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Marcion
Marción nació en Sínope, en el Ponto, actualmente Sinob, en la costa del mar Negro. Su padre fue obispo, y su familia pertenecía a la más alta clase social de este importante puerto y ciudad comercial. El mismo hizo una gran fortuna como armador. Fue a Roma hacia el año 140, durante el reinado de Antonino Pío, y al principio se asoció a la comunidad de los fieles. Pero muy pronto sus doctrinas suscitaron viva oposición, hasta el punto que los jefes de la Iglesia le exigieron que diera cuenta de su fe. El resultado fue que en julio del año 144 fue excomulgado. Hay una gran diferencia entre Marción los demás gnósticos. Estos se limitaron a fundar escuelas. Marción, en cambio, después de su separación de la Iglesia de Roma, constituyó su propia Iglesia, con una jerarquía de obispos, presbíteros y diáconos. Las reuniones litúrgicas eran muy semejantes a las de la Iglesia romana. Merced a ello, logró más seguidores que las demás sectas gnósticas. Diez años después de su excomunión, Justino refiere que su Iglesia se había extendido "por toda la humanidad." A mediados del siglo y había aún comunidades marcionitas en Oriente, especialmente en Siria. Algunas de ellas sobrevivían todavía a principios de la Edad Media.
Como hecho interesante cabe anotar que, antes de ir a Roma, Marción había sido excomulgado ya por su padre. Probablemente, en su ciudad natal de Sínope, halló la misma oposición a sus doctrinas que luego encontró en Roma. Sería, pues, muy interesante conocer algo sobre sus enseñanzas. Desgraciadamente, la única obra que escribió, las Antítesis, en la que exponía su doctrina, se ha perdido. También se ha perdido su carta dirigida a los jefes de la Iglesia romana, en la que daba cuenta de su fe. Ireneo asocia a Marción con el gnóstico sirio Cerdón, que vivió en Roma bajo Higinio (136-140) "y enseño que el Dios proclamado por la Ley y los Profetas no es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque aquél es conocido, éste desconocido; el uno es justo, el otro bueno" (Adv. haer. 1,27,1).
Ireneo afirma que Marción dio nuevo impulso a la escuela de Cerdón en Roma, blasfemando desvergonzadamente del Dios que la Ley y los Profetas han anunciado; afirmando que es un ser maléfico y amigo de guerras, y también inconstante en sus juicios y en contradicción consigo mismo. En cuanto a Jesús, atestigua que vino del Padre, que está por encima del Dios que hizo el mundo, a Palestina, en tiempo del gobernador Poncio Pilalos, procurador de Tiberio César, y se manifestó en forma humana a los habitantes de Judea, para abolir la Ley y los Profetas y todas las obras de este Dios que hizo el mundo, a quien llama también el Cosmocrator (Soberano del mundo). Mutila, además, el evangelio según San Lucas, eliminando todo lo que estaba escrito sobre el nacimiento del Señor y gran parte de la doctrina de los discursos de nuestro Señor, donde está escrito que nuestro Señor reconocía como Padre al Creador de este mundo. Convence a sus discípulos que él es mucho más digno de crédito que los Apóstoles que escribieron el evangelio; siendo así que él pone en sus manos, no el evangelio, sino tan sólo una pequeña parte de él. Lo mismo hace con las epístolas de San Pablo, que también mutila, eliminando todos aquellos pasajes en donde el Apóstol habla claramente del Dios que hizo el mundo, y de cómo El es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Elimina igualmente todos los escritos proféticos, que el Apóstol cita en sus enseñanzas como profecías de la venida del Señor. Y la salvación, añade, está reservada a las almas iniciadas en su doctrina. Pero el cuerpo, por lo mismo que ha sido tomado de la tierra, no puede participar de la salvación" (Adv. haer. 1,27,2-3).
En otro pasaje (Adv. haer. 3,3,4) refiere Ireneo que una vez el obispo Policarpo de Esmirna se encontró con Marción, y, al ser preguntado por éste: "¿Me conoces?," Policarpo respondió: "Sí, reconozco en ti al primogénito de Satanás."
Como todos los demás escritores antiheréticos, Ireneo incluye a Marción entre los gnósticos. A. von Harnack, sin embargo, opina que Marción no fue gnóstico, sino el primer reformador y restaurador cristiano del paulinismo. Harnack tiene razón en el sentido de que Marción no intentó salvar la distancia entre lo infinito y lo finito con la ayuda de toda una serie de eones, como hacían los gnósticos. Tampoco se preocupó de especular sobre la causa del desorden que reina en el mundo visible. También difiere de los gnósticos en cuanto que repudia la interpretación alegórica de las Escrituras. Pero, aparte de eso, la teología de Marción revela la misma mezcla típica de ideas cristianas y paganas que caracteriza el gnosticismo. Su concepto de la divinidad es gnóstico, porque supone una distinción real entre el dios bueno, que vive en el tercer cielo, y el dios justo, que es inferior a él. El mismo carácter gnóstico se encuentra en su cosmología. El segundo dios que creó el mundo y al hombre no es sino el demiurgo, que conocemos por otras sectas gnósticas. Asimismo es gnóstica la opinión de Marción según la cual este segundo dios no creó el mundo de la nada, sino que lo formó de la materia eterna, principio de todo mal. Marción identifica este segundo dios con el Dios los judíos, el Dios de la Ley y de los Profetas. Es justo, tiene pasiones; es iracundo y vengativo; es el autor de todo mal, tanto físico como moral. Por eso es el instigador de las guerras.
La cristología de Marción refleja la misma tendencia gnóstica. Cristo no es el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento; no nació de la Virgen María, por la sencilla razón de que ni nació ni creció. Ni siquiera en apariencia. En el año decimoquinto del reinado de Tiberio se manifestó de repente en la sinagoga de Cafarnaúm. A partir de este momento tuvo una apariencia humana, que conservó hasta su muerte en la cruz. Derramando su sangre, redimió a todas las almas del poder del demiurgo, cuyo reino destruyó con su predicación y con sus milagros. Aparece aquí otra idea gnóstica. Según Marción, en efecto, la redención afecta sólo al alma. El cuerpo, por lo tanto, sigue sujeto al poder del demiurgo y está destinado a la destrucción. La inconsciencia y la falta de toda lógica en estas doctrinas son evidentes. Marción no cree de su incumbencia el explicar el origen de su dios de justicia, ni por qué el sacrificio de la cruz reviste tal importancia a sus ojos, cuando en realidad no es sino el sacrificio de un fantasma.
También es decididamente gnóstico el sistema de "depurar" los textos del Nuevo Testamento, eliminando todos los pasajes que afirman la identidad de Dios, el Padre de Jesucristo, con el creador del mundo; de Cristo con el Hijo de Dios, que hizo el cielo y la tierra; del Padre de Jesucristo con el Dios de los judíos. Todos estos pasajes estaban en manifiesta oposición con las ideas gnósticas. Además, Marción tiene en común con Valentín que rechaza de plano todo el Antiguo Testamento. Se diferencia, empero, de la mayoría de los gnósticos en que no escribió nuevos evangelios o libros sagrados, aunque pusiera reparos a algunos de los escritos del Nuevo Testamento y rechazara completamente el Antiguo. Estaba convencido de que los judíos habían falsificado el evangelio original de Cristo introduciendo en él elementos judíos. Por esta razón, Cristo llamó al apóstol Pablo a restablecer el Evangelio en su forma original. Pero los enemigos de San Pablo llegaron a corromper incluso sus epístolas. Marción eliminó, en consecuencia, los evangelios de Mateo, Marcos y Juan, y rechazó lo que llama interpolaciones judías en el evangelio de Lucas, el cual, a su juicio, contenía en substancia el Evangelio de Cristo. De la colección de las cartas de San Pablo excluyó las epístolas pastorales y la epístola a los Hebreos. De las cartas que conserva omitió algunos pasajes. Colocó en primer lugar la carta a los Gálatas, y cambió el nombre de la epístola a los Efesios por el de epístola a los Laodicenses. Por medio de esta revisión redujo el Nuevo Testamento a dos documentos de fe, a los que daba los nombres de Evangelio y Apóstol. A estos documentos agregó su libro Antítesis, en el que justificaba su repudio del Antiguo Testamento por la acumulación de todos los pasajes que prueban el carácter malo del Dios de los judíos. Expone igualmente sus objeciones contra los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles.
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