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Ser cristiano

Decía san León Magno: "Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de la vida pasada". La idea central está tomada de la Sagrada Escritura: ''Divinae consortes naturae'' -'participantes de la naturaleza divina'-, dice San Pedro.

El seguidor de Cristo, antes que confesor de una doctrina u observante de un código de conducta, es hijo de Dios en Cristo por la gracia del Espíritu Santo.

El catecismo de la Iglesia católica, con citas bíblicas cuyas comillas omito para facilitar su lectura, recuerda que los cristianos han sido incorporados a Cristo por el bautismo, que han muerto al pecado para estar vivos en Cristo Jesús, de quien han de ser imitadores como hijos queridísimos del Padre, conformando sus pensamientos, palabras y obras a los sentimientos que tuvo Cristo.

Si se busca la identidad cristiana, su médula no es otra que la identificación con Cristo. El credo, los mandamientos, los sacramentos, la vida de oración son instrumentos imprescindibles para que cada cristiano sea otro Cristo, pero instrumentos al servicio del fin.

Hay un suceso en la vida de san Josemaría Escrivá narrado por Vázquez de Prada en su obra El Fundador del Opus Dei , que nos puede servir aquí porque alude a esa identificación con Jesús en la vida ordinaria. Está contado en primera persona porque procede de unos apuntes íntimos que nadie conoció hasta después de su muerte.

Era el 7 de agosto de 1931. Celebraba la Eucaristía: "Llegó la hora de la consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme -acababa de hacer in mente la ofrenda al Amor Misericordioso-, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: 'Et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum' (Jn. 12,32).

Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el ne timeas!, soy Yo. Y comprendí que serán los hombres y las mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana. (...) Y vi triunfar al Señor atrayendo a Sí todas las cosas".

Es evidente que se trata de una fuerte irrupción de Dios en un alma -ante lo sobrenatural, tengo miedo-, a través de unas palabras de la Escritura que percibe, con fuerza y claridad extraordinarias, evidentemente no sólo en cuanto a la recepción del texto, sino a un modo de advertir que se sale enteramente de lo habitual.

Lo mismo se puede decir del sosiego divino que le traen las palabras "no temas''; por cierto, las mismas que el arcángel Gabriel dice a María cuando se siente turbada en la Anunciación.

Pero lo importante a nuestro propósito está en la relación establecida entre la frase del Evangelio de san Juan que recibe -Yo, cuando fuere levantado de la tierra, todo lo atraeré hacia mí- y lo que el Señor le hace entender: que los hombres y mujeres de Dios levantarán la Cruz de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana.

En la Sagrada Escritura es el mismo Cristo el que habla de la fuerza de atracción de la Cruz. Aquí, esa fuerza se atribuye a las mujeres y los hombres que quieran poner a Cristo crucificado en todas las encrucijadas de la tierra.

La conclusión es patente: el cristiano ha de ser ese Cristo que pasa entre sus semejantes ejerciendo el atractivo de Jesús Crucificado. No se trata de inteligencia, ni de simpatía, ni de cualesquiera otras cualidades humanas. Se trata de amar, se trata de recibir la gracia de Dios -a través de los sacramentos, de la oración, etc.- y tener la fuerza de atracción de Cristo para hacerla presente en las diversas instancias del mundo.

Todo esto, además de los medios que proporciona la gracia, requiere el ejercicio de virtudes humanas y sobrenaturales, que vemos en la vida de Jesús de Nazaret.

Requiere ser ejemplar en la profesión, en la vida de familia, en la forma de cumplir con los deberes cívicos. Y en muchas épocas de la historia -la nuestra-, exige la valentía de no negar a Cristo -no avergonzarse del Evangelio, como escribe san Pablo-, de no temer la Cruz, ese trono redentor, que es la mayor muestra de amor que ha dado la historia.

Hay que volver a citar a san Pablo: "Los judíos piden signos, los griegos buscan sabiduría; nosotros en cambio predicamos a Cristo Crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, pero para los llamados, judíos y griegos, predicamos a Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios". Eso es el cristiano: el mismo Cristo Crucificado, que ha de intentar amar sin límites -esa es la mejor forma de Cruz, habitualmente: darse sin medida-, para atraer suavemente, libremente, a los demás al amor de Dios, mientras desempeña su tarea en el mundo. ¿Ingenuidad? ¡Qué va! Poder y sabiduría de Dios.

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