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Las diferencias

El diario El País está a favor de las diferencias culturales, incluso las informativas, pero preconiza una arcaica igualdad en la enseñanza. Desde esa dialéctica se empobrece la libertad y se limitan los éxitos escolares.

El fundamentalismo laicista acaba a veces en fariseísmos inquisitoriales, con pérdida creciente de credibilidad. Por esto, mi independencia me anima a apoyar a la Comunidad de Madrid, que practica una política educativa bastante coherente.

Sólo desde prejuicios arraigados no se entiende que la concertación en la enseñanza libera fondos a favor de la escuela pública. Entre otras razones, porque los nuevos centros son construidos a expensas de la iniciativa social, no de erarios oficiales.

En tiempos de Leguina se construían institutos junto a colegios privados: un gasto innecesario, más aún porque los padres preferían seguir enviando a sus hijos a los centros existentes. Para remediar los desaguisados, políticos como Rafael Simancas remedarían normas de admisión de alumnos como las más o menos impuestas en La Mancha o en Andalucía, hasta que los Tribunales recuerdan y aplican las exigencias constitucionales.

También los magistrados españoles entienden que no hay segregación en la enseñanza diferenciada.

Es una opción libre, que depende sólo de la decisión de los padres. Los míos me llevaron a una academia mixta, por razones más prácticas que ideológicas. Gracias a la Academia Audiencia, en la calle del Prado, sobrevivía el amigo víctima de las depuraciones de posguerra.

La coeducación se impuso por razones pragmáticas: acelerar la escolarización, aunque sufriera la calidad. Por eso ahora se experimentan otras soluciones, aceptadas por Tony Blair o Clinton.

Lástima que aquí perviva un autoritarismo laicista, relevo del confesional. El intervencionismo, hoy y ayer, ahoga la libertad con la imposición ideológica.