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¡Dale al católico!
Auschwitz, una vez más, ese pasado que «no quiere pasar», o, mejor dicho, que no se desea dejar pasar. Dicen que debería ser el lugar del silencio, de la meditación y de la oración. Pero, precisamente, entre gritos, insultos y amenazadoras advertencias, se expulsa tal vez a las únicas personas -las monjas de clausura polacas- que querían vivir de esa manera. Se produce otro combate, nada edificante, en aquel lugar de dolor. Convendría hacer aquí alguna acotación, para la memoria futura, pues son estas pequeñas piezas, que podríamos ignorar u olvidar, las que componen el mosaico de esa difamación del catolicismo ante la cual tantos «católicos» parecen no saber ya reaccionar hoy día. Si no es que, arrepentidos, no acaban por echar una mano a los difamadores. Pero si la humildad es un deber para el creyente del Evangelio, asimismo lo es la búsqueda y el testimonio de la verdad.
Esto, en efecto, es lo que ocurre ahora. Entre las edificaciones de aquel campo hay una que alberga un instituto de investigación dirigido por el historiador polaco Franciszek Piper. Éste, haciéndose eco de que la misión de la historia es reconstruir la verdad, ha hecho quitar la gran lápida colocada desde hace décadas a la entrada de Auschwitz, según la cual habrían muerto en el campo cuatro millones de prisioneros. «Es una cifra muy equivocada -ha declarado el profesor Piper-. Al cabo de muchos años de investigación en los archivos hemos alcanzado la certidumbre de que los muertos no fueron más de un millón y medio. Algo más de un tercio de la cifra que se ha dicho siempre. Una diferencia demasiado grande para que pueda ser avalada por un historiador. De ahí la necesidad de modificar la lápida e indicar la cifra exacta.»
Los minuciosos cálculos realizados por el equipo de investigadores señalan que si el mayor número de víctimas era de origen judío, entre aquel millón y medio había también 150.000 polacos, 23.000 gitanos, 15.000 rusos y otras nacionalidades en número decreciente.
Mientras que todas las partes interesadas han reaccionado aceptando este cómputo basado en una sólida documentación, no ha ocurrido lo mismo con la comunidad hebrea. En su seno se han elevado inmediatamente clamores, acusaciones candentes y sospechas de querer «banalizar el Holocausto», una reacción perfectamente comprensible. Pues es cierto que para una persona con cabeza y sentimientos esos dos millones y medio de muertos menos en Auschwitz no contribuyen a reducir el horror de lo que allí aconteció. ¿Quién puede rebajar su propio espanto y su condena del crimen, si la historia decreta que «sólo» fueron asesinadas un millón y medio de personas?
Pero en estas reacciones en caliente resulta desconcertante el habitual intento de aprovechar la ocasión para verter sobre el «catolicismo» la acusación de querer desmitificar un lugar donde, por el contrario, los católicos murieron en masa junto a los judíos. Y basta con citar al padre Kolbe por todos ellos.
Ésta es la declaración de la directora del periódico judío de mayor tirada en Italia: «Es difícil no relacionar este revisionismo con los fenómenos de antisemitismo que se están manifestando en Europa y que son muy fuertes en Polonia, auspiciados por la Iglesia y presentes en un ala del sindicato Solidaridad.»
Otros representantes de las comunidades judías en el mundo han llegado a declarar que historiadores como Piper hacían añorar la época en que en el Este de Europa detentaban el poder los comunistas y no los católicos. Para su información, convendría dirigirse a los millones de judíos soviéticos, y en general del Este europeo, que durante décadas sólo han tenido un sueño: huir lejos de cualquier lugar donde los comunistas estuvieran en el gobierno.
El director del Centro de Documentación Judía Contemporánea de Milán en sus declaraciones a La Stampa echa por tierra estas acusaciones tan acaloradas como inmotivadas: «Conocemos a los historiadores del instituto de Auschwitz porque colaboran con nosotros y son personas serias. Es cierto, sus cifras se corresponden con las nuestras.» Resulta así que desde hace mucho tiempo, la comunidad israelita también sabía que los judíos muertos en Auschwitz eran algo más de 1.300.000 y no los casi cuatro millones que se han citado siempre. Lo cual, por si es preciso repetirlo, no modifica de ninguna manera el horror. Éste seguiría siendo el mismo aunque sólo se hubiese matado a una persona por el hecho de pertenecer a una «raza». Pero hay que reflexionar de todos modos sobre las inmediatas acusaciones de «antisemitismo católico» cuando un investigador polaco comunica unas cifras que luego resultan confirmadas por las propias fuentes hebreas.
Pero, por desgracia, ni siquiera la verificación de los datos detiene el deseo de seguir maldiciendo a los cristianos. De hecho, el mismo director del Centro de Documentación añade inmediatamente con desdén: «No se han trasladado de Auschwitz el gran crucifijo y el convento de las carmelitas, a pesar de los acuerdos realizados. Es una muestra de la intención católica de deshebreizar aquel lugar.» Y la directora del periódico judío, la misma que en seguida habló de «maniobra antisemita polaca» a propósito de los datos que luego resultaron ser ciertos, anuncia: «En señal de protesta, en octubre nos movilizaremos a nivel mundial para expulsar a las monjas de Auschwitz.»
Se cuenta que Joseph Fouché, el ministro de la policía de Napoleón, ante cualquier caso que se le presentaba daba la misma orden a sus investigadores: «Cherchez la femme!», buscad a la mujer. Estaba completamente convencido de que detrás de cualquier affaire, había una mujer como inspiradora o cómplice. En casos como el de Auschwitz parece que se haya cambiado la orden: «Cherchez le catholique!» Suceda lo que suceda, la culpa siempre será de un «católico».
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