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Dictadores
¿Qué tenemos en realidad en contra de los dictadores? Lord Acton dijo en cierta ocasión: «El poder significa corrupción. Y poder absoluto significa corrupción absoluta». Pero esto no es suficiente para nuestra aversión. También otras formas de gobierno han demostrado con frecuencia estar corrompidas; en realidad no existe ninguna forma de gobierno en la que no haya habido corrupción. Lo más que podría decirse es que en una dictadura se manifiesta de modo más inaudito que en una democracia, aunque también aquí existen bastantes ejemplos inauditos.
No, nuestra aversión es mucho más profunda. Lo que no soportamos es que el hombre de allí arriba pretenda tener siempre razón. Lo que más nos molesta es no poder replicar a sus órdenes. Lo que hace estremecer nuestras entrañas es que no podamos ni siquiera insultarle sin estar expuestos a ser encarcelados inmediatamente.
El Papa tiene tan sólo la pretensión de ser infalible en cuestiones de fe y de moral, y esto sólo cuando habla ex cathedra, lo que no suele suceder más de una vez cada cien años. E incluso en este caso su infalibilidad sólo consiste, según el dogma, en que el Espíritu Santo impediría que proclamara ex cathedra algo que no fuera verdadero. En otras palabras, su infalibilidad, muy circunscrita, no es una cualidad personal, no se trata de ninguna cualidad, sino de una ... suplencia. Ex cathedra no puede proclamar nada erróneo. En cambio los dictadores son infalibles en todas las cosas y en todo momento, todas sus proclamas son «ex cathedra» y se producen a una velocidad de vértigo, unas tras otras.
Sin embargo, en lo más profundo de nuestro corazón sabemos que sólo hay Uno que tiene razón siempre y en todo: Dios. Nuestra indignación frente al dictador está pues totalmente justificada: ese hombre se atribuye lo que es atributo exclusivo de Dios: omnisapiencia y omnipotencia. Ese hombre juega a ser Dios. Incluso si durante algún tiempo representa su papel con bastante brillantez, lo único que hace es representar un papel. Y ahora viene lo asombroso: el único que tendría justificación para ser un dictador, Dios mismo... no lo es. Él, de quien somos simples criaturas, es decir muchísimo menos que esclavos (a quienes su señor ha comprado, pero no creado), Él nos ha dado el regalo del libre albedrío. Quiere que tomemos nuestras propias decisiones. Le ofendemos a diario. Nos comportamos como los hijos más estúpidos y egoístas, a quienes interesa más el chocolate que les da su madre que la propia madre, a la que ni siquiera le dan las gracias. Y a pesar de todo continúa esperando pacientemente nuestro amor.
El dictador es un concepto de Dios pervertido. Eso es lo que tenemos contra él.
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