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¿Dónde vamos, quién nos conduce?

Según la estadística, los católicos son más comprometidos, y los jóvenes sin fe, más supersticiosos.

El diagnóstico se afirma y extiende: nuestra sociedad está dañada por la desvinculación que pretende la realización personal entendida sólo como la satisfacción del deseo y las pulsiones. Vivimos bajo el mandato de que la realización del deseo es el hiperbien al que tienen que supeditarse todos los demás, el que se impone a todo compromiso sea formal o personal. Y esto es lo que nos muestra la realidad diaria.

Así, los últimos datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre la religión en España, aportan elementos interesantes: nos muestran la relación entre donación a los demás, vínculo, sentido y práctica religiosa. La cuestión planteada en las encuestas se orienta a preguntar por qué cuestiones se está dispuesto al sacrificio, incluida la propia vida. ¿Acaso el país, salvar una vida, la justicia, la libertad, la paz, la democracia, la religión, la familia?

Vence de calle la familia y sólo supera el 50% de afirmaciones -pero a gran distancia de la vinculación familiar- el salvar una vida. Los demás temas resultan más o menos malparados. El país, sobre todo, pero también la religión, la justicia y la democracia. Incluso la libertad y la paz no llegan a la mitad de los síes.

Pero lo que deseo subrayar es que siempre se da la correlación positiva de que la persona religiosa es quien más predispuesta está a sacrificarse. No sólo con relación al país o la religión, sino en todas las cuestiones planteadas. Por ejemplo, en el caso de la paz, los católicos se sitúan un 10% por encima de las personas no religiosas. En lo de salvar una vida los resultados son abrumadores, puesto que las diferencias se sitúan por encima entre un 20 y un 40%. Esto se repite con cifras distintas en todos los demás casos. Sólo en el supuesto de la libertad los resultados se igualan.

Y si es cierto que uno sólo ama aquello por lo que está dispuesto a morir o a sacrificarse, la religión constituye una causa decisiva para contraer tamaño vínculo. La religación con Dios se manifiesta en un mayor compromiso humano. La desvinculación se nutre del desapego religioso, del laicismo, con las excepciones personales pertinentes -hablamos de encuestas - y a la inversa, porque en realidad la secularización entendida como la pérdida del sentido de pertenencia a la Iglesia, es sólo una manifestación específica del fenómeno más amplio de la desvinculación que aqueja a Europa.

Y otro dato. Es bien sabido que los menos religiosos son los jóvenes, especialmente por debajo de los 24 años, y también, pero ya no tanto, hasta los 34. Pues bien, ellos son con diferencia los que más creen en espíritus, videntes, brujas y horóscopos. Un 30% de los más jóvenes creen en los espíritus: ¡casi uno de cada tres!, pero sólo la mitad de aquella cifra los mayores de 45 años. Esta proporción de dos a uno, del doble, se repite en todas las demás supersticiones.

¿Cómo es posible que la generación con más estudios de nuestra historia crea en estas cosas y, que incluso los más ancianos, de menor preparación y en muchos casos de origen rural, sean sólo la mitad?

Pues básicamente por dos razones. Una la apuntó V. Frankl en La presencia ignorada de Dios: La fe reprimida (por la cultura de masas, la presión mediática y política) sin cauce degenera en superstición. La segunda, porque la educación sólo significa etimológicamente y como sentido conducir, nada más. La cuestión es, ¿conducir a dónde? ¿Hacia dónde nos conducen quienes guían o informan a nuestra sociedad? Parte de la respuesta ya la han leído.

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