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Llenar la vida de sentido

Es obvio que todos nos movemos por un fin. También es evidente que el motor de nuestros actos puede ser muy variado: nos puede impeler el placer, el interés, el dinero, el conocimiento, el poder, el servicio y tantas otras cosas de muy diversa índole. Incluso podemos encontrar personas con finalidades muy diluidas en la moda, la rutina, la superficialidad, etc.; es decir, apenas se plantean las razones por las que actúan de una manera determinada al trabajar, cuando descansan, en el modo de vestir, de divertirse... Seguro que a bastantes hombres y mujeres se les podría hacer pensar con estas palabras de Camino : "No caigas en esa enfermedad del carácter que tiene por síntomas la falta de fijeza para todo, la ligereza en el obrar y en el decir, el atolondramiento...: la frivolidad, en una palabra. Y la frivolidad -no lo olvides- que te hace tener esos planes de cada día tan vacíos ( tan llenos de vacío ), si no reaccionas a tiempo -no mañana: ¡ahora!-, hará de tu vida un pelele muerto e inútil".

Se pueden tener días llenos de vacío aun estando completamente ocupados. Se puede ser superficial incluso siendo un investigador, porque la falta de reflexión seria impide la sabiduría.

Y no me refiero aquí a la necesidad de alcanzar cotas altas en el ejercicio científico, técnico o filosófico. Quizá esta sabiduría de la que trato sea más la que expresan unos versos de sor Juana Inés de la Cruz: "No es saber, saber hacer / discursos sutiles vanos; / que el saber consiste sólo / en elegir lo más sano".

Elegir lo más sano es buscar aquello que da sentido a la vida, aun en las tareas más normales y vulgares. Es sabio quien es capaz de juzgar bien sobre lo que hace u omite en orden a poseer una vida lograda. Y esta lo será tanto más si su trayectoria se realiza de modo que consiga su destino final. "El sentido de la vida -afirma Ricardo Yepes- no se identifica con la felicidad, pero es condición de ella, pues cuando falta, cuando los proyectos se han roto, o no han llegado a existir nunca, comienza la penosa tarea de encontrar un motivo para afrontar la dura tarea de vivir.''

Casi con rutina, afirmamos que la vida no es fácil. Y es cierto. Pero la vida sin sentido, vacía, acaba siendo más difícil. "La pregunta por el sentido de la vida y del mundo -es, de nuevo, Yepes- surge cuando se ha perdido el sentido de orientación y de uso de la propia libertad, cuando no se tiene una idea clara de adónde conducen las tareas que la vida a todos nos impone, y sobre todo cuando disminuye el nivel medio de felicidad de una sociedad.'' Ha fallado la sabiduría y puede llegarse incluso a una desorientación casi colectiva. He aquí un motivo más de que todo afecta a todos: las leyes, las costumbres, las modas, etc., no sólo atañen a los que más directamente las usan. Acaban influyendo en todos, como influye el tabaco en los fumadores pasivos.

Para responder de manera convincente a la pregunta por el sentido de la vida, es necesario prestar atención a dos cosas: tener una tarea que nos ilusione y enfrentarse con las verdades grandes, comprometidas. Julián Marías afirma que la frase " ¿qué me importa de verdad? es el camino para la pregunta por el sentido de la vida". Dicho más concretamente: se es verdaderamente sabio cuando se tiene capacidad -según Yepes- para responder a estas tres preguntas: ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué existo? ¿Qué debo hacer? No enfrentarse con estos interrogantes seguramente llevará a los días tan llenos de vacío , aunque aparentemente sean intensos. Cabría pensar en los interrogantes clásicos: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?

Precisamente el cristianismo, por tener respuesta a estas cuestiones -a pesar de las durezas de nuestra existencia; más aún: con ellas-, tiene capacidad para dar sentido a cada uno de nuestros pensamientos y actos, ordenándolos a un fin superior: Dios y la vida eterna. Si falla el sentido de la vida, muy bien se puede caer en la superficialidad que conduce al absurdo; en la desesperación, que es el grado extremo del nihilismo práctico; en el fatalismo del que no es dueño de su destino; en el cinismo que convierte en burlón o inauténtico; en el pesimismo; o por el contrario, puede conducir a una afirmación de euforia vacía que acaba en el alcohol, en la droga o en cualquier placer pasajero que sólo deja amargura.

El cristiano sabe, con san Josemaría, que "Dios nos espera cada día", que "hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes", que cada uno ha de descubrir para tener una vida plena de sentido. Esa plenitud es Cristo, en quien, como afirma san Pablo, "están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia".

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