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La Sábana Santa (6)
No cayó en el vacío (vistas las inmediatas reacciones de los lectores) el hecho de recordar a la sierva de Dios Anna Caterina Emmerick, la estigmatizada cuyo proceso de beatificación está en curso y que hace 170 años habría «visto» el Sudario original escondido en Asia y la sábana de Turín como una copia de las tres obtenidas «mucho tiempo después» (¿en la Edad Media?) mediante un prodigio. Igual de milagroso sería el origen de la Sábana primitiva, obtenida «por proyección» y no por contacto, si nos atenemos a las visiones de la mística, publicadas con las habituales advertencias de «fe sólo humana», si bien provista de dos imprimatur obispales.
Resulta insólito que la ciencia sindonológica hable hoy día de una inexplicable «proyección» como la única génesis posible de las huellas. Y es igualmente insólito que la campesina iletrada «viese» con exactitud tanto el color de la imagen como los detalles que sólo iban a confirmarse en posteriores investigaciones de archivo, o también la ordalía o «juicio de Dios» pasado por fuego a que se sometió la reliquia.
Otros datos que confirman que no ha caído en el vacío los ofrecen la acumulación de cartas y también la prensa, que ha retomado claramente el tema. Recordábamos también que si estos prodigios estuvieran en el origen de la Sábana Santa, la Iglesia no ignoraría el detalle. La «reliquia medieval» de Turín sería asimilable a la tilma de Guadalupe, el mantón del pobre indio en el que la Virgen estampó su efigie y que tuvo una importancia decisiva en la evangelización de América latina y que aún hoy ve desfilar anualmente a millones de peregrinos arrodillados ante él. También se sabe que las investigaciones científicas a que se sometió la tilma acabaron con el diagnóstico de «objeto imposible». Además, el tejido vegetal con el que se fabricó el manto se deshace al cabo de pocos años, mientras que el de Guadalupe están tan fresco al cabo de casi cuatro siglos, dos de ellos pasados al aire libre, como si se hubiera hecho ayer, presentando unas cualidades misteriosas como la de rechazar el polvo. Se ha divulgado el dato de que el examen con microscopio electrónico está revelando cosas impresionantes, como sería la increíble «fotografía» que quedó impresionada sobre la pupila de la Virgen y que reproduce la escena circundante (el obispo y otros altos cargos) en el momento en que la imagen se formó repentinamente.
A la espera de que también en Guadalupe prevalezca algún anacrónico iluminismo científico carente de respeto al misterio y a los creyentes que no frecuentan los centros en los que se fragua una fe «adulta» (pero ¿no ordena el Evangelio «volverse como criaturas» para entender algo?); a la espera de los Rambo que se abren paso a golpes de C14 entre las «devociones hechiceras y supersticiosas»; a la espera de que también en Guadalupe se deshagan apresuradamente de los numerosos y sólidos resultados de una investigación científica multidisciplinar, que ha durado casi un siglo, en nombre de otro dato «científico» tomado como un absoluto en sí mismo y que debería ridiculizar a todo el resto, a la espera, pues, de todo lo dicho intentemos extraer resultados provisionales de la reflexión sobre el affaire que tanto nos afecta, pues no es como para que se le archive «serenamente».
Una relectura de lo ya escrito hace que parezca innecesario cambiar lo que se dijo muchos meses antes de que se divulgara el resultado de los desconcertantes análisis, empezando con estas palabras: «Que no se ilusionen aquellos que están convencidos de que en otoño los resultados de las investigaciones con el radiocarbono "por fin nos dirán la verdad".» Recordábamos que la misteriosa estrategia del Dios bíblico era, como diría Pascal, «revelar y ocultar a la vez», «dar luz a la fe y oscuridad a la incredulidad»; en resumen, la salvaguarda de nuestra libertad, para que la fe sea «un don, una elección, una apuesta y no una entrega a la certidumbre humana». Decíamos que «si el Sudario está realmente ligado al misterio de Cristo, debe respetarse su lógica, hecha de ambigüedad y no de evidencias. El Deus absconditus que profetizaba Isaías y que se revela y oculta en Jesucristo no pretende acorralar a nadie ni quitarle al hombre el derecho a la duda».
Me decía a mí mismo que, realmente, aquel «claroscuro» que permite la apuesta por la fe quedaría protegido por las contradicciones respecto a las fechas. Yo esperaba tres resultados distintos e irreconciliables, nunca esperé un veredicto unívoco que confirmase la fecha «exacta», la del siglo I. Pero no había tenido en cuenta que eran tres laboratorios y que utilizaban el mismo método y tipo de instrumental. La contradicción que esperaba sólo por la sencilla lógica de la fe se ha puesto de manifiesto con el contraste insalvable entre diferentes disciplinas en el seno de la misma ciencia. Por un lado la ciencia que dice «Edad Media», por el otro la que dice «no es posible, si eso es cierto, el verdadero milagro se convierte en falsificación».
El método del radiocarbono pertenece a la ciencia, si bien con unas limitaciones que no parecen haberse tenido en cuenta, pero también es ciencia la «sindonología» (y además extraordinariamente multidisciplinar porque recurre a la física, la química, la botánica, la medicina, la arqueología, etc.), forjada a lo largo de noventa años no precisamente por legos y visionarios. Ahora, en lo que respecta al Sudario, quien desee «negar» dará prioridad a la ciencia del radiocarbono, mientras que quien desee «afirmar» se volverá hacia esa enorme masa de resultados científicos de otro género que contradicen aquel veredicto. Y así, como en todo lo que se refiere a Cristo, cada uno será llamado a hacer su elección, habiendo buenas razones (al menos aparentes) para unos y otros. Naturalmente, aquel que quiera seguir «afirmando» no olvidará, como último consuelo para la opción escogida, todo lo que hemos intentado decir, empezando por el hecho de que si es «verdadero», aquella pieza de lino es un unicum en el que ha tenido lugar aquel acto único por excelencia que fue la Resurrección, con unos efectos sobre la materia que nos resultan totalmente desconocidos. Tampoco olvidará que desde el punto de vista de la fe, la «ciencia de los santos», es decir, la mística, es más fiable que la «ciencia de los científicos» cuyos instrumentos son ciegos e incluso desorientadores, si de verdad nos hallamos frente a un prodigio del «tipo» Emmerick o Guadalupe.
¿Qué esperábamos para esta Imagen? Que siguiera quedando a salvo el espacio de la ambigüedad, la dimensión del misterio que hace que la fe en el Dios de Jesús no sea la del Dios de Mahoma, para quien el incrédulo no tiene derecho de ciudadanía y es un loco porque niega la evidencia. Si bien de un modo imprevisible (como es natural: «Mis caminos no son los vuestros»), se ha respetado la espera, y el Misterio no sólo permanece intacto sino que se ha espesado, mostrando unas divergencias que ponen a la ciencia en contradicción consigo misma. Nuestro cometido es no cerrar el caso, prosiguiendo la investigación sindonológica y acumulando cada vez un mayor número de datos para espesar ese misterio que es garantía de libertad. Hay que poder decir «no» pero también «sí». Tanto en nombre de la fe como de la razón.
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