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La herencia perdida
Es difícil crearse una imagen aceptablemente definida de «Adán», del hombre antes de la caída. Pero no es imposible.
El hombre era, como tal, perfecto. Dios no crea nada imperfecto. Es decir, que el hombre tuvo que ejercer dominio total sobre sus funciones. Sus inclinaciones estaban sometidas a su voluntad, y su voluntad ejecutaba lo que su capacidad de juicio decidía en sabiduría y armonía. En sus venas no se depositaba la cal, en las células de sus tejidos no se producían procesos de destrucción. No caía en un sueño de agotamiento animal interrumpido por sueños caóticos, dormía con pleno conocimiento, contemplando con alegría cómo su descanso relajado proporcionaba nuevas fuerzas a su cuerpo.
Para los animales -que hoy todavía notan tan a menudo la diferencia entre un amo bueno o malo- era un dios. Comprendía por intuición y se comunicaba por intuición.
No necesitaba ningún argumento y desde luego ninguna violencia.
¿Que de dónde lo sé? Porque es la perfección manifiesta de las posibilidades puramente humanas. Y seguimos teniendo esas posibilidades, pero hemos perdido la perfección.
El yogui intenta recuperar algunas de nuestras perfecciones perdidas, con muchos años de ascetismo. Parece conseguir algunos éxitos parciales. Existen yoguis que recuperan el dominio sobre los procesos automáticos del cuerpo, que pueden acelerar y retrasar su pulso y regular con sólo su voluntad el proceso digestivo. Claro que yoga significa «unión» y de lo que se trata es de la unión con Dios, es decir, exactamente lo que perdimos con la caída. Años de ascetismo y sólo beneficios parciales.
Y no en balde se dice de San Francisco de Asís que se entendía muy bien con los animales; según se cuenta, predicaba a los animales, sobre todo a los pájaros y éstos le comprendían. Es posible que le entendieran verdaderamente, como en su día comprendían al hombre perfecto, pues Francisco de Asís fue uno de los hombres más perfectos. Pero para la humanidad en su totalidad ese camino no era viable. Era demasiado difícil. Y ni siquiera Francisco de Asís pudo recuperar la herencia perdida con sus propias fuerzas. Incluso él necesitó ayuda. Cuánto más la necesitamos nosotros... y el que nos ayuda es siempre el mismo.
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