, un hogar de universalidad, un territorio de libertad, especialmente de libertad de pensamiento y expresión, un templo de la crítica y de la discusión racional. Porque la razón, que nos hace humanos, es común a todos los humanos. Se da la circunstancia de que el Papa, en su lección de Ratisbona, defiende precisamente este espíritu universal y esta forma de entender la Universidad. Es cierto que algunas universidades islámicas, que han sido libres en un pasado no muy remoto, que deberían haber heredado el espíritu de racionalidad de un Averroes o de un Avicena, se han convertido recientemente, bajo la presión de los más radicales, en simples centros de adoctrinamiento. También es cierto que algunas universidades occidentales empiezan a avergonzarse de Occidente y de sus valores, entre ellos los valores de la razón y la libertad. Pero ante esta situación, ¿a quién deberíamos criticar?, ¿a quién sigue defendiendo el tradicional espíritu universitario, o bien a quién pretende abolir mediante amenazas la libertad de cátedra y de debate?

La Universidad a la que nos referimos está situada en el corazón de Europa, y por tanto de Occidente. El Papa desarrolla a lo largo de su alocución un argumento sostenido a favor de los valores y raíces propias de Occidente, grecolatinas por un lado y judeocristianas por otro. Rechaza toda deshelenización del cristianismo, porque el logos de los griegos no es ajeno al Dios cristiano que él predica. Asume, no sin crítica, los elementos positivos de la modernidad ilustrada, y pone de manifiesto el valor del progreso científico y técnico. Somos, los europeos, fruto de esa historia, nuestros valores actuales y nuestra forma de vida nace de esas raíces, que a un tiempo respetamos y sometemos a crítica. Toda esta constelación de valores y formas de vida han estado expuestas históricamente a amenazas del más diverso tipo, externas e internas. Actualmente se ven amenazadas por el fanatismo y la violencia terrorista. ¿Debemos criticar a quien defiende las raíces y valores occidentales, o bien a quien se manifiesta violentamente en contra desde el fanatismo? Si exigimos arrepentimiento a quien critica la violencia y habla a favor de la razón, ¿no estamos haciendo más fuertes a los violentos? Si pedimos silencio a quien osa criticar el yihadismo, ¿no estaremos dejando desamparados a la mayoría pacífica de los musulmanes?, ¿no estaremos consintiendo el advenimiento de 'Eurabia'?

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