» Baúl de autor » Tomás Salas

La voz de la Iglesia

Es frecuente hoy entrar en polémica con la Iglesia católica a propósito de ciertos temas de actualidad (matrimonio entre homosexuales, asignatura de religión...) y se suele hacer de forma superficial, con gruesos argumentos y tópicos gastados y, sobre todo, con un tono de dura agresividad. No suele haber un análisis de los temas, ni siquiera un intento de refutación de las ideas contrarias; lo que hay es un claro rechazo, un fastidio de que la Iglesia se manifieste públicamente sobre estos temas. Quiero que quede clara esta matización: no se critica lo que la Iglesia dice; sino que se critica que la Iglesia opine en un ámbito más amplio que el de sus propios fieles. La actitud me parece preocupante porque puede minar los fundamentos de cualquier debate constructivo, que es, en última instancia, minar los fundamentos de la democracia misma.

Por el contrario, pienso que es importante que aquí y ahora, la voz de la Iglesia sea escuchada. Y lo es por varias causas.

La primera, porque es una voz sociológicamente representativa de millones de personas, que no son un grupo de inquisidores oscurantistas, sino ciudadanos normales y, por otra parte, bastante diversos.

La segunda causa, es el peso llamémosle intelectual o cultural de esta voz. Cuando la iglesia habla del hombre, de la moral, de la sexualidad, no es una recién llegada que se mete en temas que le son desconocidos; es una institución que ha elaborado en un largo proceso de siglos un pensamiento coherente sobre estas cuestiones. Cuando habla de persona, de igualdad, de libertad, está usando conceptos que ella misma ha contribuido a configurar históricamente. Se puede estar o no de acuerdo con sus ideas, pero no puede dejar de reconocerse el bagaje cultural que pesa en ellas.

Y hay una tercera razón, quizá la más importante: su autoridad moral, que deriva de su labor junto a los más desfavorecidos. Los miles de misioneros, las instituciones dedicada a ancianos, a niños, a enfermos de SIDA, a toxicómanos, la labor callada de tantos cristianos anónimos dan un sello de autoridad a su palabra. Con ruidosas y contadas excepciones, en la Iglesia hay una identidad fundamental (que ya quisieran para sí los políticos y otras instituciones) entre lo que se dice y lo que se hace.

A todas estas razones, hay que añadir otra evidente: no podemos negar la posibilidad de diálogo, desacreditando de entrada al oponente en una sociedad libre y pluralista. ¿Han repasado nuestros interlocutores en que las sociedades libres y pluralistas son, sobre todo, las de tradición cristiana? Es un tema de meditación que les propongo.