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¿Quien cree todavía en el demonio?

La religión fundada por Zoroastro contiene la doctrina del buen principio (Ormuz) y del mal principio (Ariman), o sea de Dios y el demonio. Pero no existen más que unos cien mil adeptos.

Algunas tribus indígenas de Australia Central creen en un Dios bueno, al que no es necesario orar, porque de todos modos no quiere más que el bien, y en un dios malo, al que hay que rezar para que no nos haga nada.

Pero aparte de esto, ¿quién cree todavía en el demonio? ¿Cree Vd. en el demonio? Naturalmente que no. Al fin y al cabo vivimos en el siglo XX. El demonio es una «superstición pueril», sigue pululando por las cabezas de campesinos ignorantes o de hombres extravagantes medio locos y degenerados, que se llaman a sí mismos satanistas y utilizan sus creencias como excusa para sus orgías. Cuernos de macho cabrío, pezuña y rabo y a lo mejor también un tricot rojo.

Muy propio para un baile de máscaras. De demonio puede uno permitirse algunas cosas.

Esta es más o menos la quintaesencia de las confusiones que el concepto demonio parece despertar en nuestro siglo supermoderno, de gran fuerza intelectual, libre de prejuicios. Los cuernos de macho cabrío, la pezuña y el rabo proceden naturalmente del viejo Dios Pan y el tricot rojo de la representación de Mefistófeles en escena. Pero al demonio no podía sucederle nada más agradable que la difusión de la idea de su no existencia. Se siente uno tentado a pensar que es él mismo quien la ha difundido intencionadamente y con ahínco.

El delincuente capaz de convencer al mundo de que no existe, tendrá juego libre en el futuro. Y el mundo lo refleja muy claramente. Sin embargo, las iglesias cristianas conocen el poder que Cristo mismo definió como «príncipe del mundo», el arcano oscuro que trabaja incesantemente en la perdición de la humanidad, a la que odia. Y en esta tarea nada resulta demasiado ambicioso para él (revolución universal, odio racial, asesinatos en masa, sadismo estatal, campos de concentración, ateísmo militante, enturbiamiento del pensamiento religioso, favorecimiento de la indiferencia religiosa bajo el pretexto de la tolerancia) y nada demasiado insignificante (trabajo en el alma de cada individuo, deformación casi imperceptible de la justicia en autosatisfacción, del respeto a uno mismo en soberbia, del amor en amor ciego y posesión egoísta del amado). Quien tenga ojos para ver, verá la mano maestra, que en todas partes pervierte lo bueno, corrompe lo puro, se burla de lo decente, corroe todas las virtudes, pone una falsa aureola a todos los vicios, sustituye la glorificación de Dios por la exaltación del hombre, tacha a todo lo religioso de pasado de moda y llama progresismo al camino hacia el extravío, envileciendo incluso el arte hasta convertirlo en disparate grotesco.

Hasta las personas que no son religiosas pero que tienen sensibilidad perciben su intervención. Y así ocurre que los autores de novelas espaciales nos representan a los habitantes de otros planetas como personajes espantosos, terriblemente crueles, dotados de una inteligencia superior, que pretenden tomar posesión de la tierra y de los hombres...

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