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El problema de Dios y la existencia del mal
En mi artículo anterior '' El problema de Dios y la creación'' , opinaba que una de las principales causas de la negación de Dios, o de ponerlo entre paréntesis, es la existencia del mal en el mundo. La cuestión sería: ¿cómo es compatible un Dios Todopoderoso, infinitamente sabio, justo y misericordioso con la existencia de tantos dolores, que de muchas maneras afligen al hombre de todos los tiempos?
Se podría comenzar diciendo que una buena parte de los males y sufrimientos que padece la persona humana se deben a su propia libertad o a la de sus semejantes. Pero surge la pregunta inmediata que no quiero escamotear: si el Dios bueno nos creó para la felicidad, y el libre albedrío da ocasión de ser bueno, pero también de ser malo, ¿por qué nos hizo libres? Es más: ¿por qué se arriesgó dotándonos de una facultad que se volvería incluso contra Él? "¿Por qué -se pregunta Lewis- nos dio Dios libertad para escoger si sabía que la gente usaría esa libertad para causar tanta frustración en sí mismos y tanta miseria en otros?"
Ya Homero escribe en La Odisea una queja de Zeus, que se expresa así: "¡Ay, cómo culpan los mortales a los dioses!, pues de nosotros, dicen, proceden los males. Pero también ellos por su estupidez soportan dolores más allá de lo que les corresponde". Pero vamos a dejar que sea el converso Lewis quien responda al problema de la libertad. Es un hombre que soportó intensos dolores en su vida, pero logra entender la libertad, aunque tantas veces sea causa de esos males. En su obra El mero cristianismo , puede leerse: Dios quiere el libre albedrío porque "aunque haga posible el mal, es también lo único que hace que el amor, la bondad o la alegría merezca la pena tenerse. Un mundo de autómatas -de criaturas que funcionasen como máquinas- apenas merecería ser creado". En su libro El problema del dolor , afirma: "Si tratáramos de excluir el sufrimiento, o la posibilidad del sufrimiento que acarrea el orden natural y la existencia de voluntades libres, descubriríamos que para lograrlo sería preciso suprimir la vida misma". Lo que sucede es que desearíamos una libertad de dioses, o más bien una libertad con la que los demás no nos dañasen, mientras que a la nuestra se le permitiese todo. A veces nos molesta la libertad ajena pero ¿seríamos capaces de renunciar a la nuestra? Porque Dios es Omnipotente, pero no puede hacer cosas contradictorias: no puede crear hombres con libre albedrío y a la vez restringir su voluntad libre. Tal vez está el secreto en otras palabras de C. S. Lewis: "Dios diseñó a la máquina humana para funcionar con Él. El combustible con el que nuestro espíritu ha sido diseñado para funcionar, o la comida que nuestro espíritu ha sido diseñada para comer es Dios mismo... Dios no puede darnos paz ni felicidad aparte de El, porque no existen. No existe tal cosa".
Dios nos ha creado libres porque nos ha hecho a su imagen y semejanza. Y porque nos ha destinado a la felicidad, fue necesario que se pusiera a Sí mismo como objeto de aquella. En su infinita bondad, lo más que podía otorgarnos era dársenos como fin. Pero no lo quiso de modo servil, sino libre. "Dios ha querido que seamos cooperadores suyos, ha querido correr el riesgo de nuestra libertad... Dios condesciende con nuestra libertad, con nuestra imperfección, con nuestras miserias", escribió san Josemaría, que también afirmaba que Dios, al otorgarnos la libertad, ha querido, para cada hombre, una historia verdadera, no de robot ni marioneta. Pero es evidente que, cuando la libertad pierde su norte, produce múltiples males y dolores, de tanto mayor alcance cuanto más alta es la fuente de donde proceden: piénsese en legisladores, creadores de opinión, moda, etc.
Aún nos quedaría una consideración: ¿qué decir de aquellos sufrimientos que no proceden de la mano del hombre? ¿Son un fracaso de Dios? ¿Constituyen la prueba de su ausencia?
Habría que referirse, en primer lugar, a "un Poder Oscuro en el universo... El Poder detrás de la muerte, la enfermedad y el pecado... (que) fue creado por Dios y (que) era bueno cuando fue creado y que fue por mal camino". Lewis afirma que este poder de las tinieblas es "el príncipe de este mundo" y ahora vivimos en "territorio ocupado por el enemigo". Naturalmente este mundo actual no es muy dado a la creencia en el demonio, pero explica muchos sucesos que ocurren, sin necesidad de acudir a manifestaciones espectaculares.
Pero no es esa la única explicación de nuestros dolores y quebrantos. Hay otra más misteriosa y no menos real.
A veces, hay que pensar en Dios como un concienzudo cirujano que, por amor, maneja de modo inexorable el bisturí, aunque el paciente en ese momento ni lo desee ni lo entienda. Si supiéramos, o pudiéramos ver los sucesos con los ojos de Dios, seguramente llamaríamos de otro modo a muchas desgracias y dolores.
Hay otro punto que destaca Lewis: Dios habla a la conciencia de muchos modos y a través de distintos sucesos, pero a veces le grita mediante el dolor. "El dolor como megáfono de Dios -escribe- es, sin la menor duda, un instrumento terrible. Puede conducir a una definitiva y contumaz rebelión.'' Pero seguramente ese instrumento es necesario. Por otra parte, y desde un punto de vista más netamente cristiano, el dolor y la cruz tienen un valor purificador y santificante incalculable.
Vale la pena reflexionar. Citando a Pascal, José Ramón Ayllón - Dios y los náufragos - recuerda uno de los aforismos más conocidos del científico francés: "Sólo existen dos clases de personas razonables: los que sirven a Dios de todo corazón porque le conocen, y los que le buscan de todo corazón porque no le conocen".
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