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Sobre el interés por ciertos temas

Muchas veces se pretende, con la anuencia de personas sin cuento y sin medida, que algunos temas, relacionados más directamente con la persona, estén apartados del diálogo en la sociedad, que no se traigan a colación, que se haga, de ellos, como un universo aparte, donde sólo cada cual tenga la conversación consigo mismo en la que si saca alguna conclusión lo sea en provecho propio y sin afectación al resto de la humanidad con la que, diariamente, se relaciona.

Esto que digo puede parecer enigmático y, según se pretende, así es. Tan extraño como pueda serlo el querer y, casi siempre, conseguir, que temas como los que puedan relacionarse con lo religioso sean apartados del común conocer para ver si, así, pasan a formar parte de la memoria y se olvida, poco a poco, su relevancia para el convivir.

Sin embargo, en ocasiones, aquellos que pretenden atacar a la Iglesia Católica hacen que los que no podemos evitar sentirnos insultados en nuestra inteligencia, minusvalorados en nuestras creencias e, incluso, lo que ya es el colmo del atrevimiento por su parte, tratados como si fuéramos una cierta escoria, algo que sobre, algo de lo que se puede prescindir.

Todo lo relacionado con la religión, con aquello que sustenta la fe, sólo tiene interés cuando este interés tiene un sentido tergiversador de la Verdad. La reciente polémica surgida a raíz de las palabras que Benedicto XVI dijo en el Encuentro con los representantes de la ciencia en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona y que se le atribuyeron como propias, con evidente intención acusatoria y perturbadora, lo dice todo. Entonces parece que se reaviva aquel y revive el tema que se pretende, en la mayoría de las ocasiones, que permanezca aletargado en el corazón subjetivo de cada cual, como creyendo, así, que se sumirá en un eterno sueño del que no despertará. Tan sólo es cuestión de oportunidad, como todo lo mudable de nuestro presente.

Muchas veces se dice, y se escribe también, que los temas sobre religión (ese re-ligare, o unir con Dios que viene a significar esta palabra que sólo establece la relación vertical del hombre, o sea, de éste con el Creador) no son del interés de nadie, que no interesan, que no están de moda, que no son de hoy, etc. Esto, que no deja de ser una opinión personal, y respetable por eso mismo, tampoco deja de ser un pensamiento muy generalizado, o pretendidamente generalizado.

El caso es que el hombre es un ser eminentemente religioso, y con un sentido trascendente inevitable. Esto es una realidad insoslayable y sobre lo cual no cabe discusión alguna. A todo el mundo le preocupa, o, al menos, se ha preguntado alguna vez, sobre el hecho de si hay algo después de muerte: o lo ha hecho para decir que nada o, por el contrario, para esperar que haya algo, y si es posible, algo mejor. El caso es que, por una u otra razón, el más allá, lo escatológico, viene preocupando al hombre desde que el hombre es hombre, es decir desde que Dios infundió, en su corazón, un sentimiento de que no está solo y de que tal cosa, el otro posible "allá" no es una quimera sino algo que es posible esperar y que, también con toda razón (no separada, para nada, de la fe) puede tratar de unirse a ese mejor futuro, no tan incierto como se piensa. Y aquí, en eso, es precisamente, donde reside, o se encuentra, el punto sobre el que desde el poder establecido, tan laicista él, se pretende de echar tierra (y nunca mejor dicho).

Hay algo que circula por todos los ámbitos de la sociedad, algo que, desde ese poder, no sólo el que lo es político y que, como todos, es efímero y volandero, sino desde ese sutil mando que dirige lo políticamente correcto y que es mucho más peligroso porque es ideológicamente aniquilador y que no quiere adversarios. Me refiero al poder escondido que, tras años de desinformación de lo religioso católico, al contrario de lo que se dice, ha salido a la palestra enseñoreándose de la realidad y pretendiendo que, con ello, puede extender su mentalidad al resto de la sociedad, pretendiendo que la modernidad, ese ahora mismo que nos circunda se modifique a su antojo, a su gusto, a su propio devenir.

Muchos movimientos hay, actualmente, que pretenden esto y, sobre todo, hay una idea muy generalizada de que lo light es lo que importa y que el hombre light, el que se acomoda, el muelle es el que convence y el que, al final, vence al mundo, el que se impone, al que hay que imitar. Los movimientos, a los que habría que añadir todos aquellos que pretenden evadirse, y hacer que se evadan quienes los siguen atolondradamente, de la existencia de unas creencias cristianas, a las que atacan con sus pretensiones esenciales y básicas, penetran en la voluntad de las personas que se les acercan, cercenan su íntima libertad donada por Dios y procuran un efectivo alejamiento de todo lo que pueda suponer, o tener, un "aire", de cristiano (y católico, por más señas). Lo que se trata es de erradicar la existencia de un juicio moral que se pueda superponer a la voluntad propia.

Ese hecho tan presente de querer limitar a lo privado cierto tipo de temas como, por ejemplo, la práctica religiosa y, más allá de la intimidad, el mero pronunciarse sobre ella o sobre todo lo que se refiere a la misma indica, claramente, la latencia de una sociedad embrutecida por el ser, sobrepasada por el mundo, dominada por el vacío.

Sin embargo, los que encontramos un apoyo claro en el hecho religioso, en lo religioso, en lo cristiano y católico, los que nos sabemos parte de una universalidad que está viva y que es sujeto de vida y de esperanza, esos que no comulgamos con las ruedas de molino de la corrección política ni del respeto humano, esos que, en fin, nos consideramos libres de esa atadura del siglo, aún reconocemos, en el otro, en el próximo y hasta en el lejano, la huella de Dios y, por eso, nada nos impide decir esto o lo otro de esa pasión personal que radica en nuestro corazón y que completa nuestra humanidad. Aunque sea, sólo, para proclamar que estamos vivos.

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