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La entrega al dios nebuloso
El dios nebuloso tiene toda clase de nombres. Se llama destino, hado, predestinación, el poder superior, lo absoluto y a veces hasta dios sin más. No apetece hablar de él. Es «asunto privado», lo que debería significar que cada uno de sus adictos tiene una idea muy personal de él y que mantiene relaciones personalísimas con él. Pero lo que sucede es todo lo contrario.
A pesar de los diferentes nombres, el dios nebuloso evoca en sus adictos siempre la misma imagen y mantienen con él también siempre la misma relación, es decir, ninguna en absoluto. En lo único que están de acuerdo es en que «de alguna forma» existe, y esto es todo. Es la X admitida, aunque a regañadientes dentro de la ecuación de la cosmovisión. Y si pudiésemos empujar a uno de sus adictos a que se manifestara sobre él (no resulta fácil), escucharíamos más o menos algo así.
«Bueno, reconozco que de algún modo debe existir un poder superior, de algún modo tuvo que empezar todo alguna vez. Naturalmente, nada podemos saber de ese poder excepto que ha de ser totalmente diferente a nosotros. Naturalmente, a ese poder no le importa que nosotros le conozcamos o no. Para él no somos más que bacterias o bacilos. Sólo las personas candidas o pueriles pueden creer que lo absoluto esté interesado en ellos personalmente; el inventor de las inconmensurables nebulosas estelares interesado en el señor García o la señorita Pérez. Lo absoluto tiene problemas muy diferentes. Ya un director general de una gran empresa no tiene ni tiempo ni ganas de ocuparse de las circunstancias personales de sus empleados, excepto, en el mejor de los casos, de sus colaboradores más inmediatos». Lo que, claro está, nos libera también de tenernos que ocupar de él. Al dios nebuloso le es completamente indiferente nuestro comportamiento. Para él, el mejor de los hombres no se diferencia en nada del peor. No existe diferencia entre San Francisco de Asís y Hitler, ambos son sólo bacterias. Rezar no tiene ningún objeto. El director general tiene otras preocupaciones y no escucha. En realidad, un director general terrenal que no se interesa por la vida de sus empleados no está ya capacitado para ocupar una posición tan elevada, y cuanto antes le despidan, tanto mejor.
Y un dios que no se interesa por el hombre que ha creado, no es un dios, sino un chapucero del mayor calibre. Sus adictos tampoco podrán ser adictos, pues no existe nada a qué «adherirse». Son personas que o pescan en aguas turbias o quieren conservar su comodidad. No existe ninguna clase de responsabilidad ante el dios nebuloso...
Nosotros, en cambio, recordamos a alguien que dijo en cierta ocasión:
«¿No se venden cinco pájaros por dos ases? Y sin embargo, ni uno de ellos es olvidado por Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, vosotros valéis más que muchos pájaros» (Lucas 12, 6-8).
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