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Valentía cristiana

Escribe Cervantes en El Quijote que "la valentía es una virtud que está puesta entre dos extremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad; pero menor mal será que el que es valiente toque y suba al punto del temerario, que no baje y toque en el punto del cobarde". No parece que exista mucho riesgo de temeridad, en la actual situación de los cristianos, al expresar su fe en sus palabras y en su vida. Es más, hay bastantes ambientes donde hasta decir adiós se ha convertido en algo a evitar para ser políticamente correctos, aunque tal vez cristianamente cobardes, si seguimos la doctrina del gran escritor castellano.

Dentro de muy poco, se cumplirán veintiséis años del solemne inicio del Pontificado de Juan Pablo II, en el que pronunciaba estas memorables palabras: "¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid los confines de los Estados a su poder salvador, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo sabe qué hay dentro del hombre. Sólo Él lo sabe". No ha sido vana la invitación: muchos estados cerrados a la fe, perseguidores de la religión, se han abierto a ese poder salvador de Cristo.

Sin embargo, a la vez, en el Occidente más rico y consumista se ha ido creando una mezcla de sospecha, miedo, frivolidad y hasta una cierta persecución más o menos encubierta contra la religión, que ha ido arrinconando la fe de muchos. Son seguramente numerosos los factores causantes de esta situación. No ha sido ajeno un postconcilio paralelo, que no supo digerir el Vaticano II y arruinó la fe de tantos en nombre de un concilio del que todavía tenemos que seguir aprendiendo. Es triste que, al amparo de algo excelente, se produjera un secularismo malsano que restó sobrenaturalidad al quehacer de los cristianos. Bastaría citar los desmanes litúrgicos y el desprecio de la confesión sacramental como dos temas lamentables que aislaron a muchos de Dios. También otros.

Pero no ha sido sólo eso. Ahora es el viejo laicismo que vuelve y excluye a Dios de la escena pública para esconderlo en las conciencias, donde también acaba desapareciendo, tal vez muriendo de bienestar. No obstante, no quieren ser negativas estas líneas. Todo lo contrario. Desean ser una llamada a la reconstrucción valiente de la vida de la gracia para buscar aquel tenor de vida de los primeros cristianos, que -como decía la Epístola a Diogneto- era, "al decir de todos, admirable".

Puede ser costosa esta tarea, pero "con la gracia de Dios, tú has de acometer y realizar lo imposible..., porque lo posible lo hace cualquiera" ( Forja , 216). En un reciente artículo de monseñor Fernando Sebastián ("El laicismo que viene"), se repasan los cimientos necesarios para acometer ese imposible: no avergonzarse del Evangelio paralizándose por la inseguridad o el miedo; vivir la fe en la vida cotidiana con la fuerza de la misa dominical y el sacramento del arrepentimiento; poner empeño en la piedad; ejercitar la vida matrimonial según la voluntad de Dios; aceptación integral y equilibrada del Evangelio de Jesús, etc. Todo un reto a la coherencia, a lo que san Josemaría Escrivá llamaba unidad de vida. Si hay Dios y se ha hecho hombre en Cristo para revelarnos plenamente la fe que hemos de vivir, lo razonable es buscar esa unidad valiente en la identificación con Cristo. Puede ser arduo, pero aseguro que vale la pena y es serio y apasionante.

Esa vida de Cristo reproducida en la de los cristianos ha de ser un empeño por manifestarse en todos los aspectos de la existencia humana, por ejemplo, en la familia: escuela de amor y comprensión, de perdón, de respeto a la vida que nace y termina, de la felicidad que produce la castidad conyugal -que existe y no ciega las fuentes de la vida-, de la formación de los hijos en la fe; y también del sufrimiento, de las carencias, del dolor, que forjan y dignifican. Se manifestará en la honradez en el trabajo, en el ejercicio de tantas virtudes que conlleva la profesión -laboriosidad, justicia, caridad, prudencia, templanza en el uso de los bienes, etc.-, en el espíritu de servicio, en la diversión...

Acabo con unas palabras de Surco : "He leído un proverbio muy popular en algunos países: 'el mundo es de Dios, pero Dios lo alquila a los valientes', y me ha hecho reflexionar. -¿A qué esperas?".

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