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Mortificación
172. Si no eres mortificado nunca serás alma de oración.
173. Esa palabra acertada, el chiste que no salió de tu boca; la sonrisa amable para quien te molesta; aquel silencio ante la acusación injusta; tu bondadosa conversación con los cargantes y los inoportunos; el pasar por alto cada día, a las personas que conviven contigo, un detalle y otro fastidiosos e impertinentes... Esto, con perseverancia, sí que es sólida mortificación interior.
174. No digas: esa persona me carga. —Piensa: esa persona me santifica.
175. Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio. —Niégate. —Es tan hermoso ser víctima!
176. Cuántas veces te propones servir a Dios en algo... y te has de conformar, tan miserable eres, con ofrecerle la rabietilla, el sentimiento de no haber sabido cumplir aquel propósito tan fácil!
177. No desaproveches la ocasión de rendir tu juicio propio. —Cuesta..., pero qué agradable es a los ojos de Dios!
178. Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo..., que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú.
179. Busca mortificaciones que no mortifiquen a los demás.
180. Donde no hay mortificación, no hay virtud.
181. Mortificación interior. —No creo en tu mortificación interior si veo que desprecias, que no practicas, la mortificación de los sentidos.
182. Bebamos hasta la última gota del cáliz del dolor en la pobre vida presente. —¿Qué importa padecer diez años, veinte, cincuenta..., si luego es cielo para siempre, para siempre..., para siempre?
—Y, sobre todo, —mejor que la razón apuntada, "propter retributionem"—, ¿qué importa padecer, si se padece por consolar, por dar gusto a Dios nuestro Señor, con espíritu de reparación, unido a El en su Cruz, en una palabra: si se padece por Amor?...
183. Los ojos! Por ellos entran en el alma muchas iniquidades. —Cuántas experiencias a lo David!... —Si guardáis la vista habréis asegurado la guarda de vuestro corazón.
184. ¿Para qué has de mirar, si "tu mundo" lo llevas dentro de ti?
185. El mundo admira solamente el sacrificio con espectáculo, porque ignora el valor del sacrificio escondido y silencioso.
186. Hay que darse del todo, hay que negarse del todo: es preciso que el sacrificio sea holocausto.
187. Paradoja: para Vivir hay que morir.
188. Mira que el corazón es un traidor. —Tenlo cerrado con siete cerrojos.
189. Todo lo que no te lleve a Dios es un estorbo. Arráncalo y tíralo lejos.
190. Le hacía el Señor decir a un alma, que tenía un superior inmediato iracundo y grosero: Muchas gracias, Dios mío, por este tesoro verdaderamente divino, porque ¿cuándo encontraré otro que a cada amabilidad me corresponda con un par de coces?
191. Véncete cada día desde el primer momento, levantándote en punto, a hora fija, sin conceder ni un minuto a la pereza.
Si, con la ayuda de Dios, te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada.
Desmoraliza tanto sentirse vencido en la primera escaramuza!
192. Siempre sales vencido. —Proponte, cada vez, la salvación de un alma determinada, o su santificación, o su vocación al apostolado... —Así estoy seguro de tu victoria.
193. No me seas flojo, blando. —Ya es hora de que rechaces esa extraña compasión que sientes de ti mismo.
194. Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel...
195. Tuvo acierto quien dijo que el alma y el cuerpo son dos enemigos que no pueden separarse, y dos amigos que no se pueden ver.
196. Al cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo. Si no, hace traición.
197. Si han sido testigos de tus debilidades y miserias, ¿qué importa que lo sean de tu penitencia?
198. Estos son los frutos sabrosos del alma mortificada: comprensión y transigencia para las miserias ajenas; intransigencia para las propias.
199. Si el grano de trigo no muere queda infecundo. —¿No quieres ser grano de trigo, morir por la mortificación, y dar espigas bien granadas? —Que Jesús bendiga tu trigal!
200. No te vences, no eres mortificado, porque eres soberbio. —¿Que tienes una vida penitente? No olvides que la soberbia es compatible con la penitencia... —Más razones: la pena tuya, después de la caída, después de tus faltas de generosidad, ¿es dolor o es rabieta de verte tan pequeño y sin fuerzas? —Qué lejos estás de Jesús, si no eres humilde..., aunque tus disciplinas florezcan cada día rosas nuevas!
201. Qué sabores de hiel y de vinagre, y de ceniza y de acíbar! Qué paladar tan reseco, pastoso y agrietado! —Parece nada esta impresión fisiológica si la comparamos con los otros sinsabores de tu alma.
—Es que "te piden más" y no sabes darlo. —Humíllate: ¿quedaría esa amarga impresión de desagrado, en tu carne y en tu espíritu, si hicieras todo lo que puedes?
202. ¿Que vas a imponerte voluntariamente un castigo por tu flaqueza y falta de generosidad? —Bueno: pero que sea una penitencia discreta, como impuesta a un enemigo que a la vez fuera nuestro hermano.
203. La alegría de los pobrecitos hombres, aunque tenga motivo sobrenatural, siempre deja un regusto de amargura. —¿Qué creías? —Aquí abajo, el dolor es la sal de nuestra vida.
204. Cuántos que se dejarían enclavar en una cruz, ante la mirada atónita de millares de espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día! —Piensa, entonces, qué es lo más heroico.
205. Leíamos —tú y yo—la vida heroicamente vulgar de aquel hombre de Dios. —Y le vimos luchar, durante meses y años ( qué "contabilidad", la de su examen particular!), a la hora del desayuno: hoy vencía, mañana era vencido... Apuntaba: "no tomé mantequilla..., tomé mantequilla!"
Ojalá también vivamos —tú y yo—nuestra..., "tragedia" de la mantequilla.
206. El minuto heroico. —Es la hora, en punto, de levantarte. Sin vacilación: un pensamiento sobrenatural y... arriba! —El minuto heroico: ahí tienes una mortificación que fortalece tu voluntad y no debilita tu naturaleza.
207. Agradece, como un favor muy especial, ese santo aborrecimiento que sientes de ti mismo.
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