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1. Los Alejandrinos
Hacia el año 200, la literatura eclesiástica da muestras de un desarrollo extraordinario y toma, además, una orientación totalmente nueva. La producción literaria del siglo II estuvo condicionada por la lucha que sostuvo la Iglesia con sus perseguidores. Por eso los escritos de este período se caracterizan por la defensa y el ataque; son escritos apologéticos y antiheréticos. Sin embargo, el valor permanente de estos autores primitivos está en los servicios que prestaron a la teología poniendo sus primeras bases. Al defender la fe con las armas de la razón, prepararon el camino al estudio científico de la revelación.
Ningún escritor cristiano había intentado todavía considerar el conjunto de la doctrina cristiana como un todo, ni presentarlo de una manera sistemática. Ni siquiera la obra de San Ireneo, a pesar de sus grandes méritos, permite decidir la cuestión de si la literatura cristiana ha de limitarse a ser un arma contra el enemigo o bien convertirse en instrumento de trabajo pacífico en el interior de la Iglesia. A medida que la nueva religión iba penetrando en el mundo antiguo, cada vez se iba sintiendo más la necesidad de exponer sus creencias de una manera ordenada, completa y exacta. Cuanto más crecía el número de los conversos en las clases cultas, tanto más imperiosa se hacía la necesidad de dar a estos catecúmenos una instrucción a la altura de su medio ambiente y de formar maestros para este fin. Así fue como se crearon las escuelas teológicas, cuna de la ciencia sagrada. Surgieron primeramente en Oriente, donde había nacido y se había difundido mayormente el cristianismo. La más famosa de todas y la que mejor conocemos es la de Alejandría, en Egipto. Esta ciudad, fundada por Alejandro Magno el año 331 antes de Cristo, era centro de una brillante vida intelectual mucho antes de que el cristianismo hiciera su aparición. Allí fue donde nació el helenismo: la fusión de las culturas oriental, egipcia y griega dio origen a una nueva civilización. La cultura judía encontró también allí terreno propicio. Fue en Alejandría donde el pensamiento griego influyó más profundamente sobre la mentalidad hebrea. Allí se compuso la obra que constituye el principio de la literatura judío-helenística, los Setenta. Fue también en Alejandría donde vivió el escritor que llevó esta literatura a su apogeo: Filón; firmemente convencido de que las enseñanzas del Antiguo Testamento podían combinarse con las especulaciones griegas, elaboró una filosofía religiosa en la que realiza esta síntesis.
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