conoZe.com » bibel » Otros » Leyendas negras de la Iglesia » IX. LAS OTRAS HISTORIAS

Esclavos negros

Por casualidad, tuve ocasión de ver algunas secuencias de una película que se reponía estos días por televisión sobre aquel gran campeón de boxeo que fue Cassius Clay y que al convertirse en líder de los Musulmanes Negros tomó el nombre de Muhammad Ali. En la película (que, según me han dicho, reproduce fielmente la realidad) se deshace en virulentos ataques contra aquellos malvados cristianos que redujeron a sus antepasados a la esclavitud y lanza una apología a favor de esos buenos hermanos que resultarían ser los seguidores del islam.

Caigo de las nubes: pase que un boxeador no sepa nada de historia, pero es intolerable que se hallen en semejante estado de ignorancia todos los no negros que muestra la película (reproduciendo la realidad, repito), avergonzados y mudos ante ese huracán de insultos. Valdría la pena pensar un momento en esto, dado que se trata del enésimo ejemplo de una franca manipulación de la verdad.

Antes que nada, Muhammad Ali parece ignorar que las únicas zonas del mundo en que la esclavitud, además de tolerarse, está regulada legalmente (contraviniendo los acuerdos internacionales) son precisamente aquellas donde la saria, el derecho extraído directamente del Corán, está plenamente en vigor. Para éstos, la esclavitud no constituye ningún pro­blema, es más, se trata de una institución inmutable de la sociedad. Según Mahoma, el creyente puede suavizarla pero no aboliría. Todavía en la actualidad, las víctimas privilegiadas de las razzias de los árabes musulmanes son, como siempre, los negros precisamente, aunque también sean islámicos como Clay. En los países donde conviven árabes y negros, caso del Sudán, estos últimos son sometidos de manera cruel y habitual.

Jean François Revel, un laico de toda confianza, escribe: «El único tráfico de esclavos que se recuerda siempre es el de las Américas. La memoria histórica ha olvidado el crimen del esclavismo en el mundo árabe, los veinte millones de negros que fueron arrancados de sus pueblos y transportados por la fuerza en el mundo musulmán, entre los siglos VII y XX. Se olvida que, por ejemplo, a finales del siglo XIX en Zanzíbar había doscientos mil esclavos sobre trescientos mil habitantes. También se olvida que en un país islámico como Mauritania la esclavitud todavía era legal en 1981. Fue abolida formalmente en 1982, pero, allí como en todas partes, sigue perdurando sin obstáculos.»

Respecto a los casi cuarenta millones de africanos deportados a las dos Américas entre el siglo XVI y 1863 (fecha de abolición de la esclavitud en Estados Unidos), es sin lugar a dudas una tragedia espantosa de la que deben avergonzarse calvinistas holandeses, luteranos alemanes, anglicanos británicos, católicos portugueses y españoles. (Hay que aclarar que para estos últimos, como «malvados» católicos, la condena de la trata por parte de Roma se produjo de inmediato, desde finales del siglo XV; Pablo IV ratificó la prohibición de la esclavitud en 1537 y Pío V en 1568; Urbano VIII repite en 1639 acaloradas palabras contra «un semejante y abominable comercio de hombres»; en 1714 le toca a Benito XIV bramar contra el hecho de que los cristianos conviertan en siervos a otros hombres. En esta misma línea «oficial» se manifestaban santos como Pedro Claver, que realizaron prodigiosos actos de caridad a favor de los hermanos negros. Por el contrario, muchos ignoran que la esclavitud en las colonias francesas se restableció en 1802, por orden de aquel hijo predilecto de la Revolución que fue Napoleón.)

Pero también deberían avergonzarse de la trata «cristiana» hacia las Américas algunos animistas negros y muchos árabes musulmanes. A estos últimos se les adjudicó la captura de los esclavos y el transporte hasta los puertos; en cuanto a los negros, es un dato desgraciadamente cierto que no con poca frecuencia eran los jefes de las tribus quienes ofrecían a la venta a sus hermanos. La historia (que es cruel porque siempre desbarata nuestro deseo de dividir la humanidad en buenos y malos) debe registrar además otros hechos penosos. Por ejemplo, que muchos esclavos liberados en el siglo XIX pensaron en sacar provecho de la experiencia madurada en sus propias carnes y no supieron hacer nada mejor que dedicarse a la trata de otros negros. O que los esclavos emancipados por algunos filántropos americanos y asentados en el país que, justo por esta causa, se llamó Liberia, desde 1822 hasta hoy han estado oprimiendo cruelmente a los otros negros que ya habitaban en el territorio por considerarlos «inferiores».

Y aquí nos detenemos. Lo que nos empuja es recordar que el pecado nos une a todos: a los cristianos, sí, pero también a los «devotos musulmanes y a los bondadosos negros».

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