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Los Escritos De Ireneo
Además de la administración de su diócesis, Ireneo se dedicó a la tarea de combatir las herejías gnósticas por medio de extensos escritos. En ellos hace una excelente refutación y un análisis crítico de las fantásticas especulaciones de los gnósticos. Supo combinar un conocimiento vasto de las fuentes con la seriedad moral y el entusiasmo religioso. Su gran familiaridad con la tradición eclesiástica, que debía a su amistad con Policarpo y con los demás discípulos de los Apóstoles, era una enorme ventaja para su lucha contra la herejía. Desgraciadamente, sus escritos se perdieron muy pronto. Solamente quedan dos de las muchas obras que compuso en griego, su lengua materna. Una de estas dos es su obra más importante; no la poseemos en el original griego, sino en una traducción latina muy literal. Los críticos están muy divididos en lo que se refiere a la fecha de esta traducción.
I. Esta magna obra de Ireneo lleva por título Desenmascaramiento y derrocamiento de la pretendida pero falsa gnosis. Generalmente se la llama Adversus haereses. Como indica el título original, la obra se divide en dos partes. La primera trata de descubrir la herejía gnóstica. Aunque esta parte abarca solamente el primer libro, es de un valor incalculable para la historia del gnosticismo. Ireneo empieza con una detallada descripción de la doctrina de los valentinianos, en la que intercala razones polémicas. Sólo después aborda la cuestión de los orígenes del gnosticismo. Habla de Simón Mago y de Menandro; cita luego a los demás jefes de las escuelas y sectas gnósticas en este orden: Satornil, Basílides, Carpócrates, Cerinto, los ebionitas, los nicolaítas, Cerdón, Marción, Taciano y los encratitas. Insiste, sin embargo, en que estos nombres no agotan la lista de quienes, de una manera u otra, se apartaron de la verdad. La segunda parte, el "derrocamiento," comprende los cuatro libros restantes:
El libro II refuta con argumentos de razón la gnosis de los valentinianos y de los marcionitas.
El libro III, con argumentos de la doctrina de la Iglesia sobre Dios y sobre Cristo.
El libro IV, con palabras del Señor.
El libro V trata casi exclusivamente de la resurrección de la carne, negada por todos los gnósticos. Como conclusión, habla del milenio, y es aquí donde Ireneo se revela ***quiliasta.
Toda la obra adolece de falta de nitidez en la disposición y de unidad de pensamiento. Su lectura resulta pesada a causa de su prolijidad y frecuentes repeticiones. Este defecto es debido con toda probabilidad a que el autor escribió la obra de manera intermitente. En el prólogo del tercer libro dice que ya había mandado los dos primeros libros a un amigo a cuyos requerimientos los había compuesto: los otros tres los fue enviando uno tras otro. De todos modos, parece que el plan de la obra lo tenía trazado desde un principio, pues en el libro tercero se refiere a observaciones que hará más tarde sobre el apóstol Pablo y que no aparecen hasta el libro quinto. Además al final del libro tercero anuncia el cuarto, y al final de éste, el quinto. Mas parece que Ireneo iba añadiendo a la obra nuevos detalles y ampliaciones de tarde en tarde. No tuvo ciertamente la habilidad de organizar los materiales de que disponía en un todo homogéneo. Los defectos de forma que molestan al lector provienen de esta falta de síntesis. A pesar de todo, Ireneo sabe hacer una descripción clara, simple y persuasiva de las doctrinas de la Iglesia. Su obra, pues, sigue siendo de máxima importancia para el conocimiento de los sistemas gnósticos y de la teología de la Iglesia primitiva. Ireneo no tuvo la pretensión de realizar una obra de arte literario. "No puedes esperar de mí, que resido entre los celta y estoy acostumbrado a usar casi continuamente un dialecto bárbaro, ninguna exhibición de retórica, que no aprendí nunca ni tampoco la calidad en la composición, que nunca he practicado, ni siquiera un estilo hermoso y persuasivo, que no pretendo. Pero tú aceptarás con espíritu benévolo lo que yo te he escrito con el mismo espíritu, con simplicidad, sinceridad y modestia" (Adv. haer. I, Praef, 3).
Cuando describe las doctrinas gnósticas, Ireneo se basa en sus extensas lecturas de tratados gnósticos, pero aprovecha tambien la contribución de los escritores antiheréticos que le precedieron.
Es sumamente difícil identificar estas fuentes, porque todas se han perdido, incluso algunas que Ireneo nombra explícitamente, como las "Sentencias de Papías de Hierópolis," las "Sentencias de los Ancianos del Asia Menor" y el "Tratado contra Marción" de Justino. Sabemos ciertamente que Ireneo usó esas obras, pero, por la razón ya expuesta, no es posible determinar hasta qué punto depende de ellas. F. Loofs opina que una de las fuentes de Ireneo fueron los escritos del obispo Teófilo de Antioquía. Mas, desgraciadamente, los dos tratados antignósticos de Teófilo, Contra Hermógenes y Contra Marción, han desaparecido. Eusebio sólo nos ha conservado sus títulos. Poseemos, eso sí, el Discurso a Autólico de Teófilo, pero el mismo Loofs se ve precisado a confesar que ninguno de los paralelismos que ha encontrado entre esta obra y los escritos de Ireneo prueban suficientemente que éste la utilizara. Además, tampoco es seguro que el tratado de Teófilo Contra Marción existiera cuando Ireneo escribió su principal obra contra los gnósticos.
La transmisión del texto.
1. La versión latina, que contiene el texto íntegro, se conserva en varios manuscritos. H. Jordan y A. Souter opinan que esta traducción se hizo en el África del Norte, entre los años 370 y 420. H. Koch, en cambio, sostiene que debe de ser anterior al año 250, porque Cipriano se sirvió de ella. W. Sanday va aún más lejos y le asigna la fecha del 200.
2. Bastantes fragmentos del original griego perdido se conservan en las obras de Hipólito, Eusebio y, sobre todo, Epifanio. Otros fragmentos se encuentran en catenae y papiros.
3. Una traducción literal en armenio de los libros cuarto y quinto fue descubierta y editada por E. Ter-Minassiantz.
4. Quedan, además, veintitrés fragmentos en traducciones siríacas.
II. Además de esta obra principal de Ireneo, poseemos otra, Demostración de la enseñanza apostólica. Durante mucho tiempo sólo se conocía el título de esta obra, dado por Eusebio (Hist. eccl. 5,26). Pero en 1904 Ter-Mekerttschian descubrió la obra entera en una traducción armenia, que publicó por vez primera en 1907. Este opúsculo no es una catequesis, como opinaban algunos sabios, sino un tratado apologético, como su mismo título lo indica. Comprende dos partes. Tras algunas observaciones introductorias sobre los motivos que le impulsaron a escribir esta obra (c.1-3), la primera parte (c.4-42) estudia el contenido esencial de la fe cristiana. Trata de las tres divinas Personas, de la creación y caída del hombre, de la encarnación y de la redención. Se describe, pues, la historia de las relaciones de Dios con el hombre, desde Adán hasta Cristo. La segunda (c.49-97) aporta algunas pruebas en favor de la verdad de la revelación cristiana, sacadas de las profecías del Antiguo Testamento, y presenta a Jesús como Hijo de David y como Mesías. El autor argumenta así:
Si, pues, los profetas predijeron que el Hijo de Dios aparecería sobre la tierra, si ellos anunciaron en qué parte de la tierra, cómo y en qué forma se manifestaría, y si el Señor realizó en su persona todas estas predicciones, nuestra fe en él descansa por lo mismo sobre un fundamento inquebrantable, y la tradición de nuestra predicación tiene que ser verdadera, esto es, verdadero es el testimonio de los Apóstoles, que fueron enviados por el Señor y que predicaron en el mundo entero que el Hijo de Dios vino para sufrir la pasión, con lo cual abolió la muerte y nos mereció la resurrección (c.68).
Como conclusión, el autor exhorta a sus lectores a que vivan de acuerdo con su fe y les precave contra la herejía y su impiedad. Este resumen muestra que la apología no tiene nada de polémico. Se limita a dar una prueba positiva de la doctrina verdadera, y para una refutación de los gnósticos remite al lector a la obra principal de Ireneo.
III. De las demás obras de Ireneo se conservan solamente unos pocos fragmentos o únicamente el título.
1. Ireneo escribió una carta al presbítero romano Florino Sobre la monarquía o Que Dios no es el autor del mal. En su Historia eclesiástica, Eusebio cita un largo pasaje de esta carta (5,20,4-8).
2. Después que Florino hubo renegado de su fe, Ireneo escribió Sobre la Ogdoada. Eusebio nos ha conservado la conclusión de este tratado (Hist. eccl. 5,20,2).
3. Ireneo dirigió otra carta Sobre el cisma a Blastus, que vivía en Roma y que, como Florino, era inclinado a innovaciones. Eusebio nos ha conservado solamente el título de esta carta (Hist. eccl. 5,20,1).
4. Se conserva en siríaco un fragmento de una carta que Ireneo escribió al papa Víctor. En esta carta pide al Papa que proceda contra Florino y condene sus escritos.
5. Eusebio (Hist. eccl. 5,23.3; 24,11-17) copia unos extractos de una carta de Ireneo al papa Víctor sobre la fecha de la Pascua (cf. supra, p.82s).
6. Eusebio (Hist. eccl. 5,26) conocía, además, el tratado Sobre el conocimiento y "un pequeño libro de varios discursos en el que menciona la Epístola a los Hebreos y la Sabiduría de Salomón, citando algunos pasajes de ellos." Esta última obra consistiría probablemente en una colección de sermones.
7. En cuanto a los fragmentos que Ch. M. Pfaff publicó en 1715 como procedentes de supuestos manuscritos de Turín, A. Harnack probó que no eran más que falsificaciones (TU 20,3. Leipzig 1900).
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