conoZe.com » Historia de la Iglesia » Padres de la Iglesia » Patrología (I): Hasta el Concilio de Nicea » I: Literatura antenicena anterior a Ireneo » 8. Los Principios de la Literatura Antiherética » 2. La Refutación Teológica de las Herejías » Ireneo de Lion

La Teología De Ireneo

Dos razones explican la importancia de Ireneo como teólogo. En primer lugar, desenmascaró el carácter pseudocristiano de la gnosis, acelerando de esa manera la eliminación de los adeptos a esta herejía del seno de la Iglesia. Defendió luego con tanto éxito los artículos de fe de la Iglesia católica, negados o mal interpretados por los gnósticos, que merece ser llamado fundador de la teología cristiana. Y eso que su espíritu no era dado a teorizar y no hizo ningún descubrimiento teológico nuevo. Al contrario, se inclinaba siempre a sospechar de toda ciencia que tendiera a la especulación:

Es mejor no saber absolutamente nada, ni siquiera una sola de las razones por las que ha sido hecha una sola cosa de la creación, pero creer en Dios y perseverar en su amor, que, hinchado por un conocimiento así, apartarse de este amor, que es la vida del hombre. Y más vale no buscar otro conocimiento que el de Jesucristo, el Hijo de Dios, que fue crucificado por nosotros, que caer en la impiedad por cuestiones sutiles y discusiones alambicadas (Adv. haer. 2,26,1).

A pesar de su actitud de recelo respecto a la teología especulativa, Ireneo tiene el gran mérito de haber sido el primero en formular en términos dogmáticos toda la doctrina cristiana.

1. Trinidad

Aunque su contemporáneo Teófilo de Antioquía había empleado ya la palabra Tpiás, Ireneo no se sirve de ella para definir al Dios uno en tres personas. En su lucha contra los gnósticos, prefiere insistir en otro aspecto de la divinidad: la identidad del único Dios verdadero con el Creador del mundo, con el Dios del Antiguo Testamento y con el Padre del Logos. Ireneo no discute las relaciones de las tres personas en Dios, pero está convencido de que la historia de la humanidad prueba claramente la existencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Existieron antes de la creación del ser humano, porque las palabras "Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra," el Padre las dirige al Hijo y al Espíritu Santo, a quienes San Ireneo llama alegóricamente las manos de Dios (Adv. haer. 5,1,3; 5,5,1; 5,28,1). Ireneo explica una y otra vez que el Espíritu Santo, al servicio del Logos, llena a los profetas con el carisma de la inspiración y que las órdenes para todo esto las da el Padre. De esta manera, toda la obra de la salvación en el Antiguo Testamento es una instrucción excelente sobre las tres personas en un solo Dios.

2. Cristología

a) Sobre la relación del Hijo con el Padre, Ireneo dice lisa y llanamente:

Si alguno nos dijere: ¿Cómo fue, pues, producido el Hijo por el Padre?, le responderíamos que nadie entiende esta producción, o generación, o pronunciación, o cualquiera que sea el nombre con que se quiera llamar esta generación, que de hecho es inenarrable..., sino solamente el Padre, que engendró, y el Hijo, que fue engendrado. Y supuesto que esta generación es inenarrable, todos los que se afanan por narrar generaciones y producciones no están en su sano juicio, por cuanto que intentan explicar cosas que son inexplicables (2,28,6).

Pero, además, tenemos en Ireneo el primer intento de comprender la relación entre el Padre y el Hijo de una manera especulativa: "Dios se ha manifestado por el Hijo, que está en el Padre y tiene en sí al Padre" (3,6,2).

Con estas palabras Ireneo enseña la perichoresis o circumincessio. De la misma manera que defiende contra los gnósticos la identidad del Padre con el creador del mundo, así también enseña que hay un solo Cristo, aunque le demos diferentes nombres. Por lo tanto, Cristo es idéntico al Hijo de Dios, al Logos, al Hombre-Dios Jesús, a nuestro Salvador y Señor.

b) Recapitulación: La médula de la cristología de Ireneo y, a la verdad, de toda su teología es la teoría de la recapitulación (ανακεφαλαίωση). La idea la tomó de San Pablo, pero la desarrolló considerablemente. Para Ireneo, recapitulación es resumir todas las cosas en Cristo desde un principio. Dios rehace su primitivo plan de salvar a la humanidad, que había quedado desbaratado por la caída de Adán, y vuelve a tomar toda su obra desde el principio para renovarla, restaurarla reorganizarla en su Hijo encarnado, quien se convierte para nosotros de esta manera en un segundo Adán. Puesto que con la caída de la persona humana toda la raza humana quedó perdida, el Hijo de Dios tuvo que hacerse hombre para realizar como tal una nueva creación de la humanidad:

Las cosas que perecieron tenían carne y sangre. Porque el Señor, tomando el limo de la tierra, plasmó al hombre. Y en su favor se realizó toda la obra de la venida del Señor. Por eso quiso El tomar carne y sangre, a fin de recapitular en sí mismo, no otra obra cualquiera, sino la misma obra original del Padre, buscando precisamente lo que se había perdido (5,14,2).

Con esta recapitulación del ser humano original, no solamente fue renovado y restaurado Adán personalmente, sino también toda la raza humana:

Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga serie de los hombres, dándonos la salvación como en resumen (en su carne) a fin de que pudiésemos recuperar en Jesucristo lo que habíamos perdido en Adán, a saber, la imagen y semejanza de Dios (3,18,1).

Fueron destruidos al mismo tiempo los malos efectos de la desobediencia de Adán: "Oíos recapituló en él esta carne de la persona modelada por él desde un principio, a fin de dar muerte al pecado, aniquilar la muerte y vivificar al hombre" (3,18,7). Así fue como el segundo Adán reanudó la antigua contienda con el diablo y le venció.

Ahora bien, el Señor no habría recapitulado en sí mismo la antigua y primitiva enemistad contra la serpiente, cumpliendo la promesa del Creador, si hubiese procedido de otro Padre. Pero, como es uno mismo e idéntico el que nos formó desde el principio y envió a su Hijo al fin de los tiempos, el Señor cumplió su mandato, tomando carne de una mujer y destruyendo a nuestro adversario y rehaciendo al hombre a imagen y semejanza de Dios (5,21,2).

Cristo, pues, lo renovó todo con esta recapitulación.

¿Qué trajo, pues, el Señor cuando vino? Sabed que trajo toda novedad cuando se trajo a sí mismo, que había sido anunciado. Porque estaba anunciado que vendría una novedad a renovar al ser humano y darle vida (4,31,1).

3. Mariología.

La idea de recapitulación influyó profundamente en la doctrina mariana de Ireneo. Justino había sido el primero en establecer el paralelismo entre Eva y María, como Pablo lo hiciera con Adán y Cristo. Ireneo desarrolla aún más este paralelismo:

De acuerdo con este plan, encontramos también a la Virgen María obediente y diciendo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra." Eva fue desobediente; desobedeció, en efecto, cuando aún era virgen. Y así como ella, teniendo un esposo, Adán, pero permaneciendo aún virgen, por su desobediencia fue causa de muerte para sí misma y para toda la raza humana, así también María, esposa de un hombre que le había sido destinado, y, sin embargo, virgen, por su obediencia se convirtió en causa de salvación, tanto para sí como para todo el género humano.

Y por esta razón a la doncella desposada con un hombre, aunque sea virgen todavía, la ley la llama esposa del que la ha recibido de esta manera, manifestando así que la vida remonta de María a Eva; porque no se puede soltar lo que ha sido atado más que desanudando en sentido inverso la serie de nudos, de modo que los primeros queden sueltos gracias a los últimos, o, en otras palabras, que los últimos suelten a los primeros. Y ocurre que el primer enredo se resuelve merced al segundo y es el segundo nudo el que primero se suprime. Por esto declaró el Señor que los primeros serían los últimos, y los últimos los primeros. Y el profeta venía a decir lo mismo cuando exclamaba: "En vez de padres, te han nacido hijos." Porque el Señor, habiendo nacido como el "Primogénito de los muertos" y recibiendo en su seno a los antiguos padres, los regeneró a la vida de Dios, convirtiéndose en principio de los que viven, como Adán se hizo principio de los que mueren. Por lo cual Lucas empezó la genealogía con el Señor remontando hasta Adán, indicando de esta manera que no le engendraron ellos a él, sino que él fue quien los regeneró al evangelio de vida. Y de la misma manera sucedió que el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María. Porque lo que la virgen Eva había fuertemente ligado con su incredulidad, la Virgen María lo libertó con su fe (3,22,4).

Por consiguiente, según Ireneo, la obra de la redención sigue exactamente las etapas de la caída del hombre. Por cada paso en falso que dio el hombre, seducido por Satanás, Dios le exige una compensación, a fin de que su victoria sobre el seductor sea completa. La humanidad recibe a un nuevo progenitor que ocupa el lugar del primer Adán. Pero como la primera mujer también estaba complicada en la caída por su desobediencia, el proceso curativo empieza también con la obediencia de una mujer. Dando la vida al nuevo Adán, ella viene a ser la verdadera Eva, la verdadera madre de los vivientes, y la causa salutis. De este modo María se convierte en advocata Evae:

Y si la primera (Eva) desobedeció a Dios, la segunda (María), en cambio, consintió en obedecer a Dios, a fin de que la Virgen María pudiera ser abogada de la virgen Eva. Y así como la raza humana quedó vinculada a la muerte por causa de una virgen, de igual manera es liberada por una virgen; la desobediencia de una virgen ha sido compensada por la obediencia de otra virgen (5,19,1).

Ireneo extiende aún más el paralelismo entre Eva y María. Está tan convencido de que María es la nueva madre de la humanidad, que la llama seno de la humanidad. Enseña así la Maternidad universal de María. Habla del nacimiento de Cristo corno "del ser puro que abrió con toda pureza el puro seno que regenera a los hombres en Dios" (4,33,11).

4. Eclesiología

a) La eclesiología de Ireneo está también íntimamente vinculada a su teoría de la recapitulación. Dios resume en Cristo no solamente el pasado, sino también el futuro. Por eso le hizo Cabeza de toda la Iglesia, a fin de perpetuar mediante ella su obra de renovación hasta el fin del mundo.

Así, pues, hay un solo Dios Padre, como lo hemos demostrado, y un solo Cristo, Jesús Señor nuestro, que pasa por toda la economía y recapitula todo en sí. Pero en este todo también está comprendido el ser humano, criatura de Dios. El recapitula, por tanto, el hombre en sí mismo. El invisible se hizo visible: el incomprensible, comprensible; el impasible, pasible; y el Locos se hizo hombre, recapitulando todas las cosas en sí mismo. Y así como el Logos de Dios es el primero entre los seres celestiales y espirituales e invisibles, así también tiene la soberanía sobre el mundo visible y corporal, asumiendo para sí toda la primacía; y haciéndose Cabeza de la Iglesia, atrae hacia sí todas las cosas a su debido tiempo (Adv. Haer. 3,16,6).

b) Ireneo está firmemente convencido de que la doctrina de los Apóstoles sigue manteniéndose sin alteración. Esta tradición es la fuente y la norma de la fe. Es el canon de la verdad Para Ireneo, este canon de verdad parece ser el credo bautismal, porque dice que lo recibimos en el bautismo (Adv. haer. 1,9,4). Hace una descripción de la fe de la Iglesia siguiendo exactamente el símbolo de los Apóstoles:

La Iglesia, aunque diseminada por todo el mundo hasta los últimos confines, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios, Padre todopoderoso, criador del cielo y de la tierra, de los mares y de todo lo que hay en ellos; y en un solo Cristo Jesús, Hijo de Dios, que se encarnó para nuestra salvación, y en el Espíritu Santo, quien proclamó por medio de los profetas la obra la doble venida, el nacimiento virginal, la pasión y la resurrección de entre los muertos, la ascensión corporal al cielo de nuestro bienamado Señor Jesucristo, y su parusía desde los cielos en la gloria del Padre para recapitular todas las cosas en sí y resucitar la carne de toda la humanidad. Entonces todas las cosas en el cielo y en la tierra y debajo de ella doblarán su rodilla ante Cristo Jesús, nuestro Señor y Dios, nuestro Salvador y Rey, según la voluntad del Padre invisible, y toda lengua le confesará. Entonces pronunciará un juicio justo sobre todos. A los espíritus de maldad y a los ángeles prevaricadores y apóstatas y asimismo a los hombres impíos, injustos, inicuos, blasfemos, los enviará al fuego eterno. En cambio, a los que han guardado sus mandamientos y han permanecido en su amor, les concederá la vida y el premio de la incorrupción y gloria eterna, ya sea desde el principio de la vida, ya sea desde su conversión.

Esta es la doctrina y ésta la fe que la Iglesia, aunque esparcida por todo el orbe, guarda celosamente, como si estuviera toda reunida en una sola casa, y cree todo esto como si no tuviera más que una sola mente y un solo corazón; su predicación, su enseñanza, su tradición son conformes a esta fe, como si no tuviera más que una sola boca. Y aunque haya muchas lenguas en el mundo, la fuerza de la tradición es en todas partes la misma. Porque las iglesias establecidas en Germania profesan y enseñan la misma fe y tradición que las iglesias de los iberos, de los celtas, las de Oriente, Egipto y Libia, y las que están establecidas en el centro del mundo (en Palestina). Y así como el sol, criatura de Dios, es el mismo en todo el mundo, así también la luz de la predicación de la verdad brilla dondequiera de igual manera e ilumina a todos los que desean llegar al conocimiento de la verdad (Adv. haer. 1,10,1-2).

c) Solamente las iglesias fundadas por los Apóstoles pueden servir de apoyo para la enseñanza auténtica de la fe y como testigos de la verdad, pues la sucesión ininterrumpida de los obispos en estas iglesias garantiza la verdad de su doctrina:

Todos los que desean discernir la verdad pueden contemplar en todas las iglesias la tradición apostólica que se manifiesta en el mundo entero. Podemos enumerar a los que los Apóstoles han instituido como obispos en las iglesias y a sus sucesores hasta nuestros días, los cuales no han enseñado nada ni conocido nada que se parezca al delirio de estas gentes (es decir, los gnósticos). De haber conocido los Apóstoles tales misterios, que (según los gnósticos) habrían enseñado sólo a los perfectos, a ocultas de los demás, los habrían transmitido antes eme a nadie a aquellos a quienes confiaban el cuidado de las iglesias. Querían efectivamente que sus sucesores, a quienes confiaban el poder de enseñar en su lugar, fueran absolutamente perfectos e irreprochables en todo (3,3,1).

Por esta razón, a los herejes les falta un requisito esencial; no son los sucesores de los Apóstoles y, por lo mismo, no tienen el carisma de la verdad:

Por consiguiente, es preciso obedecer a los presbíteros que hay en la Iglesia, suceden a los Apóstoles y, juntamente con la sucesión del episcopado, han recibido el don seguro de la verdad, según el beneplácito del Padre (4,26,2).

5. El primado de Roma.

Después de declarar que, afortunadamente, está en condición de poder enumerar los obispos designados por los Apóstoles y la serie de los que han ido sucediéndoles hasta su tiempo, Ireneo observa que sería demasiado largo establecer la lista sucesoria de los obispos de todas las iglesias fundadas por los Apóstoles. Por esta razón se limita a darnos la sucesión episcopal de las principales iglesias (3,3,2):

Pero como sería muy largo, en un volumen como éste, enumerar las sucesiones de todas las iglesias, nos limitaremos a la Iglesia más grande, más antigua y mejor conocida de todos, fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, demostrando que la tradición que tiene recibida de los Apóstoles y la fe que ha anunciado a los seres humanos han llegado hasta nosotros por sucesiones de obispos. Ello servirá para confundir a todos los que de una forma u otra, ya sea por satisfacción propia o por vanagloria, ya sea por ceguedad o por equivocación, celebran reuniones no autorizadas.

Luego sigue una declaración sobremanera importante. Desgraciadamente no poseemos el texto griego original de esta sentencia, sino tan sólo la traducción latina, que, con todo, parece ser muy servicial: Ad hanc enim ecclesiam propter potentiorem principalitatem necesse est omnem convenire ecclesiam, hoc est omnes qui sunt undique fideles. in qua semper ab his qui sunt undique, conservata est ea quae est ab apostolis traditio.

La cuestión que se plantea es ésta: ¿cuál es el significado de la palabra principalitas? Por desgracia, las palabras latinas principalitas, principalis, principaliter, pueden servir para traducir bastantes palabras griegas que difieren notablemente de significado unas de otras, e. g.: αυθεντία, εξουσία, καθολικός, ηγεμονικός, προηγουμένως, πρωτεύειν. Van den Eynde y Bardy sugieren la traducción de principalitas por αρχή, άρχαΐον ο αρχοηότης. En este caso, Ireneo asignaría a la Iglesia de Roma un lugar más elevado por razón de su ?origen superior,? o sea, por haber sido fundada por los dos Príncipes de los Apóstoles. Ehrhard traduce propter potentiorem principalitatem ?por razón de su liderazgo más eficaz? (wirksamere Führerschaft). Entonces todo el pasaje rezaría así:

Porque, a causa de su liderazgo eficaz, es preciso que concuerden con esta Iglesia todas las iglesias, es decir, los fieles que están en todas partes, ya que en ella se ha conservado siempre la tradición apostólica por (los fieles) que son en todas partes.

F. M. Sagnard, en su nueva edición y traducción, traduce propter potentiorem principalitatem: "por razón de su más poderosa autoridad de fundación." Las palabras "es preciso que concuerden" afirman probablemente un hecho, no una obligación. La prueba está en el mismo contexto. Ireneo, en efecto, trata de demostrar que las fábulas y ficciones de los gnósticos son extrañas a la tradición apostólica. Por consiguiente, el pasaje en cuestión no se refiere a la constitución eclesiástica, sino a la fe que es común a todas las iglesias particulares y que está en abierta oposición con la gnosis y sus especulaciones. Es significativo que Ireneo, a continuación de este pasaje, enumere los obispos romanos hasta Eleuterio (174-189); luego prosigue:

En este orden y con esta sucesión han llegado hasta nosotros la tradición que existe en la Iglesia a partir de los Apóstoles y la predicación de la verdad. Y ésta es una prueba muy fuerte de que la fe vivificante que existe en la Iglesia, recibida de los Apóstoles, conservada hasta ahora y transmitida en la verdad, es siempre la misma (3,3,3).

6. La Eucaristía.

Ireneo está tan convencido de la presencia real del cuerpo y de la sangre del Señor en la Eucaristía, que deduce la resurrección del cuerpo humano del hecho de haber sido alimentado por el cuerpo y la sangre de Cristo:

Si, pues, el cáliz con mezcla de agua y el pan elaborado reciben al Verbo de Dios (επιδέχεται τον λόγον του Θεου) y se hacen Eucaristía, cuerpo de Cristo, con los cuales la substancia de nuestra carne se aumenta y se va constituyendo, ¿cómo es posible que algunos afirmen que la carne no es capaz del don de Dios que es la vida eterna, la carne alimentada con el cuerpo y sangre del Señor, y hecho miembro de El? ... la carne que se nutre del cáliz que es su sangre, y recibe crecimiento del pan que es su cuerpo. Así como el esqueje de la viña plantado en la tierra da fruto a su debido tiempo, y así como el grano de trigo que cae al suelo y se descompone, brota y se multiplica gracias al Espíritu de Dios, y al recibir luego la palabra de Dios se convierte en la Eucaristía, que es el cuerpo y la sangre de Cristo, así también nuestros cuerpos, alimentados por ella y depositados en la tierra, donde sufren la descomposición, se levantarán a la hora que les fuere señalada (5,2,3). ¿Y cómo dicen también que la carne que se alimenta con el cuerpo y la sangre del Señor se corrompe y no participa de la vida? Por lo tanto, que cambien de parecer o dejen de ofrecer las cosas que hemos mencionado. Nuestra opinión, en cambio, está en armonía con la Eucaristía, y la Eucaristía, a su vez, confirma nuestra opinión. Pues le ofrecemos a El lo que es suyo, manifestando de ese modo la comunión y la unión y profesando la resurrección de la carne y del espíritu. Porque así como el pan, que es de la tierra, en recibiendo la invocación de Dios (προσλαβόμενος την έπίκλησιν του θεού) ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, que se compone de dos elementos, terreno y celestial, así también nuestros cuerpos, al recibir la Eucaristía, ya no son corruptibles, puesto que poseen la esperanza de la resurrección eterna (4,18,5).

Las frases precedentes parecen dar a entender que Ireneo creía que el pan y el vino son consagrados por una epiclesis. El carácter sacrificial de la Eucaristía es evidente para Ireneo, ya que ve en ella el nuevo sacrificio profetizado por Malaquías:

Dando a sus discípulos el mandato de ofrecer a Dios las primicias de sus propias criaturas, no como si El las necesitase, sino para que ellos no sean estériles ni ingratos, tomó la criatura que es el pan y dio gracias diciendo: "Este es mi cuerpo." Asimismo del cáliz, que forma parte de la misma creación a la que pertenecemos nosotros, afirmó que era su sangre; y enseñó la nueva oblación de la Nueva Alianza. La Iglesia la recibió de los Apóstoles y la ofrece en todo el mundo a Dios, que nos da los alimentos, primicias de sus dones en la Nueva Alianza; acerca de lo cual Malaquías, uno de los doce profetas, predijo así: "No tengo en vosotros complacencia alguna, dice el Señor omnipotente, y no aceptaré los sacrificios de vuestras manos. Porque desde el orto del sol hasta el ocaso es glorificado mi nombre entre las gentes y en todo lugar se ofrece incienso a mi nombre y un sacrificio puro, pues grande es mi nombre entre, las gentes, dice el Señor omnipotente," dando a entender claramente con estas palabras que el pueblo anterior (los judíos) cesará de ofrecer sacrificios a Dios; porque en todo lugar se le ofrecerá un sacrificio, y éste será puro; y su nombre es glorificado entre las gentes (4,17,5).

7. Escrituras

El canon del Nuevo Testamento de Ireneo comprende los cuatro evangelios, las epístolas de San Pablo, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de San Juan y el Apocalipsis, la primera carta de San Pedro y el entonces reciente escrito profético del Pastor de Hermas, pero no la Epístola a los Hebreos. Aunque Ireneo considere el conjunto de estos libros como una colección completa, no tiene nombre definido para designarlos. Llama a los libros del Nuevo Testamento Escritura (γραφή), porque tienen el mismo carácter de inspiración que los libros del Antiguo Testamento. Sobre el origen de los evangelios dice lo siguiente:

Entre los hebreos y en su misma lengua, Mateo publicó una especie de evangelio escrito, mientras Pedro y Pablo predicaban en Roma y fundaban la Iglesia. Después de su muerte, Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro, nos transmitió también por escrito lo que Pedro había predicado. Asimismo Lucas, el compañero de Pablo, consignó en un libro el evangelio predicado por éste. Más tarde, Juan, el discípulo del Señor, el mismo que se había recostado sobre su pecho, también él publicó el evangelio durante su residencia en Efeso (3:1,1).

Ireneo explica que hay exactamente cuatro evangelios, ni más ni menos:

No es posible que haya más de cuatro evangelios, ni tampoco menos. Son cuatro las regiones del mundo en que vivimos, y cuatro los vientos de los cuatro puntos cardinales; porque, por otra parte, la Iglesia está diseminada por toda la tierra, y la columna y el fundamento de la Iglesia es el evangelio y el Espíritu ("soplo") de natural que tenga cuatro columnas desde todos los ángulos soplen incorruptibilidad y reaviven en los seres humanos el fuego de la vida. Por todo lo cual es evidente que el Creador de todas las cosas, el Verbo, que está sentado sobre los querubines y sostiene el universo, cuando se nos manifestó a los hombres nos dio su evangelio bajo cuatro formas, pero sostenido por un solo Espíritu (3,11,8).

Para la historia del arte cristiano es importante comprobar que Ireneo, en el párrafo que sigue, hace derivar el número de los evangelios de los cuatro querubines:

Los querubines tienen cuatro caras, y sus semblantes son imágenes de la actividad del Hijo de Dios. Porque "el primer ser viviente" se dice "es semejante a un león" (San Juan), dando a entender su vigor eficiente, su soberanía, su realeza; "y el segundo es semejante a un novillo" (San Lucas), significando su dignidad de sacrificador y de sacerdote; "y el tercero tiene semblante de hombre" (San Mateo), indicando evidentísimamente su venida como hombre; "y el cuarto semeja un águila en pleno vuelo" (San Marcos), que viene a indicar el don del Espíritu que vuela sobre la Iglesia (ibid.).

A diferencia del desarrollo posterior del simbolismo, el león representa aquí a Juan, y el águila, a Marcos.

Para determinar la canonicidad de un escrito, Ireneo insiste en que hay que tener en cuenta no sólo su apostolicidad, sino también la tradición eclesiástica. A la Iglesia compete asimismo la última palabra en la interpretación de la Escritura, porque todos y cada uno de los libros del Antiguo Testamento y del Nuevo son como árboles en el vergel de la Iglesia. Ella nos alimenta con sus frutos:

Es preciso, por tanto, que evitemos sus doctrinas (heréticas) y estemos precavidos para no sufrir daño alguno de ellas; pero mejor es que nos refugiemos en la Iglesia, seamos educados en su seno y nos alimentemos de la Escritura del Señor. Porque la Iglesia fue plantada como un paraíso en este mundo; por eso dice el Espíritu de Dios: "Podéis libremente comer de todos los frutos del jardín," esto es, podéis comer de todas las escrituras del Señor; pero no debéis comer con orgullo ni tocar discordia alguna herética (5,20,2).

8. Antropología.

Fiel a la idea platónica de que el hombre está formado de φύσις, ψυχή και voυς, Ireneo enseña que la persona humana está compuesto de cuerpo, alma y espíritu:

Todo el mundo admitirá que estamos compuestos de un cuerpo tomado de la tierra y de un alma que recibe de Dios su espíritu (3,22,1).

Por consiguiente, un cuerpo humano animado solamente por un alma natural no es un ser humano completo y perfecto. Parece que Ireneo, a ejemplo de San Pablo, considera casi siempre esta tercera parte esencial, el πνεύμα, que completa y corona a la naturaleza humana, como si fuera el Espíritu personal de Dios. Cristo prometió este Espíritu como un don a sus Apóstoles y a los que creyeran en El, y San Pablo no se cansa de advertir a los cristianos que lleven el Espíritu dentro de sí como en un templo. En otros pasajes, en cambio, es difícil determinar si, para Ireneo, esta tercera parte esencial del ser humano es el espíritu del hombre o el Espíritu de Dios. Esta duda aparece con evidencia en el pasaje donde describe al hombre perfecto creado a imagen de Dios:

En efecto, por las manos del Padre, esto es, por el Hijo y el Espíritu, fue hecho a imagen de Dios la persona humana, y no sólo una parte de él. Ahora bien, es verdad que el alma y el espíritu son parte del hombre, mas no, ciertamente, el ser humano; porque el hombre perfecto consiste en la composición y unión del alma, que recibe el Espíritu del Padre y se mezcla con la naturaleza corpórea que fue modelada a imagen de Dios... Porque si se prescindiera de la substancia de la carne, es decir, de la obra modelada por Dios, y se tomara en consideración solamente al espíritu, ya no sería un hombre espiritual, sino el espíritu del hombre, o el Espíritu de Dios. Pero cuando este espíritu mezclado con el alma es unido al cuerpo, el ser humano se haceespiritual y perfecto debido a la efusión del Espíritu, y éste es el que fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Pero si al alma le falta el espíritu, entonces ese ser es de naturaleza animal, y siendo, como es, carnal, será un ser imperfecto, que lleva ciertamente la imagen de Dios en su cuerpo, pero que no ha recibido la semejanza de Dios por medio del Espíritu. Y así como este ser es imperfecto, así también, si se prescindiera de la imagen y se desechara el cuerpo, no podría tomarse a ese ser como una persona humana, sino como parte de hombre. Porque esa carne que ha sido modelada no es un ser humano, como ya he dicho, o como algo distinto del por sí sola un hombre perfecto, sino el cuerpo de un hombre y parte de un hombre. Tampoco el alma por sí sola es el hombre, sino el alma de un hombre y parte de un hombre. Tampoco el espíritu es el hombre, puesto que se le llama espíritu, y no hombre. Pero la composición y unión de estos tres elementos constituyen al hombre perfecto (5,6,1). De tres cosas, como hemos demostrado, se compone el hombre completo: la carne, el alma y el espíritu. Una de ellas salva y forma: el espíritu; otra, en cambio, es unida y es formada: la carne; en fin, la que está entre las dos: el alma, que, a veces, cuando sigue al espíritu, es levantada por él, pero a veces hace causa común con la carne y cae en la concupiscencia carnal. Todos aquellos, pues, que no poseen lo que salva y forma, ni tienen la unidad, serán carne y sangre, y así serán llamados, porque no está en ellos el Espíritu de Dios (5,9,1).

La recepción y conservación de esta tercera parte, el espíritu, del que resulta la perfección de la persona humana, dependen de los actos de la voluntad y de la conducta moral. Incluso la misma existencia eterna del alma depende de su conducta aquí en la tierra, porque no es inmortal por naturaleza. Su inmortalidad está condicionada a su desarrollo moral. Es capaz de hacerse inmortal, si es agradecida a su Creador:

Pues así como el cielo que está sobre nosotros, el firmamento, el sol, la luna, las demás estrellas y todo su esplendor, que no existían anteriormente, fueron llamados al ser y subsisten por un largo espacio de tiempo según la voluntad de Dios, así también quien piense que sucede igual con las almas y con los espíritus, en una palabra, con todas las cosas creadas, no se equivoca absolutamente, por cuanto que todas las cosas que fueron creadas tuvieron principio cuando fueron formadas, pero continúan en el ser mientras Dios quiera que existan y permanezcan... Porque la vida no nos viene de nosotros ni de nuestra naturaleza, sino que nos es concedida como un don de Dios. Por consiguiente, el que conserve el don de la vida y dé gracias al que se lo ha concedido, recibirá también una larga existencia por los siglos de los siglos. Pero el que lo rechazare y fuere ingrato a su Hacedor, por ser criatura y no reconocer el don que le fue otorgado, se priva a sí mismo de la existencia para siempre jamás (2,34,3).

Ireneo creyó necesario refutar la afirmación de los gnósticos de que el alma es inmortal por naturaleza, independientemente de su conducta moral: eso fue lo que le condujo a estas ideas erróneas.

9. Soteriología.

El eje en torno al cual gira toda la doctrina de la redención de Ireneo es que todo hombre tiene necesidad de redención y es capaz de ella. Esto se sigue de la caída de los primeros padres; debido a ella, todos sus descendientes quedaron sujetos al pecado y a la muerte y perdieron la imagen de Dios. La redención realizada por el Hijo de Dios ha librado a la humanidad de la esclavitud de Satanás, del pecado y de la muerte. Además, ha recapitulado a toda la humanidad en Cristo. Ha realizado la unión con Dios, la adopción divina, y ha devuelto al ser humano la semejanza con Dios. Ireneo evita en este contexto la palabra ?deificación,? θεοποίησις. Emplea las expresiones ?unirse a Dios,? ?adherirse a Dios,? participare gloriae Dei; pero procura no suprimir los límites entre Dios y el ser humano, que es lo que se hacía en las religiones paganas y en la herejía gnóstica. Ireneo distingue entre imago Dei y similitudo Dei. El hombre es, por naturaleza, por su alma inmaterial, imagen de Dios. La similitudo Dei es la semejanza con Dios de un orden sobrenatural, que Adán poseyó por un acto libre de la bondad divina. Esta similitudo Dei es obra del Pneuma divino.

La redención del individuo la realizan, en nombre de Cristo, la Iglesia y sus sacramentos. El sacramento es a la naturaleza lo que el nuevo Adán es al viejo. Una criatura alcanza su perfección en los sacramentos. El sacramento viene a ser el punto culminante de la recapitulación de la creación en Cristo. Por el bautismo la persona humana nace nuevamente para Dios. En este contexto, Ireneo habla del bautismo de los niños; es el primer documento que hace referencia a él en la literatura cristiana antigua:

Vino en persona a salvar a todos - es decir, a todos los que por El nacen nuevamente para Dios -, recién nacidos, niños, muchachos, jóvenes y adultos (2,22,4).

10. Escatología.

Incluso en la escatología de Ireneo se nota abiertamente la influencia de su teoría de la recapitulación. El anticristo es la réplica demoníaca de Cristo, porque es la recapitulación de toda apostasía, de toda injusticia, de toda malicia, de toda falsa profecía y superchería, desde el principio del mundo hasta el fin:

En esta bestia se dará, por consiguiente, cuando venga, la recapitulación de toda clase de iniquidad y de engaño, a fin de que todo poder de apostasía, que afluye a ella y en ella se encierra, sea arrojado al horno de fuego. Es justo, pues, que su nombre tenga el número seiscientos sesenta y seis, porque recapitula en sí toda mezcla de maldad que tuvo lugar antes del diluvio a causa de la apostasía de los ángeles... Por eso los seiscientos años... indican el número del nombre de aquel ser humano en quien se recapitula toda la apostasía de seis mil años, y la injusticia, y la maldad, y la falsa profecía, y la superchería, por cuya culpa vendrá también un diluvio de fuego (5,29,2).

Ireneo llega incluso a valerse de su teoría de la restauración del mundo para demostrar sus ideas milenaristas:

Ignoran la obrade Dios y el misterio de la resurrección de los justos y del reino que es el principio de la incorrupción, por medio del cual a los que fueron hallados dignos se les irá habituando progresivamente a comprender a Dios. Y es necesario que se les diga, respecto a estas cosas, que, en esta creación renovada, los justos serán los primeros en resucitar a la presencia de Dios y en recibir la promesa de la herencia que Dios prometió a los padres, y que reinarán en ella y que después vendrá el juicio. Porque es justo que en esta misma creación en la que ellos se fatigaron y sufrieron, siendo probados con toda clase de aflicciones, reciban el premio de sus sufrimientos; y que en la misma creación donde sufrieron muerte violenta por amor de su Dios, reciban nueva vida; y que puedan reinar en la misma creación en que sufrieron esclavitud. Porque Dios es rico en todo y todas las cosas son suyas. Es, por ende, justo que la misma creación, ya restaurada en su condición primera, sea puesta sin restricción alguna bajo el dominio de los justos (5,32,1).

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