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La razón y la fe en el pensamiento de Benedicto XVI

La razón y la fe en el pensamiento de Benedicto XVI

Fernando Mires*

Jueves, 21 de septiembre de 2006

Benedicto XVl nunca ofendió a Mahoma. Cualquiera persona bienintencionada que lea el texto pronunciado en la Universidad de Regensburg se da cuenta de inmediato que esa no fue su intención. En ese sentido, no deja de llamar la atención que los gobernantes más dictatoriales del mundo islámico, apoyados desde occidente por uno que otro gobernante grosero e inculto, han sido quienes han pedido la retractación de Benedicto. Ahí hay seguro, otro problema. Aquello que los dictadores, islámicos o no, no pueden soportar, es la recurrencia de Benedicto al principio de la razón, pues la razón, o el Logos, se encuentra, en las palabras del Papa, no sólo al principio de la teología cristiana, sino que también en los orígenes mismos de la vida democrática. Toda dictadura es irracional, y todas los dictadores (y los que quieren serlo) han declarado una guerra a la razón. Eso es lo que no pueden soportar en el discurso filosófico y teológico de nuestro Papa.

1. Joseph Ratzinger, después Benedicto XVl, en contra de quienes postulan la absoluta independencia de la teología respecto a la filosofía, asumió radicalmente el legado de el santo Tomás de Aquino relativo a que en el cristianismo existe un primado del Logos sobre el Ethos. Ese primado no está negado por el hecho de que la teología tenga que ver con Dios, pues para preguntarnos acerca de Dios tenemos, queramos o no, que recurrir a medios que son filosóficos. La verdad si está dada debe ser, además, encontrada, lo que supone poner en uso tanto la razón como el entendimiento y la reflexión. Si la teología tiene que ver con Dios, Dios debe ser pensado, y por cierto, filosóficamente El pensamiento nos ha sido dado para ponernos en comunicación con Dios, o dicho en lenguaje filosófico, para establecer una relación entre la simple existencia con la intensidad infinita del Ser. Hannah Arendt lo ha dicho de una forma muy bella: "Del mismo modo que el arcoiris que une al cielo con la tierra, que trae a los seres humanos su mensaje, así, el pensamiento y la filosofía unen al cielo con la tierra"[1]

La diferencia de la teología con la filosofía no reside en que alguna de ellas no piense en categorías de sujeto u objeto (que son las de cada pensamiento) sino que en la teología ese sujeto, e incluso ese objeto, existe de un modo constituido, y para el santo Tomás ese sujeto-objeto es Dios, lo que traducido en términos filosóficos quiere decir que la existencia del Ser precede en la teología a "la existencia de la existencia". Eso significa que mientras el objeto de la existencia en la filosofía es el Ser y la existencia misma el sujeto, en la teología el sujeto mismo es el Ser, y la existencia el objeto. Esa diferencia es la que , lleva a concluir -dicho casi de modo hegeliano- que si la existencia encuentra alguna vez al Ser, el Ser sería el sujeto, el único sujeto que al serlo tal, eliminaría al objeto, respuesta que la teología reserva sólo para sus lecciones escatológicas, esto es, para explicarnos aquella vida que sigue a la simple existencia corporal. Dicho en la breve fórmula de Ratzinger: "Teología tiene que ver con Dios y pregunta por Dios filosóficamente".[2]

"Teología tiene que ver con Dios y pregunta por Dios filosóficamente" es una afirmación que lleva a asumir en primera línea el primado de la verdad, y luego preguntarnos acerca de ella. Pero que la verdad exista prioritariamente como un "adelanto" dice Ratzinger [3] no sólo en un sentido kantiano como un "a priori") no significa que la respuesta acerca de cómo, dónde y porqué la verdad se presenta esté dada de antemano y en todos sus detalles. Eso quiere decir simplemente que debemos dar por existente a la verdad aunque no conozcamos su forma, orientación ni sentido. Mientras en la filosofía las preguntas conducen a la verdad, en la teología la verdad conduce (orienta, encamina, guía, ayuda) a sus preguntas. En ambas, en dos direcciones inversas, la verdad se cruza a lo largo de los caminos, y es por eso que la una tiene que ver con la otra pues sin verdad no hay teología, aunque tampoco hay filosofía. Pero, mientras en la teología la verdad, el sujeto que es Dios está dado, necesitamos preguntas para acercarnos a su conocimiento (Logos) o para entender a esa verdad; no así en la filosofía cuya verdad no está dada. Pero eso no lleva a entender que para la filosofía la verdad no existe. Incluso para la filosofía agnóstica la verdad está supuesta: la verdad es la duda. Y para la filosofía nihilista la verdad también está supuesta: es la nada. Y para la filosofía existencialista la verdad es la pura existencia. Y para la más utópica de las filosofías, la marxista, la verdad no sólo está supuesta, es, además, conocida, es absoluta y es total: Es la materia.

La filosofía no prescinde de la idea de una verdad; la teología, en ningún caso. No obstante, en un punto al menos es la teología cristiana más material y más realista que la más materialista y realista de todas las filosofías. La teología cristiana, si bien no conoce en su totalidad a la verdad la vio al menos una vez. Los evangelistas sinópticos la vieron y, además, la testimoniaron. La verdad cristiana es cristológica, cristo-lógica, Cristo y Lógica, es decir, accede a Dios mediante la lógica de Cristo, el Logos de un cuerpo, el cuerpo de un Logos, quien vino a este mundo y realmente existió; y vivió; y habló; y murió. Y según la lección cristiana: regresó. "La fe cristiana está (empero) convencida que en el Dios-Jesús de una forma verdaderamente accesible y no de un modo simbólico ha llegado al mundo".[4]

Kant dijo que Dios podía ser una hipótesis necesaria. Con ello puso a la vez en duda y en verdad al Dios de todas las religiones del mundo. Pero aquello que jamás Kant podría haber dicho es que Cristo fue una hipótesis. Pues Cristo caminó y sangró sobre esta tierra, y las hipótesis no caminan ni sangran. Es por eso que Ratzinger nunca se cansó de decir: El Dios de los filósofos (pensaba en Platón; no en Kant) no puede ser exactamente el mismo que el Dios de la fe.[5] Pero también admitía que en tanto el Dios de los cristianos es lógico, necesita de la filosofía para hacernos las preguntas que de Él necesitamos.

El Dios de los filósofos no puede ser exactamente el mismo que el de la fe, pero sin el Dios de los filósofos no existiría para los cristianos el de la fe pues de los filósofos griegos heredó la cristiandad el Logos que es el medio a través del cual es posible tener acceso lógico a Dios. El Dios de los cristianos requiere ser conocido y los caminos que llevan a Él son los del conocimiento. Es imposible tener fe sin conocimiento de la fe. El conocimiento es una razón de la fe. Esa premisa tomista es también la de Ratzinger.

La filosofía de los clásicos griegos, particularmente la platónica, testimonia una suerte de rebelión no sólo en contra del politeísmo, con el que ya la religión judía había saldado cuentas, sino que en contra del mito. La filosofía platónica por ejemplo, fue concebida en medio de una profunda crisis religiosa la que en un universo religioso como era el helénico, había terminado por transformarse en una crisis política. Platón, entre otros, buscó una salida metafísica que reemplazara a la ineficacia de los mitos como medios de sustentación espiritual de los griegos de su tiempo.

De acuerdo a Ratzinger, la filosofía clásica griega avanzó -al distanciarse de sus propios mitos- hacia una suerte de reconocimiento filosófico de Dios o, por lo menos, de su Idea. En ese sentido encuentra Ratzinger paralelos asombrosos entre la crítica filosófica a los mitos que tuvo lugar en Grecia y la crítica a los ídolos que fue llevada a cabo en Israel desde los propios tiempos mosaicos.[6] El cristianismo, ya se adivina la deducción, habría sido la consecuencia de dos revoluciones paradigmáticas y epistemológicas a la vez, dos rupturas históricas de enorme trascendencia, y que a su vez prepararían el camino -así lee la historia Ratzinger- a la llegada del Cristo. Jesús representa, en ese contexto, el aparecimiento de una tercera revolución, la decisiva; la instalación de Dios entre los mortales lo que en esencia significa un quiebre histórico con la metafísica; y en todas sus formas.

La deducción ratzingeriana lleva a una tesis que sin duda despertará asombro, no sólo en círculos ilustrados, sino que al interior mismo de las diversas teologías, a saber, que hay un lazo indisoluble entre cristianismo e Ilustración -conclusión que llevará a decir a Ratzinger en sus escritos políticos [7] , que por esa razón hay también una unidad indisoluble entre cristianismo y democracia- unión histórica que lleva a explicarnos la relación íntima que se da entre la fe cristiana y la Razón. Derrida, cuyo pensamiento parece ser tan lejano al de Ratzinger, nos habla en ese sentido de "las dos luces": La luz de la revelación (Abraham/ Cristo) y la luz de la Ilustración (iluminismo).[8] Si agregamos la luz de la democracia política (Arendt), tendríamos que efectivamente hoy existe "la alianza de las tres luces" en contra de la oscuridad total y de las nieblas idolátricas y mitológicas que nos rodean.

Para precisar esa tesis hay que tener en cuenta que en la lectura de Ratzinger la Ilustración no es sólo aquel fenómeno cultural europeo acoplado en los orígenes de la revolución francesa, sino que un proceso interrumpido que comenzó en la antigua Grecia. Luego la Ilustración así considerada, no es sólo una, sino que hay diversas fases que procesan su existencia, y la fase original, de la cual es tributaria la fe cristiana, tuvo lugar en la antigua Grecia. El llamado movimiento cultural renacentista que en los libros de historias antecede a la Ilustración moderna, reivindicó el legado greco-latino atesorado en gran parte por las iglesias cristianas. Y es evidente que sin ese re-nacer, la Ilustración moderna no habría tenido nunca lugar. Precisamente esa fusión de origen es la que permite, en la lógica histórica de Ratzinger, el enlace entre la moderna Ilustración y la iglesia cristiana. Ese enlace que es de origen y que es histórico a la vez, es el que explica la diferencia radical de la religión judío-cristiana con las religiones mitológicas de Oriente.

Dentro del cristianismo existe, de acuerdo a Ratzinger, una profunda racionalidad que es la que permite a su vez entender el mensaje de Cristo. En otras palabras, el cristianismo habría llevado la destrucción de la mitología comenzada por los filósofos griegos hasta sus últimas consecuencias. La filosofía griega no logró ese objetivo, pactando al final con la propia mitología, o lo que es igual, estableciendo una separación abrupta entre el pensar y el creer. Por eso, para Ratzinger, la filosofía griega no llegó a ser revolucionaria; en el mejor de los casos fue evolucionaria a diferencias con el cristianismo que en su postura antimitológica fue radicalmente revolucionario. Esa radicalidad estaba representada por Paulo, portador ante "las naciones" de un mensaje espiritual anti-idolátrico y anti-mitológico a la vez. De acuerdo a esa nueva interesante lectura, Paulo no sólo habría establecido una marca de ruptura entre la religión de los judíos y el emergente cristianismo, sino que también un momento de síntesis de ambas religiones en la lucha común en contra de la idolatría y el mito.

Paulo no sólo llevó la palabra de Cristo a los griegos y la palabra de los filósofos a los judíos, sino que, además consumó un largo proceso histórico de mutuo encuentro entre la religión judía y la filosofía griega que según Ratzinger es la alianza entre Atenas y Jerusalén, la que estaba teniendo lugar muchísimo tiempo antes de Cristo. "El encuentro entre pensamiento griego y fe bíblica -afirma Ratzinger- "no se realizó recién con la antigua iglesia sino que al interior del camino bíblico. Moisés y Platón, creencia en dioses y crítica ilustrada a los Dioses, Ethos teológico e indicaciones éticas desde la naturaleza, ya han tenido sus encuentros al interior de la Biblia.[9] De este modo contradice Ratzinger la divulgada tesis relativa a que el cristianismo es "sólo" un judaísmo helenizado pues el encuentro entre Israel y Grecia había ya tenido lugar en el propio texto bíblico. Jesús y Paulo continuarían una tendencia ya puesta en práctica por los antiguos profetas bíblicos. "La fuerza de la cristiandad, que le permite llegar a ser una religión universal, consiste en la síntesis entre la Razón, la Fe y la Vida".[10]

La cristiana, al igual que la judía, es en un sentido filosófico helénico una religión argumentativa, discursiva, e incluso polémica, tanto consigo, como con el legado de las demás religiones. Jesús predicaba una verdad que había que entender. "El amor que viene de la fe quiere ser un amor entendible....".[11] Que Jesús aparezca en los textos casi siempre discutiendo, replicando, incluso insultando, no es una de las características principales de los antiguos Profetas. "Jesús no vino para hacernos la vida más cómoda, sino que arroja fuego a la tierra, el gran fuego viviente del amor divino; fuego que quema". [10] El hecho de que Jesús se hacía entender mediante analogías, metáforas y parábolas y no mediante la revelación escrita, tarea que dejó a sus seguidores, tenía dos propósitos: por una parte, ser asequible a sus contemporáneos mediante los signos de su tiempo; por otra, dejar abierta la posibilidad interpretativa para que esas palabras fueran adaptadas, de modo discutitivo, en los tiempos que vendrán, pues el "espíritu del tiempo" no sólo es tiempo sino que también es "espíritu".

Jesús no era un filósofo; por lo menos no uno en sentido tradicional. No tradujo la Biblia a ningún idioma, ni escribió ningún libro, ni filosófico ni sagrado. En el mejor estilo de un Sócrates -para Ratzinger, junto a Platón, un profeta de Jesús- va por las calles y plazas, enredándose en las temas de su tiempo, discutiendo con la gente de su pueblo, improvisando temas, e incluso, haciendo milagros, no de acuerdo a una realidad metafísicamente pre-constituída, sino que siguiendo la contingencia de los "encuentros" que la realidad de cada día le depara. Incluso, visto desde la perspectiva ratzingeriana, los milagros tienen un sentido lógico, y ese no es otro que demostrar al mundo que además de la realidad que percibimos, hay otra realidad a la cual no accedemos, pero, pese a que es sobresensorial, también existe. Que la verdad no es sólo la que vemos, ni siquiera la que sentimos, es hoy una tesis científicamente comprobada. Que las verdades imperceptibles hacen acto de aparición sobre y en medio de las perceptibles es una característica de cada acontecimiento nuevo. En cierto modo, cada uno de nosotros ha sido alguna vez un milagro. Es que Jesús no sólo actuaba de acuerdo al primado del Logos. Él es el Logos. Ese El, un Dios hecho hombre, lo separa tanto de la tradición helénica como de la judía. Ese Logos lo acerca a ambas.

El cristianismo tomaría así partido por la religión de los filósofos en contra de la religión de los mitos, e introdujo desde sus orígenes los métodos de los filósofos al interior de la fe. Esa parte no teológica, sino que filosófica, subyacente en los fundamentos originarios de la cristiandad, fue vista, e incluso es vista hoy, desde la perspectiva de un deísmo determinista y místico, como un escándalo, casi como una blasfemia, razón que explica porque el cristianismo llegó a ser acusado de ateismo por los representantes de las religiones mitológicas grecolatinas. Y según el punto de vista mitológico grecolatino, había más de una razón para desconfiar de la cristiandad. Desde la llegada de Jesús la cristiandad había establecido una relación de proximidad -si, incluso de peligrosa amistad- entre Dios y los humanos, relación que es insoportable en las religiones mitológicas. Las religiones mitológicas son religiones "a larga distancia" porque el mito, para que sea mito, siempre tiene que estar lejano, tanto en el tiempo como en el espacio. Vattimo lo ha planteado de modo perfecto: "El Mito es un lugar de un dar/se de la historicidad, que al mismo tiempo que es radicalmente histórico (y precisamente por eso) no es reducible a la inmanencia de la historicidad del mundo interior"[13]

La lectura del mensaje de Cristo permite ordenar hacia atrás y hacia adelante el sentido de la historia desde el punto de vista de la cristiandad, un sentido que como siempre reiterará Ratzinger (ya se hablará acerca de este punto) no es crono-lógico. Eso significa que el aporte de la filosofía griega cobra sentido en el seno de la cristiandad no en un Logos teórico, abstracto, intelectual, sino que en la presencia de un ser humano que por ser humano no es un Ser del puro pensamiento que da vueltas en torno de sí mismo y que no llega nunca ni a los seres humanos ni al pequeño mundo que habitan. Pues ese Dios de los filósofos que excluía en su absoluta eternidad toda relación directa con lo que cambia y con lo que será, aparece, en el sentido de la fe, como un Dios que es Dios y humano a la vez, no como dualidad intraspasable, sino que como unidad indisoluble, como un Dios que no es pensar sobre el pensar, eterna matemática, geometría perfecta del universo total, sino que "como Ágape, poder y creativo amor".[14]

Cada cierto tiempo, físicos y matemáticos han creído descubrir a Dios como una suerte de Arquitecto Genial del Universo. Pero esa es para Ratzinger sólo una parte de Dios; y quizás no la más importante. "El matemático descubre la matemática del cosmos, la esencia pensante de las cosas. Pero nada más. El sólo descubre el Dios de los filósofos". [15] Y ese Dios no es todo Dios

Ese Dios que es el Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacobo es el que revela, ya al pueblo judío, que Él es, además, amor creador, matorral ardiente, y que un día iba a aparecer entre los humanos, en medio de ellos, tan mortal como ellos, sin dejar de ser Dios y esto quiere decir, en las palabras de Ratzinger, que "el Dios de los filósofos es muy distinto a aquel que los filósofos imaginaron, sin dejar de ser lo que ellos, los filósofos encontraron; que a El realmente se le reconoce si se entiende que Él es la verdad eterna y el fundamento del Ser, que Él es inseparablemente el Dios de la Fe y el Dios humano". Más aún: es un Dios que "se hace" humano.

Desde el momento en que el cristianismo, siguiendo la tendencia inserta en la religión judía, incorporó la voz de los filósofos griegos, se produce al interior de la cristiandad una unidad indisoluble entre razón y fe, hasta el punto que la separación de una respecto a la otra puede llevar, según Ratzinger, al descalabro de ambas. Es por eso que Ratzinger no se impresiona demasiado por el renacimiento de lo "religioso" que se deja observar en nuestro tiempo. Muchas veces ese renacimiento no es sino una recaída en el mundo de las supersticiones, de la irracionalidad y de la magia las que también califica de "formas enfermizas de religión"[17] . Incluso dentro de determinados círculos islámicos entre los llamados "islamistas", han aparecido según Ratzinger, formas de religiosidad altamente irracional . Como siempre ha reiterado Ratzinger, existen "patologías de la fe" y "patologías de la razón". Ellas tienden a ocurrir, argumenta, cuando la fe se separa de la razón, o cuando la razón se separa de la fe. Una religión separada de la razón lleva a fanatismos sin límites del mismo modo que una razón separada de la fe, lleva al racionalismo (o religión de la razón), en cuyo nombre se han cometido los más grandes crímenes colectivos de nuestro tiempo.

No obstante, aunque es una evidencia que el cristianismo conlleva el legado del Dios-Idea de los filósofos griegos, no es un sistema de interpretación filosófica, sino que en primera línea, "un camino", un ir y venir pues ese Dios de los filósofos que acoge la cristiandad judía no es un filósofo, sino que un humano simple y sencillo, como tu y yo; uno que va y que viene. Ese Dios es el mensajero de un nuevo "éxodo". Un éxodo que ya no ocurre en el espacio, sino que en el tiempo, en ese Jesús intranquilo que viene y va, que muere y vuelve, para quedarse después siempre, sin "estar aquí", pero "siendo". "Altamente antropomórfico; altamente a-filosófico". . Desde que Jesús vino al mundo, la Tierra Prometida perdió su orientación geográfica. Por eso es que Él aparece ante nosotros tan apasionado, cometiendo tal vez errores, porque al mismo tiempo que es Dios está actuando a escala humana, lo que quiere decir a escala errónea; se trata de Dios, pero que al actuar como un humano, lleva sobre sus hombros una misión que es superior a sus propias fuerzas. En cualquier caso no es un Dios geométrico, no es un Dionisos, no es "la justicia neutral", no está "más allá", en suma, no es metafísico, porque vive y muere, aquí, en un lugar determinado; no fuera de todo sino que dentro de todo desgarro, corporal y espiritual (¿Dios mío, por qué me has abandonado?(Marcos 15,34) y que, además, ama porque sufre y sufre porque ama; en fin, como dice Ratzinger, porque Él "tiene un corazón" [19].

Así como de acuerdo a la lección cristiana el Antiguo Testamento es leído de manera distinta a partir del Nuevo, las lecciones de los filósofos griegos, analizadas retrospectivamente, adquieren sino un sentido premonitorio, por lo menos uno profético. A partir de Jesús encuentra Ratzinger el sentido del mensaje platónico. Para reafirmar esa posición cita el futuro Benedicto en su obra más clásica, Introducción a la Cristiandad, el siguiente texto de Platón (Politeia ll): "ustedes dirán entonces que el justo, bajo esas condiciones será azotado, torturado; atado, que le quemarán los ojos y que después de maltratos, será crucificado Ese texto" -agrega Ratzinger- "escrito 400 años antes de Cristo, siempre conmoverá a un cristiano profundamente" . Cabe solo agregar, después de haberlo leído: "y no sólo a un cristiano" [20]

Pero el Dios de los filósofos, aún el platónico, materializado en una existencia humana deja de ser un puro Ser. Es existencia, pero sin dejar de ser el Ser. No es, por tanto, el de Cristo, un Dios ontológico como fue el de los filósofos. Es en su vida, y sobre todo después de ella, la materialización de la Idea del Ser en medio de la siempre imprevisible historia humana. Ese Dios, entre-nosotros, y no fuera de la historia real, consuma la última ruptura, la más necesaria y la más difícil: la ruptura con la metafísica filosófica griega la que sólo es posible cuando la infinitud de los tiempos aparece se mezcle en medio da la finitud de los mortales.

La primera ruptura, la que llevó al derribamiento de los ídolos, fue la obra maestra del pueblo de Israel. La segunda, la ruptura con el misticismo, fue la obra maestra de la filosofía griega. La tercera, la ruptura con la metafísica, fue la obra maestra del judío crucificado, quien con su crucifixión hizo descender al Logos desde el Olimpo y desde los cielos hasta la misma tierra que habitamos. Esa fue la gran revolución judío-cristiana, la incorporación del Ser a la vida. Es sin duda, de acuerdo al legado mitológico que tuvo que preservar el cristianismo, el Representante del reino de los Cielos, pero también, y al mismo tiempo (sobre todo, al mismo tiempo) el Dios de las pequeñas cosas, es decir, el Dios de la más ínfima partícula atomal, aquel que está adentro y no sólo fuera de todo, y que llega incluso a aquel lugar que casi nadie quiere mirar: La propia conciencia humana.

3. El cristianismo asume el primado del Logos; y el Logos no puede sino primar sobre la materia, y eso significa que el Logos, es decir, el pensamiento, la palabra, la lógica, no está sólo al final sino que también al comienzo. Ese y no otro es el exacto sentido de la frase que da comienzo al evangelio según San Juan: "En el principio la Palabra era, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios" (Juan 1,1). Ratzinger, a su vez, interpreta el sentido de la Palabra (Logos) de este modo: "La fe significa una decisión en el sentido que el pensamiento y el sentido no constituyen productos subsidiarios del Ser, sino que todo Ser es producto del pensamiento; y que incluso en su estructura interna, es un pensamiento".[21] Luego, el primado del Logos aparecería a primera vista restaurando el principio metafísico que la fe incorporada en Cristo había derrumbado. Para explicar esta aparente contradicción conviene precisar que en la teología cristiana el concepto primado es distinto al concepto de determinación.

Lo que prima no es necesariamente lo que determina. Lo que prima es lo que dirige (guía, conduce, ordena) sin que la unidad sea desgarrada (principio esencialmente agustino) En este caso, la unidad se presenta como unidad entre espíritu y materia, pues bajo el primado del espíritu, el espíritu no determina a la materia, sino que la incorpora. El primado del espíritu convierte a la propia materia en espíritu o, en los términos del santo Tomás, en "ánima corpórea". Eso explica porque en su juventud, Ratzinger se sintió tan fascinado con aquella física cuántica de la tercera década del siglo XX, la que no sólo proclamaba la indivisibilidad entre materia y energía sino que, además, consideraba a la materia como una forma de existencia de la energía. En cierto modo la física cuántica confirmaba el primado del Logos, siempre y cuando aceptemos que esa energía pueda traducirse, aunque sea analógicamente, con la idea del "Ser".

"Al comienzo está la palabra" es una frase que significa pensar que al comienzo de la creación estuvo el pensamiento acerca de la creación, postulado que lleva a decir a Ratzinger que todos nosotros somos "pensamientos de Dios". (Ese postulado significaría a primera vista una recaída en la metafísica que el mismo Ratzinger no acepta. Mas, si continuamos pensando hasta sus últimas consecuencias, la metafísica desaparece. Pues si Dios es verdad, la idea o el pensamiento acerca de la verdad tiene necesariamente que anteceder a la creación ya que de otro modo la creación no "existiría" o lo que es peor, no sería "verdadera". Que la creación es verdadera y no una simple ficción es un resultado de la experiencia, no sólo sensorial, sino que de la fe, pues convengamos que el principio mínimo de cada creencia es creer que existimos. Sin esa premisa es imposible seguir discurriendo. Y creer que existimos significa creer en una creación, pero no sóolo en una que antecede a lo creado, sino en otra en donde actúa permanentemente el espíritu objetivo que se hace subjetivo en la medida en que entendemos la objetividad de ese espíritu que no es otro que el Ser que afirma la existencia de cada cosa.

La "cosa en sí" kantiana, aún para Kant no existe; en el mejor de los casos, sóolo puede ser una ficción metodológica. La materia no es un sin-sentido ya que sóolo su sentido es la que la hace pensable, es decir, "es portadora de verdad y de comprensibilidad y estas pueden ser captadas por medio del pensamiento." . Para fundamentar dicha opinión, cita Ratzinger a Einstein, quien una vez escribió que en las leyes de la naturaleza "nos es revelada una razón tan superior, que todo el pensamiento humano y sus decretos no son frente a eso más que un simple y pálido reflejo". . Es decir, a su modo Einstein había descubierto a Dios, pero se trataba de un Dios que todavía es el de los filósofos, un Dios platónico que ordena a un mundo y que es el pálido reflejo de una existencia luminosa inaccesible.

A fin de llevar la constatación platónica a su última expresión, Ratzinger plantea las preguntas básicas de toda filosofía: ¿Qué es la materia? ¿Qué es el espíritu? Materia es para él un ser que no entiende su propio Ser, que por cierto "es", pero no entiende su "Ser". Esa ausencia del entender es la que le da el carácter de objetiva. Eso lleva a pensar que tanto el comienzo como en el fondo de cada forma de existencia hay un ser que no entiende (no recuerda, no escucha, no siente) a su Ser. "La reducción de todo Ser a materia como primera forma de realidad, indica por lo tanto que en el comienzo y el fondo de cada existencia se configura una forma de ser que no entiende su propio Ser". Eso no significa, empero, que "entender al Ser" es sóolo un casual producto secundario en el curso de la evolución. Esa capacidad de "entender" ya estaba programada (digámoslo así) en el propio comienzo de la Creación.

Por simple contraposición llega Ratzinger entonces a definir la noción de "espíritu". El espíritu es el ser que entiende al Ser, esto es, un Ser que está en el ser. "La unidad del Ser consiste en la identidad de una conciencia cuyo momento está constituido por muchas formas de existir". . No obstante, con esa deducción Ratzinger no ha llegado hasta el final. La deducción se mantiene todavía en su fase idealista y por lo mismo, continúa siendo, de algún modo, metafísica. Ya no es la de Einstein (es quizás la de Hegel) pero todavía es una deducción idealista.

Con la solución idealista tiene la percepción cristiana algo en común, a saber: que el Ser es Ser pensado pero, a diferencias con la solución idealista, el Ser no se mantiene en su forma pura de pensamiento, no existe "aparte" ni la realidad es sóolo un reflejo de ese Ser que se piensa a sí mismo, sino que -y esto es lo decisivo- esa realidad ha sido creada por una "creatividad creadora" que se mantiene en esa realidad y no la abandona nunca. Luego, el Dios de la creación no sólo es un Ser que "está" sino uno que "es" y a la vez uno que está "siendo". Eso explica que la libertad de creación es parte de la creación y se encuentra presente en cada ser. O como explicaba Ratzinger a un periodista: "La fe cristiana calcula con el factor libertad. Esto significa que si Dios cubre todo, que conoce todo, que conduce a la historia, ha dispuesto que la libertad tenga un lugar en esa historia. Y eso lleva a concluir, por así decirlo, que yo puedo desviarme de lo que Dios se propuso hacer conmigo"[27]

Dios no sólo ha creado al humano. También ha creado ese "espacio histórico" que existe entre creador y criatura. Pues, si bien somos "un pensamiento de Dios", "Dios no substituye a nuestro pensamiento" (...) "El sólo da las orientaciones que el humano necesita para vivir verdaderamente. Esas guías tienen validez para toda la historia; para todos los lugares y tiempos; pero ellas necesitan ser cada vez entendidas de nuevo" [28]

Con esas conclusiones -afirma Ratzinger- toda forma de idealismo ha sido superada Dios actúa en el proceso de la creación. No está sólo al comienzo, o en otro lugar, tampoco sólo al final, sino que en el proceso mismo, o lo que es igual: Dios actúa "en todos los tiempos del tiempo". La libertad de la creación -se reitera- ha sido integrada en la creación. La creación no es el producto final fabricado por una especie de artesano universal, sino que viene del espíritu, del pensamiento creador. En el comienzo de todo ser no se encuentra "alguna conciencia anónima neutral" sino que una libertad creadora que, a su vez, crea libertad y que por eso es "amor creativo, Persona" . La deducción de Ratzinger es radical: "la fe cristiana puede ser entendida como una filosofía de la libertad ".

Ni conciencia que determina al Ser ni Ser que determina su conciencia. El dualismo metafísico propio a las filosofías materialistas e idealistas ha sido clausurado por una filosofía de la libertad que viene de un Ser que no sólo es autor sino que también actor (persona) de la propia historia de la creación. De este modo lo máximo, lo superior del mundo, no reside ni en una "necesidad cósmica", ni en la esfera luminosa de una libertad cuyos rayos apenas asoman entre nuestras nieblas.

Yo soy la Luz de la Vida dijo el Ser (Dios) en Jesús (Juan 8, 12) La libertad aparece así como una estructura necesaria del mundo, lo que lleva a suponer que el mundo sólo puede ser comprendido como incomprensible, que ese mundo debe ser su propia incomprensibilidad, pues si el mundo viene de la libertad y es portador de ella, quiere decir entonces que la imprevisibilidad que es consustancial a la libertad, pertenece esencialmente al mundo "La imprevisibilidad es una implicación de la libertad" . [30]

El mundo no puede ser entendido a partir de lógicas matemáticas (mucho menos a partir de lógicas ideo-lógicas) Existir implica, por lo tanto, un riesgo, una aventura. El Yo de cada uno es llevado entonces a asumir una definición casi hamletiana: ser o no ser, que dicho en términos cristianos quiere decir: creer o no creer. En ese "sí o no", se encuentra presente la libertad del Yo, la libertad de elegir entre la libertad de la existencia respecto a su Ser, o la de ser libre en el reconocimiento (amor) a ese Ser.

* Fernando Mires es autor del libro " El Pensamiento de Benedicto XVI",Lom, Santiago de Chile 2006,que también aparecerá en Buenos Aires, Argentina, en la Editorial " Libros de la Araucaria"

Notas

[1] Arendt,H., Vom Leben des Geistes, Piper,Münchem-Zürich 1998, p.143

[2] Ratzinger,J., Theologische Prinzipienlehre, Erich Webel München 1982, pp.336

[3] Ratzinger,J., Weggemeinschaft des Glaubens, Sant Ulrich Verlag, Augsburg 2005, p.28

[4] Ratzinger,J., 1982, op, cit p 343

[5] Ratzinger,J., Einführung in das Christentum,, DTV, Nördlingen 1977, p94

[6] Ibid, p91

[7] Ratzinger,J., Wendezeit für Europa- Diagnosen und Prognosen zur Lage von Kiche und Welt,,Johannes Verlag Freiburg 1991, p94 Ratzinger,JWerte in Zeiten des Umbruchs-Die Herausforderung der Zukunft verstehenHerder Sprecktrum,Freibur. Basel , Wien 2005

[8] Derrida,J., Glaube und Wissen-die beiden Quellen der Religion an den Grenzen der bloffen Vernunft,, Suhrkamp en Derrida, Vattimo y otros Die ReligionFranfurt 2001,p67 1

[9] Ratzinger,J., Glaube, Warheit, Toleranz Das Christentum und die Weltreligionen,, Herder, Freiburg im Br 2004, p 138, Augsburg 2005, p.28

[10] Ibid, p 141

[11] Ratzinger,J., Theologische Prinzipienlehre, Erich Webel, München 1982, p 353,

[12] Ratzinger,J., Gott und die Welt Ein Gespräch mit Peter Seewald, Knaur, Stutgart-München 2005 p.238

[13] Vattimo G., Die Spur der Spur, en Derrida, Vattimo y otros, op cit 2001, p 115

[14] Ratzinger,J., op cit. 1977, p95

[15] Ibid, p. 103

[16] Ibid, p. 95

[17] Ratzinger,J., op cit 2004, p 116

[18] Ratzinger,J., op cit 1997, p 96

[19] Ibid

[20] Ibid p.114

[21] Ibid p 101

[22] Ratzinger,J., op cit 2005, p 84

[23] Ratzinger,J., op cit 1977 p 102

[24] Ibid, p 102

[25] Ibid, p 105

[26] Ibid

[27] Ratzinger,J., op cit 2005, p 64

[28] Ibid p.167

[29] Ibid p.106

[30] Ibid p.108

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