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La crisis de Europa y la economia española

Con esta demografía, nuestro bolsillo y pensiones se resentirán, como en Francia y Alemania.

El director del Instituto de Política Económica de Colonia y expresidente del Consejo de Expertos Económicos de Alemania, Juergen Donges, -por consiguiente, un nombre de referencia en la economía europea-, ha dejado claro que el actual modelo europeo no es sostenible.

El cambio demográfico, con la baja natalidad, la inmigración, el sistema de pensiones o la sanidad financiadas vía reparto lo hacen inviable.

Este diagnóstico aplicado a Alemania no es distinto del que puede formularse a medio plazo sobre España. Pocos días antes Maurice Allais, el premio Nobel de Economía de 1988 señalaba que la economía francesa está peor que antes de la Revolución, lo cual es mucho decir aunque sea un Nobel quien lo formule. En cualquier caso, es una afirmación plenamente negativa de la situación francesa.

Dos personalidades de la economía mundial coinciden, con análisis distintos, eso sí, en señalar que lo que debe ser el motor de Europa, el eje franco-alemán, se fundamenta en modelos agotados, que no pueden competir con los salarios de China y la India ni, digámoslo de paso, su voluntad de trabajar duro. Es lógico, ellos vienen de la pobreza y en algunos casos del hambre y nosotros estamos instalados en un bienestar desigual pero más que satisfactorio.

El no a Europa es en parte una negativa a aceptar el agotamiento del modelo y a demandar salidas sin esfuerzo y eso es imposible. No es la única causa. La desvinculación política en un doble sentido, la que ha dejado a los gobernantes europeos de los ciudadanos, y la de estos entre sí y en relación a cualquier solicitud de esfuerzo colectivo, también tienen un papel importante en el rechazo constitucional.

En todo caso lo que queda claro es que Europa no solo se enfrenta a un problema derivado del no al Tratado Constitucional, sino de algo mucho más profundo que afecta simultáneamente a su modelo productivo, la capacidad de producir bienes y servicios en términos competitivos y, a su estado del bienestar.

Este es también el escenario para España, aunque escuchando los debates de nuestros políticos no lo parezca. Las únicas diferencias producto de las singularidades españolas son de recorrido corto. Demográficamente porque nuestro baby boom es más tardío que el europeo y consecuentemente nuestra crisis se retrasa unos años más, pero también será más grave porque la desproporción entre jubilados y activos resultara mucho mayor que la que amenaza a Francia y Alemania.

También porque registrará el impacto de lo que ahora es fuente de ingresos para la seguridad social: los inmigrantes regularizados. Piénsese que el 81% de estos tienen de 25 a 65 años. Mas todavía, una quinta parte del total tienen entre 41 y 65 años. Háganse cuentas y verán como a partir de la década de los 30 nuestro estado del bienestar, si no se reajusta ahora, va a resultar impagable.

Por otra parte el mejor comportamiento de la economía española se basa en dos factores cortoplacistas, la construcción y la demanda interior. Por consiguiente, viendo la situación de Europa y aprovechando el buen momento de la economía española, debería aprovecharse el margen de tiempo -en todo caso corto- que disponemos para introducir los cambios substanciales necesarios para evitar caer en la situación de Francia y Alemania, que en nuestro caso por la menor productividad y debilidad del estado del bienestar puede manifestarse en términos más graves.

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