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Día de la ira

Hoy va a ser otro día de prueba, de "aflicción" para Benedicto XVI por la convocatoria del Día de la ira, lanzada por el jefe de la Unión Mundial de los Ulemas.

Aunque el clérigo islamista aconseja que se eviten actos de violencia, la experiencia de otros acontecimientos de este tipo inducen al pesimismo.

Es un paso más en la carrera de la irracionalidad que han emprendido los fundamentalistas que, de una manera obsesiva, se sienten amenazados por una especie de "complot occidental", que sólo existe en sus quimeras y fantasías.

Cuando, hace años, André Malraux dijo que "el siglo XXI o sería religioso o no sería nada", se entendió la frase como un pronóstico de reverdecimiento de la fe. Incluso recientemente se podía pensar que, después de una época de relativismo moral, la ley del péndulo podía transformar a una sociedad indiferente en una sociedad en que Dios saliera del paréntesis en que lo habían situado. Ellos manejan dinero, mucho dinero y armas (aunque la población viva en condiciones paupérrimas) y están "crecidos" porque creen que Alá está de su parte.

Cuentan, además, con que el cristianismo vive una crisis de identidad y de insubordinación. Nos ven tibios, con un descreimiento práctico y con una fe devaluada.

No sé como se exporta la razón o si es tan frágil que es de difícil transporte. Pero en nombre del sentido común-no hace falta invocar motivos más sublimes- hay que trabajar (y orar) para que -como dijo el Papa- se rechace "de forma clara y radical toda motivación religiosa de la violencia".