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Objetivo, el Papa
Se equivocan de nuevo. Si la Iglesia católica por boca de sus jerarquías más significativas recula y ofrece a los musulmanes excusas, o aclaraciones, por una ofensa que no ha cometido, yerra gravemente. Desconciertan a la parroquia y favorecen futuros e inmediatos chantajes. Si tal hacen en procura del mal menor, para proteger a los fieles cristianos en los países islámicos (ya han asesinado a una monja en Somalia), están reconociendo de manera implícita que esas comunidades viven sometidas a situaciones que oscilan entre la intolerancia más cruda y la persecución desembozada y feroz. Es la propia Iglesia la mejor conocedora de todas estas calamidades y quizá por ello juega la carta del apaciguamiento, retrasando -igual que la mayoría de los tibios gobiernos occidentales- no ya la adopción de medidas concretas y eficaces para defender a nuestras sociedades, sino la mera comprensión de lo que sucede.
Por si alguien lo duda, unos barbudos paquistaníes (foto de portada de ABC, 16/9/06) nos refrescan la memoria esgrimiendo pancartas insultantes y amenazadoras. Como da la circunstancia de que las amenazas se lanzan en un país en que las matanzas de cristianos son endémicas, el asunto no es para tomarlo a broma y se comprende la preocupación de la Santa Sede por evitar otra oleada de Alianza de Civilizaciones semejante a la de enero, con su secuela de gobiernos europeos maestros en collonería, sus multinacionales francesas aclarando que sus productos nada tienen que ver con Dinamarca y nuestro Rodríguez poniéndose del otro lado, como siempre.
Por desgracia, en este asunto está todo dicho y ya sólo queda actuar, por ejemplo no desamparando a Ayan Hirsi Ali en Holanda, solidarizándose con los cristianos de Oriente Medio con algo más que palabras o apoyando el derecho a la libertad de expresión en Dinamarca o en Roma, un concepto ininteligible para la mayoría de musulmanes, habituados de toda la vida a que información y opinión bajen del cielo, o sea, de dictaduras militares, medievales dinastías despóticas o regímenes teocráticos. A elegir. Mostrando y demostrando a esas masas fanatizadas que con amenazas no van a quebrantar la solidez de nuestros Estados, de nuestras convicciones democráticas y de la confianza en la Historia de que venimos. Seriedad y firmeza, de momento, porque otra cosa es pura redundancia: recordar el rosario interminable de atentados, asesinatos, encarcelamientos, presiones que padecen los cristianos desde Marruecos a Indonesia ya es perder el tiempo. Como lo es entretenerse sacando citas coránicas -a estas alturas- por parte de eruditos postizos o verdaderos, para dilucidar si el texto ofrece más o menos muestras de tolerancia o intolerancia. Y aprovecho la ocasión para recordar -porque hay gentes que no lo saben- que la mejor versión en español es la de Julio Cortés, sin prejuicios propagandísticos ni el prodigioso aval de Arabia Saudí, quintaesencia de objetividades. Lo que importa en este momento histórico es el uso que de él se ha hecho y se sigue haciendo. Aunque Yihad y cuanto detrás viene significa antes que nada «acción violenta contra infieles o musulmanes apóstatas». Y ya está bueno de exégesis científicas para marear la perdiz. Nos interesan los actos y sus consecuencias no las elucubraciones de los multicultis, fabricadas con plantilla, explicándonos que no es lo mismo el extremista que el islam moderado: ¿dónde está el islam moderado? Yo no lo veo, con excepción de alguna publicación o algún simposio requeteminoritario, naturalmente en Europa, en que una marroquí o una tunecina se atreve a decir en público que el derecho de familia islámico es un abuso contra la mujer y no es poco por su parte.
No necesitamos chuscas exégesis coránicas de cuatro líneas (los autores son incapaces de añadir una quinta) en que se distingue entre la literalidad del texto (¿por qué la literalidad va a ser siempre negativa?) y las benéficas interpretaciones en que, al parecer, navega la inmensa mayoría de los musulmanes. Sorprendente Mediterráneo. La literatura árabe de todas las épocas -y digo de todas- está plagada de amenazas, condenas, burlas, improperios y maldiciones contra los cristianos y el cristianismo. Y contra los judíos. Desde la literatura oral (proverbios, cuentos populares, cancioncillas infantiles) hasta las crónicas históricas, la poesía o las obras misceláneas; y no digamos los escritos de temática religiosa. Pero ni siquiera eso es de primordial importancia, lo que de veras nos concierne son los actos y sus resultados y ahí sí que no podemos titubear.
Es sencillamente increíble que teólogos y jurisconsultos musulmanes no sepan distinguir una cita de un conjunto argumental o de la opinión en el discurso de un conferenciante (en este caso Manuel Paleólogo y el Papa Benedicto XVI), cuando la cultura islámica, desde la Alta Edad Media, se basa en la repetición de la repetición de la repetición -o su glosa- de dichos en cadena (el famoso isnad) atribuidos a fuentes más o menos creíbles. Por tanto, este guirigay -como el de las caricaturas de enero- es por completo artificial, un mero pretexto para arrinconarnos un poco más, paralizando de consuno nuestra capacidad de reacción ante el asalto que sufrimos. Que los multicultis hispanos, revestidos de pontifical, de buenismo, actúen de comparsas de los vociferantes bárbaros entra en lo esperable y no sorprende que se alineen con las mayores muestras de represión y fanatismo: a saber por qué lo hacen en realidad. Y va de fotos: ver ABC, 17/9/06, pág. 27, en que unas mujeres -suponemos- disfrazadas de Fantomas esgrimen pancartas en inglés (¿las habrán escrito ellas? ¿sabran lo que ahí reza?) donde se alude a la salud mental del Papa y se llama al despertar de la umma islámica. La imagen es tan grotesca -¿dónde están las feministas progres?- que provocaría la carcajada de no estar implicada la vida de tanta gente. Tan grotesca como ver al sultán de Marruecos pidiendo cuentas al Papa.
Desde que Juan de Segovia, en pleno siglo XV, propusiera una vía de acercamiento pacífico al islam («De Mittendo Gladio Divini Spiritus Incorda Sarracenorum») han transcurrido demasiados años sin resultado alguno. En los últimos tiempos la Iglesia católica ha prodigado los gestos amistosos, cuando no directrices de actuación que rebasan con mucho el respeto, por ejemplo renunciando al proselitismo en el norte de África. La pregunta inmediata es: ¿por qué los musulmanes pueden hacer prosélitos en nuestros países y la viceversa es impensable? ¿por qué la mera mención de esta circunstancia se considera islamofobia? Juan Pablo II, en un gesto a nuestro juicio innecesario y excesivo, pidió perdón a los musulmanes por las Cruzadas, como si las hubiera dirigido él y contra los moros actuales. Correlativamente me pregunto cuándo van a pedir perdón ellos por la irrupción en Egipto y el Imperio Bizantino del siglo VII, o a nosotros, españoles, por la invasión del VIII, por la piratería contra nuestras costas hasta principios del XIX, por el daño infligido a los cautivos en Rabat, Salé, Argel, en esa divertida situación -la de los presos- que a Juan Goytisolo parece una gozada multiculturalista.
Quienes estamos convencidos de que la pertenencia al género humano es un valor superior a creer en ningún libro o profeta y consideramos el derecho a la libertad y a la igualdad básica de todos los hombres un principio irrenunciable, intentaremos la coexistencia pacífica con todas las confesiones, pero no podemos cerrar los ojos ante el mayor conflicto de nuestro tiempo: hay demasiados musulmanes obstinados en demostrarnos que el verdadero problema no es el islamismo sino el islam, independientemente de lo que nosotros pensemos. Y si existen mulsumanes moderados, que aparezcan y paren esta escalada de irracionalidad. Por el bien de todos.
Del director
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