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Vida de infancia
875. No olvides, niño bobo, que el Amor te ha hecho omnipotente.
876. Niño: no pierdas tu amorosa costumbre de "asaltar" Sagrarios.
877. Cuando te llamo "niño bueno" no pienses que te imagino encogido, apocado. —Si no eres varonil y... normal, en lugar de ser un apóstol serás una caricatura que dé risa.
878. Niño bueno: dile a Jesús muchas veces al día: te amo, te amo, te amo...
879. Cuando te apuren tus miserias no quieras entristecerte. —Gloríate en tus enfermedades, como San Pablo, porque a los niños se les permite, sin temor al ridículo, imitar a los grandes.
880. Que tus faltas e imperfecciones, y aun tus caídas graves, no te aparten de Dios. —El niño débil, si es discreto, procura estar cerca de su padre.
881. No te apures, si te enfadas, cuando haces esas pequeñas cosas que El te pide. —Ya llegarás a sonreír...
¿No ves con qué mala gana da el niño sencillo a su padre, que le prueba, la golosina que tenía en sus manos? —Pero, se la da: ha vencido el amor.
882. Cuando quieres hacer las cosas bien, muy bien, resulta que las haces peor. —Humíllate delante de Jesús, diciéndole: ¿has visto cómo todo lo hago mal? —Pues, si no me ayudas mucho, aún lo haré peor!
Ten compasión de tu niño: mira que quiero escribir cada día una gran plana en el libro de mi vida... Pero, soy tan rudo!, que si el Maestro no me lleva la mano, en lugar de palotes esbeltos salen de mi pluma cosas retorcidas y borrones que no pueden enseñarse a nadie.
Desde ahora, Jesús, escribiremos siempre entre los dos.
883. Reconozco mi torpeza, Amor mío, que es tanta..., tanta, que hasta cuando quiero acariciar hago daño. —Suaviza las maneras de mi alma: dame, quiero que me des, dentro de la recia virilidad de la vida de infancia, esa delicadeza y mimo que los niños tienen para tratar, con íntima efusión de Amor, a sus padres.
884. Estás lleno de miserias. —Cada día las ves más claras. —Pero no te asusten. —El sabe bien que no puedes dar más fruto.
Tus caídas involuntarias —caídas de niño—hacen que tu Padre—Dios tenga más cuidado y que tu Madre María no te suelte de su mano amorosa: aprovéchate, y, al cogerte el Señor a diario del suelo, abrázale con todas tus fuerzas y pon tu cabeza miserable sobre su pecho abierto, para que acaben de enloquecerte los latidos de su Corazón amabilísimo.
885. Un pinchazo. —Y otro. Y otro. —Súfrelos, hombre! ¿No ves que eres tan chico que solamente puedes ofrecer en tu vida —en tu caminito—esas pequeñas cruces?
Además, fíjate: una cruz sobre otra —un pinchazo..., y otro..., qué gran montón!
Al final, niño, has sabido hacer una cosa grandísima: Amar.
886. Cuando un alma de niño hace presentes al Señor sus deseos de indulto, debe estar segura de que verá pronto cumplidos esos deseos: Jesús arrancará del alma la cola inmunda, que arrastra por sus miserias pasadas; quitará el peso muerto, resto de todas las impurezas, que le hace pegarse al suelo; echará lejos del niño todo el lastre terreno de su corazón para que suba hasta la Majestad de Dios, a fundirse en la llamarada viva de Amor, que es El.
887. Ese descorazonamiento que te producen tus faltas de generosidad, tu caídas, tus retrocesos —quizá sólo aparentes—te da la impresión muchas veces de que has roto algo de subido valor (tu santificación).
No te apures: lleva a la vida sobrenatural el modo discreto que para resolver conflicto semejante emplean los niños sencillos.
Han roto —por fragilidad, casi siempre—un objeto muy estimado por su padre. —Lo sienten, quizá lloran, pero van a consolar su pena con el dueño de la cosa inutilizada por su torpeza..., y el padre olvida el valor —aunque sea grande—del objeto destruido, y, lleno de ternura, no sólo perdona, sino que consuela y anima al chiquitín. —Aprende.
888. Que vuestra oración sea viril. —Ser niño no es ser afeminado.
889. Para el que ama a Jesús, la oración, aun la oración con sequedad, es la dulzura que pone siempre fin a las penas: se va a la oración con el ansia con que el niño va al azúcar, después de tomar la pócima amarga.
890. Te distraes en la oración. —Procura evitar las distracciones, pero no te preocupes, si, a pesar de todo, sigues distraído.
¿No ves cómo, en la vida natural, hasta los niños más discretos se entretienen y divierten con lo que les rodea, sin atender muchas veces los razonamientos de su padre? —Esto no implica falta de amor, ni de respeto: es la miseria y pequeñez propias del hijo.
Pues, mira: tú eres un niño delante de Dios.
891. Cuando hagas oración haz circular las ideas inoportunas, como si fueras un guardia del tráfico: para eso tienes la voluntad enérgica que te corresponde por tu vida de niño. —Detén, a veces, aquel pensamiento para encomendar a los protagonistas del recuerdo inoportuno.
Hala!, adelante... Así, hasta que dé la hora. —Cuando tu oración por este estilo te parezca inútil, alégrate y cree que has sabido agradar a Jesús.
892. Qué buena cosa es ser niño! —Cuando un hombre solicita un favor, es menester que a la solicitud acompañe la hoja de sus méritos.
Cuando el que pide es un chiquitín —como los niños no tienen méritos—, basta con que diga: soy hijo de Fulano.
Ah, Señor! —díselo con toda tu alma!—, yo soy... hijo de Dios!
893. Perseverar. —Un niño que llama a una puerta, llama una y dos veces, y muchas veces..., y fuerte y largamente, con desverguenza! Y quien sale a abrir ofendido, se desarma ante la sencillez de la criaturita inoportuna... —Así tú con Dios.
894. ¿Has presenciado el agradecimiento de los niños? —Imítalos diciendo, como ellos, a Jesús, ante lo favorable y ante lo adverso: " Qué bueno eres! Qué bueno!..."
Esa frase, bien sentida, es camino de infancia, que te llevará a la paz, con peso y medida de risas y llantos, y sin peso y medida de Amor.
895. El trabajo rinde tu cuerpo, y no puedes hacer oración. Estás siempre en la presencia de tu Padre. —Si no le hablas, mírale de cuando en cuando como un niño chiquitín... y El te sonreirá.
896. ¿Que en el hacimiento de gracias después de la Comunión lo primero que acude a tus labios, sin poderlo remediar, es la petición...: Jesús, dame esto: Jesús, esa alma: Jesús, aquella empresa?
No te preocupes ni te violentes: ¿no ves cómo, siendo el padre bueno y el hijo niño sencillo y audaz, el pequeñín mete las manos en el bolsillo de su padre, en busca de golosinas, antes de darle el beso de bienvenida? —Entonces...
897. Nuestra voluntad, con la gracia, es omnipotente delante de Dios. —Así, a la vista de tantas ofensas para el Señor, si decimos a Jesús con voluntad eficaz, al ir en el tranvía por ejemplo: "Dios mío, querría hacer tantos actos de amor y de desagravio como vueltas da cada rueda de este coche", en aquel mismo instante delante de Jesús realmente le hemos amado y desagraviado según era nuestro deseo.
Esta "bobería" no se sale de la infancia espiritual: es el diálogo eterno entre el niño inocente y el padre chiflado por su hijo:
—¿Cuánto me quieres? Dilo! —Y el pequeñín silabea: Mu—chos mi—llo—nes!
898. Si tienes "vida de infancia", por ser niño, has de ser espiritualmente goloso. —Acuérdate, como los de tu edad, de las cosas buenas que guarda tu Madre.
Y esto muchas veces al día. —Es cuestión de segundos... María... Jesús... el Sagrario... la Comunión... el Amor... el sufrimiento... las ánimas benditas del purgatorio... los que pelean: el Papa, los sacerdotes... los fieles... tu alma... las almas de los tuyos... los Angeles Custodios... los pecadores...
899. Cuánto te cuesta esa pequeña mortificación! —Luchas. —Parece como si te dijeran: ¿por qué has de ser tan fiel al plan de vida, al reloj? —Mira: ¿has visto con qué facilidad se engaña a los chiquitines? —No quieren tomar la medicina amarga, pero... anda! —les dicen—, esta cucharadita, por papá; esta otra por tu abuelita... Y así, hasta que han ingerido toda la dosis.
Lo mismo tú: un cuarto de hora más de cilicio por las ánimas del purgatorio; cinco minutos más por tus padres; otros cinco por tus hermanos de apostolado... Hasta que cumplas el tiempo que te señala tu horario.
Hecha de este modo tu mortificación, cuánto vale!
900. No estás solo. —Lleva con alegría la tribulación. —No sientes en tu mano, pobre niño, la mano de tu Madre: es verdad. —Pero... ¿has visto a las madres de la tierra, con los brazos extendidos, seguir a sus pequeños, cuando se aventuran, temblorosos, a dar sin ayuda de nadie los primeros pasos? —No estás solo: María está junto a ti.
901. Jesús: nunca te pagaré, aunque muriera de Amor, la gracia que has derrochado para hacerme pequeño.
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