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La Sábana Santa (2)
Uno de los obispos más prestigiosos declara a un diario liberal y anticlerical en relación a los análisis sobre la Sábana Santa: «Los religiosos nos alegramos de los resultados aportados por la ciencia, a la que reconocemos el mérito de haber aclarado y purificado el asunto.» El «custodio» del Lienzo, el cardenal arzobispo de Turín, acepta «serenamente» los resultados de esa misma ciencia y, haciendo a propósito de ello algún chiste que a él le parece ingenioso, también confirma «serenamente» la devaluación de reliquia (la más importante de todas, si hubiese sido auténtica) a «icono» de oscuros orígenes pero, dice, igual de venerable.
En cuanto a los pobres laicos como nosotros, tal vez un tanto ingenuos pero no hasta el punto de arrodillarnos sin crítica ante la santa Madre Ciencia y su criatura, san Carbono 14, con sus locuaces sacerdotes oficiando en los templos de los laboratorios de datación radiológica de Tucson, Oxford y Zurich, nos cuesta persuadirnos de que no exista ningún problema. Nos parece que archivar lo que ha ocurrido con la «serenidad» que tanto se nos recomienda sería como rechazar culpablemente la ocasión que Alguien nos da (pues ¿acaso desde una perspectiva de fe ocurre algo por azar? y más con un tema así...) de interrogarnos con valor y sinceridad, por más doloroso que resulte.
Después de siglos de veneración y, principalmente, tras noventa años de investigaciones interdisciplinares que han acumulado una impresionante cosecha de indicios de credibilidad, el problema que plantea el Santo Sudario es tan sencillo como terrible: o es la perturbadora «fotografía» del Dios que se encarnó para los cristianos en el Nazareno crucificado o es la estafa (o burla) más colosal de la historia. ¿Quizá es una propuesta intermedia la del arzobispo «custodio» de un «icono» que reproduciría el rostro de un desconocido y no el de Jesús, pero al que habría que venerar tranquilamente porque en cierto modo nos recuerda la Pasión del Salvador?
Ojo, advierte el profesor Pierluigi Baima Mollone, uno de los mejores estudiosos del tema. Ojo, porque si la datación nos remite a la Edad Media, entonces la hipótesis científica más probable es la de un delito atroz, ya que se habría martirizado a un pobre desgraciado para obtener una falsificación. De este modo, el Lienzo no sería un objeto de veneración sino un objeto criminal y simoníaco que debería exorcizarse. En resumen, es la misma ciencia la que parece afirmar: Aut Deus aut Diabolus, tertiur non datur. O es la luz del misterioso instante que precede a la Resurrección o son las tinieblas de un nido de maleantes (puede que incluso de asesinos) en un Oriente medieval en el que pululaban los falsarios.
Comparado con éste, resulta insignificante el chasco de las cabezas de Modigliani, fabricadas por unos jóvenes de Livorno con intención de burla. De cualquier modo, cuando se descubrió la broma nadie pensó en una «vía intermedia», es decir, que eran esculturas falsas que debían exponerse en un museo y seguir admirándose porque de alguna manera recordaban a aquel gran artista; las habían realizado por diversión pero en cierta forma seguían siendo «iconos» de Modigliani... Entonces, si detrás de esas piedras se hallaban muchachos juerguistas, ¿quién está detrás del Sudario, en el caso de que sea verdaderamente medieval?
La honradez impone constatar que no es tan fácil librarse del problema religioso diciendo que nunca existió una declaración de autenticidad por parte de la Iglesia. Sí, pero sólo en las últimas décadas del siglo XV y las primeras del siglo XVI, los papas concedieron catorce indulgencias como respuesta a otras tantas peticiones de los Saboya. Un duque de esta estirpe, Amadeo IX, proclamado beato por la Iglesia, hizo construir para el Sudario la Sainte Chapelle de Chambéry. Julio II, con la bula del 25 de abril de 1506, instituyó la «Misa de la Sábana Santa», aprobó el Oficio canónico y estableció la fecha anual de las fiestas litúrgicas, que desde entonces, incluido este año, siempre se celebran el 4 de mayo. Sus sucesores, León X y Sixto V, ampliaron aún más las concesiones del Rito. Y como la liturgia es decisiva para la fe (lex orandi, lex credendi...), decisiones de este tipo crean problemas no sólo «devocionales» sino, al parecer, teológicos. Recordemos, entre otros, a san Carlos Borromeo, quien atravesó los Alpes a pie para venerar la Sábana y fue uno de los que motivaron su traslado a Turín; o a los papas del siglo XX, todos «comprometidos» de alguna manera, desde Pío XI («desde luego que no es obra del hombre») a Pablo VI, que aprobó primero la presentación televisiva de 1973 y luego, calurosamente, la de 1978, con un mensaje emocionado sobre lo que denominó «el misterio de esta sorprendente y misteriosa reliquia». Y quien esto escribe vio, junto a millones de peregrinos a menudo guiados por sus obispos, la devoción ante el relicario expuesto en la catedral turinesa del entonces reciente cardenal arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla.
Podríamos continuar largo y tendido en la demostración de que, aun en ausencia de una declaración oficial, desde hace siglos la Iglesia, empezando por los simples creyentes y acabando por los sumos pontífices, no consideró el Sudario un simple «icono» que hay que dejar de cuestionar, según pretendía el arzobispo, limitándose a ver en él un recuerdo de la Pasión que como mucho ayudaría en la meditación, a semejanza de cualquier imagen sacra surgida de las manos de un artista. Además, el propio cardenal Ballestrero, uno de los más insignes cultivadores de las gloriosas tradiciones de la orden de los carmelitas a la que pertenece, no olvida -o eso esperamos- a aquella hermana de su orden que con apenas quince años consiguió entrar en el Carmelo de Lisieux, aquella muchachita que tomó como nombre de religiosa el de «Teresa del Niño Jesús y del Santo Semblante», que para ella era precisamente el muy venerado Saint Suaire de Turín, si bien en aquella época todavía no se habían descubierto sus extraordinarias características. O, para dar otro ejemplo de entre los muchos posibles, quien conoce el ambiente de las misiones sabe que en el Tercer Mundo, tan receptivo a las «señales» de lo sagrado, se hacían y se siguen haciendo muchas catequesis basándose en la imagen del Sudario. «¡Es el Señor!» (Juan 21, 7), decían a los indígenas los misioneros, animados por superiores, obispos y científicos. Y ahora ¿qué?.
El problema de la veracidad de aquella Sábana es un «asunto serio», con repercusiones gravísimas que aunque teóricamente no implican a la fe, en la práctica la rozan peligrosamente. Siempre dispuestos a exigir sinceridad y honradez de los «demás», ¿vamos a echarnos atrás encogiéndonos de hombros cuando nos toca a nosotros demostrar esas virtudes? Es un deber no archivar el affaire, porque esperamos volver sobre él para intentar extraer alguna reflexión de cuanto ha sucedido. Y no es en modo alguno un hecho marginal, como de folclore para incautos, sino que incumbe a toda nuestra forma de contemplar lo sagrado.
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