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Defensor del Dogma

En su libro de entrevistas con Victorio Messori le confiesa Ratzinger al escritor italiano que le gustaría estar unos años jubilado de trabajos vaticanos para dedicarse a estudiar el tema del pecado original. Esta íntima pretensión me parece que muestra al nuevo papa como lo que realmente es y él se siente: sobre todo un intelectual, un hombre de estudio, un gran (uno de los mayores de nuestro tiempo) teólogo. Un hombre que, de lo que hubiese sido la vida gustosa para él (los libros, la cátedra, los congresos), se ha visto arrastrado a las más altas responsabilidades de la Iglesia. Ahora, a la más alta de todas.

Días pasados, un comentarista de la televisión, contemplando la posibilidad de un Ratzinger papa, decía, que el sería el hombre del dogma; y usaba esta palabra, que hoy tiene tan mala prensa, para dar la imagen de un Ratzinger ultraconservador y cerrado. Pero se olvida con frecuencia que el Catolicismo es una religión de dogmas revelados; un tesoro que hemos recibido y que tenemos que guardar, profundizar y extender a todo el mundo. Estamos en diálogo con todos los hombres y hacia todos los sentidos, pero la nuestra no es una verdad de consenso a la que se puede llegar por un acuerdo de distintas partes, por una dialéctica de contrarios. El sentido de la palabra dogmático tan negativo hoy, en la Iglesia es uno de los pilares fundamentales. Nada hay sin dogma, sin seguridad en nuestras creencias fundamentales. Podemos abrirnos al mundo, dialogar con todos, pero sin perder el norte de lo que somos y en lo que creemos. Eso lo ha entendido y difundido muy bien el teólogo e intelectual Ratzinger, que ha sido el gran enemigo del relativismo, del neopaganismo, de lo que él ha llamado un catolicismo burgués y acomodaticio. Y lo va a seguir defendiendo, lo que él quizá nunca hubiese sospechado, como papa, como Su Santidad Benedicto XVI.