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Cristianos audaces

Procura que en tu boca de cristiano -que eso eres y has de ser a toda hora- esté la imperiosa palabra sobrenatural que mueva, que incite, que sea la expresión de tu disposición vital comprometida". Estas palabras, escritas en Forja por San Josemaría, condensan de algún modo lo que él denominó unidad de vida. Son necesarios los cristianos de cuerpo entero, que no dejan de serlo nunca, estén donde estén. El Cristianismo ha traído un modelo de vida, que implica el seguimiento de Cristo, lo que comporta el deseo de hacer en toda situación lo que él haría. "El que halla a Jesús -se lee en el Kempis- halla un tesoro bueno, y de verdad bueno sobre todo bien, y el que pierde a Jesús pierde muy mucho y más que todo en el mundo. Paupérrimo el que vive sin Jesús y riquísimo el que está con Jesús".

Pero es preciso que el Cristo que deseamos seguir sea el verdadero, sin modificaciones interesadas o usos indebidos de quien es verdadero Dios y verdadero hombre. Por eso es preciso leer el Nuevo Testamento, meditarlo, contemplarlo, para no desfigurar la entrañable figura del Redentor del hombre. Es Alguien que sigue viviendo en la revelación, en la Eucaristía, en cada hombre, en la Iglesia. "La contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época se realiza en el cuerpo vivo de la Iglesia", escribió Juan Pablo II en Veritatis Splendor. No se puede, por tanto, ir por libre -si se me permite la expresión- para afirmar que Cristo haría esto o lo otro en nuestros días, porque es en el seno de la Iglesia donde se sabe muy bien qué haría. Él mismo nos dejó un cuerpo de doctrina, unos mandamientos, unos sacramentos, el encargo de orar y una Iglesia con su jerarquía, para indicarnos el camino de su encuentro.

Sólo con Cristo, los cristianos tendrán esa disposición vital comprometida de la que se hablaba al principio, esa unidad de vida configurada por una verdadera unión con Él por la gracia. "Un auténtico cristiano -decía Newman-, no puede oír el nombre de Cristo sin emoción", oírlo para seguirle con amor, y llevar ese amor a todos, donde quiera que estemos. Con palabras fuertes escribió San Cipriano: "No puede vivir con Cristo el que prefiere imitar a Judas y no a Cristo". Algo de esto sucede en nuestros días cuando se le instrumentaliza o se le olvida por temor, por respetos humanos o sencillamente por ignorar quién es.

La audacia del cristiano procede de una fe limpia y arraigada que prorrumpe en el amor, aún a pesar de las debilidades personales. El cristiano amilanado acaba teniendo un concepto miserable de la fe que dice poseer. Y, en vez de emplearla para tratar de vivir conforme a ella y llevarla a donde pueda, quizá la oculta por el que dirán o para ser políticamente correcto; o la desfigura para conformarla a su interés. Cuando esto sucede, tal vez sería el momento de decir al oído del interesado: tenga la bondad de ser menos católico.

También son de Forja estas palabras: "Fomenta tus cualidades nobles, humanas. Pueden ser el comienzo del edificio de tu santificación. A la vez, recuerda que -como ya te he dicho en otra ocasión- en el servicio de Dios hay que quemarlo todo, hasta el ´qué dirán´, hasta eso que llaman reputación, si es necesario". Hacen falta muchos cristianos así, trabajando en la política, en la economía, en la cultura, en la escuela, en el taller, en el campo y en toda parcela humana honesta. Personas de una pieza que se jueguen lo que sea necesario para que, sin miedo a ser tachados de fundamentalistas, dogmáticos o intransigentes, hagan presente la amable figura de Jesús y su modo de actuar en todas las encrucijadas del mundo. Esa oferta sí que es de libertad, de progreso y en servicio de la dignidad humana.

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