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Un diálogo imposible
Los líderes religiosos musulmanes deberían reflexionar a dónde les conduce su intolerante y acrítica actitud
Benedicto XVI pronunció la semana pasada en Ratisbona una lección magistral sobre la relación entre fe, razón y universidad. El Papa es el máximo impulsor del diálogo interreligioso y de la paz entre todas aquellas personas que profesan creencias diversas y ha sostenido siempre, como su antecesor, que la Verdad no se impone, sino que se propone. Y partiendo de un apasionante diálogo sobre religión que tuvo en 1391 el Emperador de Bizancio Manuel II Paleólogo y un docto persa musulmán, se refirió al cristianismo, esa convergencia entre fe bíblica y filosofía griega que dio lugar a la creación de Europa. En un momento de su disertación, el Papa trajo a colación esa afirmación que planteó el Emperador al persa, "Dios no goza con la sangre: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo". Un gran punto de partida para establecer las bases para el diálogo entre cristianos y musulmanes.
Pero a la vista de los enfurecidos rostros y de las terribles e ignorantes reacciones de una gran parte del mundo islámico parece que los hijos de Mahoma no están para demasiado "logos" ni para disquisiciones teológicas.
El Santo Padre me recordó a ese frágil y potente Unamuno clamando por la razón en la Universidad de Salamanca en 1936, ante un Millán Astray que vociferaba "¡Muera la inteligencia, viva la muerte!".
Al discurso teológico muslímico quizás le sobre fe y le falte razón. El Papa, en su discurso doctoral, dijo también otras cosas que no se han citado: "Para la doctrina musulmana Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está ligada a ninguna de nuestras categorías, incluso a la de la racionalidad. En este contexto Khoury cita una obra del conocido islamista francés R. Arnaldez, quien recuerda que Ibn Hazan llega a decir que Dios no está condicionado ni siquiera por su misma palabra y que nada le obligaría a revelarnos la verdad. Si fuese su voluntad, el hombre debería practicar incluso la idolatría". De ahí que el Emperador Manuel II sostenga ante su interlocutor, persa y musulmán, que "no actuar con el logos es contrario a la naturaleza de Dios". Una afirmación que tiene hoy gran actualidad. Ratisbona, teológicamente hablando, no es, desde luego, una ciudad pacífica. Cuenta Menéndez y Pelayo-al que se pretende ahora mandar al patio castigado- en sus heterodoxos que en el año 792 se convocó un concilio en esa ciudad en la que se encontraba Carlomagno, para condenar la herejía de los "adopcionistas" propagada por el Arzobispo Elipando de Toledo y el Obispo catalán Félix de Urgell.
Los adopcionistas sostenían que Jesucristo era hijo adoptivo del Padre, y hacían hincapié en su originaria naturaleza humana, lo cual dividió a una cristiandad que estaba ya muy fraccionada por la invasión mahometana.
Probablemente, el "adopcionismo" se acomodaba mejor a las creencias de los invasores peninsulares y esa fue la razón de que la herejía se extendiese hasta infectar la Germania, y de ahí que ese concilio zanjase de raíz la controversia.
Ahora Ratisbona es una de las capitales de la cultura europea y el Papa ha impartido en el Aula Magna de su universidad esta lección que, desde luego, ya por ignorancia, mala fe u oportunismo político, ni se ha leído Mohamed VI ni, lo que resulta más preocupante, el Primer Ministro de Turquía. Benedicto XVI no ha condenado a nadie. Por el contrario, ha establecido los términos del debate al afirmar que fe y razón son compatibles, que la concepción de Ibn Hazn, la imagen de un Dios-Árbitro, no está ligada a la verdad y al bien, y que las llamadas "guerras santas", vengan de donde vengan, no están inspiradas por Dios. "Sólo así podremos lograr ese diálogo genuino de culturas y religiones que necesitamos con urgencia hoy".
El Papa invita, en suma, a encontrar ese "logos" (razón) interreligioso y termina con otra cita de Manuel "paleólogo": "No actuar razonablemente (con "logos") es contrario a la naturaleza de Dios". Efectivamente, comprendo el enfurecimiento de todos esos musulmanes que, en nombre del Profeta, esgrimen el uso de la violencia para imponer su fe.
Si los judíos, para los cristianos, son nuestros hermanos mayores en la fe, resulta claro que los musulmanes serían como una especie de hermanos menores. Hermanos que no quieren, hasta el momento, saber nada del resto de la familia.
El Papa, que tanto esfuerzo dedica a la unidad religiosa, ha pedido incluso perdón a los hermanos menores por si les hubiese ofendido. Pero no servirá de nada. Éstos, lo único que quieren es borrar del mapa a los otros integrantes de la familia de creyentes.
Los líderes religiosos musulmanes deberían reflexionar a dónde les conduce su intolerante y acrítica actitud. La misma relación fraternal que ahora tenemos católicos y judíos, ¿podría establecerse con los musulmanes? Hoy lo veo difícil. En cualquier caso, lo que resulta evidente es que el gran debate del siglo XXI ya no es filosófico sino, nuevamente, teológico.
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